domingo, 12 de febrero de 2017

OPINIONES 11/02/2017

Días venideros - Mirko Lauer
La caída de Toledo - Raúl Tola
La decepción al cuadrado - Carlos Meléndez
Las manos al fuego - Alfredo Bullard
Trump: burbujas y crisis - Germán Alarco Tosoni
Teléfono malogrado - Augusto Álvarez Rodrich
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Días venideros


Mirko Lauer


La caída de Alejandro Toledo en cierto modo anuncia lo que vamos a ver en los tiempos que vienen: más figuras importantes de la política de estos años atrapadas entre las garras del caso Lava Jato. El público y los medios estaban reclamando peces gordos, y la sensación es que van a empezar a recibir las cabezas de por lo menos un par de ellos.

La mirada hacia el futuro lleva a preguntarse en qué momento pueden calmarse las aguas del escándalo. ¿Bastarían dos presidentes presos? ¿O dos presidentes y una primera dama? ¿O se necesita tres presidentes? Como las guerras, estas cruzadas moralizadoras se sabe cómo comienzan, pero no cómo terminan. Es decir cuál va a ser la extensión del daño.

Hay varias hipótesis sobre un futuro post-Lava Jato. En una quienes no se quemen con la corrupción luego heredarán el poder. En otra el Perú entrará en una situación de crisis política que barrerá con todos, y puede llegar hasta a una elección adelantada o al gobierno de una asamblea constituyente. En una tercera son la mediocridad y la resignación las que reclaman su dominio.

Pero todo va a depender de la intensidad del problema, que a todas luces todavía está en los inicios. No conocemos los alcances de las delaciones premiadas brasileñas respecto del Perú. Ese es un chorro que, según las circunstancias, se puede agostar de un momento a otro, o puede soltar un caudal acusatorio de insospechado caudal.

Mientras tanto escuchamos los rumores, todos sobre terribles descubrimientos, mientras observamos la actividad de fiscales y jueces aplicados a producir resultados. El caso de Toledo ha sido un mitigador de los reclamos, pero a la vez le ha picado el diente al público por la historia completa, que significa muchas más cabezas.

Cabe preguntarse si una avalancha de nuevas acusaciones con cierto sustento podrá ser manejada por los poderes del Estado. Por ejemplo la idea de dos decenios de gobiernos corrompidos en todos los niveles por un puñado de empresas extranjeras sería bastante difícil de asimilar. No sería raro que la población pase de las conclusiones sociales a las conclusiones penales.

La demora de todo el proceso está produciendo su propio daño a todo el país.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/847455-dias-venideros


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La caída de Toledo

Raúl Tola

Mientras escribo estas líneas, Alejandro Toledo se encuentra escondido en algún lugar del mundo, convertido en prófugo de la justicia. Al hombre que encabezó la oposición al gobierno de Alberto Fujimori, que contribuyó decisivamente a su caída, y que despertó la esperanza de un tiempo nuevo, ahora lo espera el mismo destino que su más encarnizado rival político: la fría soledad de una prisión.

Con el paso de los años, Toledo terminó por convertirse en una sombra. El político que denunció las corrupciones y el autoritarismo del régimen fujimorista, logró amalgamar a la oposición, encabezó la Marcha de los Cuatro Suyos y alcanzó la presidencia en 2001 —luego de perder en 2000 ante Fujimori, en unas elecciones discutidas por los observadores internacionales y la OEA— tardó poco tiempo en demostrar que era un gobernante desordenado, impuntual, sin ideas y amante de las frivolidades del poder.

Con todo, la evaluación de su gobierno no es mala. Reactivó una economía que venía muy frenada por la crisis de 1998, respetó la libertad de expresión y continuó —con remilgos, como explica José Ugaz en su libro «Caiga quien caiga»— enfrentando a la organización criminal de Fujimori y Vladimiro Montesinos. Desafortunadamente, los retos eran muy superiores al personaje, y estos logros fueron opacados por sus pocas cualidades de estadista. Toledo representó la reivindicación de la democracia y el mundo andino, pero no supo estar a la altura, y más bien ahondó los prejuicios que algunos sectores de la población mantienen contra ambos.

La imagen de decadencia de Toledo se ahondó en las sucesivas elecciones donde participó. En la última campaña era un candidato a la deriva, que había despilfarrado todo su capital político con sus continuos dislates y su insoportable propensión al engolamiento y el lugar común, además de una persona estragada por los excesos.

Aquello no era nada, comparado con la situación que ahora enfrenta. Si el Poder Judicial acepta que son verdaderas las graves denuncias del fiscal Hamilton Castro, a Toledo lo espera una larga y muy merecida estadía en la cárcel. Recibir un soborno de US$ 20 millones de la constructora Odebrecht es doblemente grave para quien hizo una bandera de la lucha contra la corrupción.

¿Este desenlace desmerece la transición democrática de comienzos de la década pasada? Al contrario. Una de las mayores virtudes de la democracia es su capacidad de regeneración. Una sociedad democrática debe ser capaz de cuestionarse permanentemente para buscar su perfección, aún sabiendo que esta es imposible.

Toledo puede ser un advenedizo, que protagonizó la parodia de un líder político para alcanzar el poder y llenarse los bolsillos con dinero de sobornos. Lo que no comprendió, es que nunca conseguiría estar por encima de esas fuerzas que se desataron allá por el año 2000, en buena parte gracias a su actuación. La democracia está actuando: que nadie la detenga.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/847458-la-caida-de-toledo


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La decepción al cuadrado

Carlos Meléndez


Alberto Fujimori y Alejandro Toledo han sido los últimos presidentes que más corazones movilizaron en la política peruana contemporánea. Quienes los sucedieron en Palacio –García, Humala, Kuczynski– encarnaron el “mal menor” de turno. Fujimori y Toledo, en cambio, avivaron las masas, generaron expectativas e hicieron que vastos sectores de peruanos confiaran nuevamente en presidentes. El ‘Chino’ y el ‘Cholo’ fueron apodados con cariño. Hoy que se descubre que Toledo cayó en la megacorrupción que prometía erradicar, la ciudadanía acusa un segundo golpe de decepción política. ¿Cuáles son las consecuencias del desencanto renovado en la relación de los individuos con sus gobernantes?

Escándalos de corrupción pueden gatillar grandes movilizaciones sociales. Fenómenos del tipo “que se vayan todos” son acuñados en la decepción generalizada con el establishment político. Pero normalmente son fuerzas opositoras las que lideran y dan forma a este humor social contestatario. La espontaneidad de la calle es casi excepcional (Guatemala, 2016). Tiendo a pensar que la actual “decepción al cuadrado” no va a generar olas de indignación callejera, por dos motivos. El primero, no existe tienda política que lidere el cuestionamiento a la corrupción sistémica que se ha develado. El fujimorismo y el Apra tienen su propio pasado delictivo en la materia; la izquierda tiene demasiadas sospechas después de su paso por las gestiones de Humala y Villarán. Los tradicionales “operadores políticos de la indignación” no son ajenos al manto del desprestigio. Al parecer, todos tienen su propio anticucho.

El segundo motivo es más acuciante: la indignación silente del peruano promedio. Somos una suerte de perdedores profesionales de la política, hemos normalizado la decepción. Nos es inevitable. La constatación recurrente del fraude ya no hiere sino profundiza la desafección. No hay odio, sino indiferencia. El escándalo se convierte en la broma de moda y da paso al olvido, esa estrategia cotidiana de supervivencia que nos lleva a perder nuestra capacidad de reivindicación cívica. Nuestra clase media –colectivo que normalmente se moviliza por causas republicanas como la “anticorrupción”– no le debe su ubicación de clase al Estado ni a la política. Por lo tanto, no hay reclamo sino comprobación: “Todos son iguales” y es mejor no comprarse el floro electoral de cada cinco años.

Esta seguidilla de estadistas corruptos no va a generar necesariamente la oportunidad política para un candidato antisistema tradicional. Para el ciudadano promedio no está en cuestión el “modelo” –a pesar de que no ha mostrado superioridad en prevenir la corrupción–. Tampoco está ávido de un moralizador que inyecte ánimo ante la escasez de ideas. Malas noticias para Verónika Mendoza y Julio Guzmán, respectivamente. Más bien se abre la cancha para la posibilidad del retorno del pragmatismo clientelar. Es decir, para quien reparta la torta con más eficiencia y cinismo. En una sociedad donde la coima se ha institucionalizado –faenón para los de arriba, clientelismo para los de abajo–, el populismo está más cerca que la regeneración de la clase política.


http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/decepcion-al-cuadrado-carlos-melendez-noticia-1967679


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Las manos al fuego

Alfredo Bullard


La ordalía o “juicio de Dios” fue una costumbre en algunos pueblos germánicos y nórdicos. Era un rito tan sencillo como terrible. El acusado de un delito debía introducir sus manos al fuego. Según la gravedad (o poca gravedad) de las heridas que resultasen, se interpretaba que los dioses habían o no intervenido para indicar su inocencia.

A fines del año pasado, el congresista aprista Mauricio Mulder ofreció una ordalía. Dijo que no pondría sus manos al fuego por Alejandro Toledo (creo que ni la propia Eliane Karp lo haría) pero que sí pondría sus manos al fuego por Alan García.

Una lealtad incondicional de Mulder, sobre todo en circunstancias tan difíciles para su defendido. Para su suerte, las ordalías están prohibidas. Para su desgracia, el fuego político puede ser tan destructivo como el verdadero.

Es completamente incomprensible (e inaceptable desde el punto de vista ético) que quien “pone las manos al fuego” por Alan García sea integrante de la comisión parlamentaria (Comisión Lava Jato) que va a investigar los actos de corrupción que comprende el gobierno del ex presidente. Y peor aún es convertirse en un activista enemigo furibundo de la fiscalía que, hasta donde se ve, está actuando con independencia en la investigación de los actos de corrupción. Quien no solo defiende a su líder sino la integridad de sus propias manos no puede ser objetivo. Es más. Va a ser (como lo está siendo) totalmente subjetivo.

¿Por qué poner las manos al fuego por Alan y no por Toledo? Es una buena pregunta que solo Mulder puede contestar. No pondría ni la uña del dedo meñique por ninguno. Pero en el caso de Alan hay un agravante. Hace unos años fue juzgado por actos virtualmente idénticos, con personajes similares de nombres también extranjeros.

Ver lo que ocurre con Toledo es un auténtico ‘déjà vu’ (esa sensación de haber ya vivido antes lo que estamos viviendo ahora). Y cualquier diferencia va, aunque no lo crea, a favor de Toledo y en contra de Alan en la competencia por el infame premio de “quien es menos claramente corrupto”.

En ambos casos estamos frente a obras de infraestructura de transporte (tren eléctrico vs. carretera Interoceánica). En ambos casos hubo obstáculos técnico-legales para la aprobación de las obras. En ambos casos se dice que las coimas fueron pagadas por funcionarios de alto nivel de las empresas extranjeras involucradas (el presidente del consorcio Tralima, Luciano Scipione, y su asesor Sergio Siragusa en un caso, y la cabeza de Odebrecht en el Perú, Jorge Barata, en el otro). En los dos casos hubo intervenciones notorias de integrantes de gobiernos extranjeros (Bettino Craxi en Italia y Lula en Brasil).

El dinero fue depositado en cuentas de conocidos amigotes de los dos ex presidentes (Alfredo Zanatti, amigo luego traicionado por García, y Josef Maiman, amigo declarado de Toledo). Aquí hay una diferencia a favor de Toledo: Zanatti declaró claramente que el dinero depositado en sus cuentas era de Alan. Hasta ahora Maiman no echa a Toledo.

Las casas de Ecoteva (de Toledo), que las pruebas indican vienen del dinero de la coima, tienen su paralelo en el avión que Zanatti compró para Alan García (y cuya propiedad quedó acreditada por un fax de fecha 29 de junio de 1992 que el último mandó al primero) y la inversión en acciones del Canal 13 aquí en el Perú.

Podemos seguir con la comparación de similitudes (participación de empresas ‘offshore’, alegación que todo es parte de una persecución política, que ambos implicados estaban y permanecieron convenientemente en el extranjero) y diferencias. La más evidente es que Alan tiene escuderos que lo defiendan con una lealtad a prueba de llamas y a Toledo no lo va a defender ni siquiera su hija.

¿Cómo se salvó Alan? Con el argumento formal y vacío de contenido: el paso del tiempo. Esa prescripción que te salva de discutir las pruebas y los hechos. Dijo que era muy tarde para juzgarlo. La prescripción te salva de la cárcel pero no del infierno moral. Ojalá no pase lo mismo con Toledo.

Pero lo cierto es que, con los antecedentes de su defendido, Mulder debería –por precaución– comprarse un par de buenos guantes de asbesto.

http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/manos-al-fuego-alfredo-bullard-noticia-1967656



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Trump: burbujas y crisis

Germán Alarco Tosoni


Las políticas económicas de Trump no solo son inconsistentes, sino que incuban diferentes modalidades de crisis. Hay inconsistencias en el ámbito fiscal cuando comience a expandir el gasto en infraestructura a través de créditos fiscales y el de defensa a la par de una drástica reducción de los impuestos. Se generan problemas por las distorsiones y sobrecostos de su política proteccionista y de inmigración.

También las políticas expansivas serían neutralizadas por la elevación más acelerada de las tasas de interés a cargo de la FED. El viernes pasado a través de dos órdenes ejecutivas a favor del sistema financiero ha abierto la posibilidad de formación y explosión de burbujas en los mercados de activos.

Los tipos de crisis económica que se podrían generar con Trump son tres: descalabro financiero abrupto a partir de una crisis en los mercados de valores, crisis económica progresiva y crisis luego de la formación y explosión de burbujas financieras. Cada una tendría una dinámica y canales de transmisión diferentes.

El primer escenario se daría a partir de la explosión abrupta de las expectativas negativas de los diversos agentes económicos. Los ingredientes están listos: acciones y reacciones violentas en el campo económico aderezadaspor temas geopolíticos-militares y la psicología de Trump.

El segundo escenario implicaría un periodo de maduración más largo, hasta quizás con una ligera fase expansiva, pero al final predominarían los efectos negativos de la política comercial, la expulsión de inmigrantes, las elevación de las tasas de interés, el déficit fiscal creciente y los problemas de financiamiento sobre las políticas de gasto y de reducción de impuestos que le darían aire en el corto plazo.

Las dos últimas órdenes ejecutivas de Trump acaban de abrir la puerta para la tercera modalidad de crisis. La formación y explosión de burbujas financieras podría ocurrir por la combinación de la política fiscal expansiva, la reducción de impuestos y la desregulación financiera que serían su caldo de cultivo perfecto.

La reducción de impuestos aumenta la liquidez en los mercados, genera prosperidad temporal, eleva la rentabilidad de las firmas, aumenta sus valores de mercado y aviva la especulación. Sin embargo, esta política de valorización financiera sería contrarrestada por la política comercial que afectaría los canales logísticos de las empresas.

Krugman (2017) nos acaba de recordar que la desregulación financiera es del gusto de los Republicanos. Se trataría de desarmar la reforma financiera de Obama de 2010 y relajar la responsabilidad de los administradores financieros (“Fiduciary Duty Rule”). El ciclo de manía, pánico y crac de las burbujas descrito por Kindleberger (1991) podría darse más rápidamente de lo normal.
http://diariouno.pe/columna/trump-burbujas-y-crisis/


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Teléfono malogrado


Augusto Álvarez Rodrich


Quito. Trabajando hace unos años en Radio Capital –cuyos programas se basan en conversaciones con la audiencia–, aprendí que uno puede ser responsable de lo que dice, pero no de lo que entiende o interpreta la gente, pues en ese corto proceso se pueden producir las distorsiones más grandes.

En algunos casos, eso ocurre por problemas de comunicación. Por un lado, porque quien lanza la opinión inicial no lo hace con la claridad suficiente para que el sentido de su comentario sea inequívoco.

Por el otro lado, también puede haber dificultades en el receptor del mensaje, ya sea por un problema de capacidad de entendimiento, o por prejuicios que obnubilan y llevan a interpretarlo todo al revés.

Pero también puede haber una tercera razón para no lograr una interpretación directa de lo dicho por otra persona: el simple interés de usar lo dicho por otro con el único objetivo de emplearlo a favor del argumento que uno quiere desarrollar.

Es decir, no es un problema de interpretación sino de un teléfono malogrado adrede, y eso es lo que constato que ocurre, cada vez con más frecuencia, en el ámbito político.

Por ejemplo, esta columna comentó, cuando estaba en marcha la censura al ministro Jaime Saavedra, que existía el riesgo de que, en un momento futuro, se pudiera plantear desde el congreso la vacancia del presidente Pedro Pablo Kuczynski.

Y luego se reiteró en este mismo espacio que ese riesgo –de implicancias sumamente negativas para el país– podía fortalecerse por todas las acusaciones que se están desarrollando en torno a Lava Jato, especialmente por los eventos relacionados a la aprobación de la interoceánica cuando Alejandro Toledo era presidente, PPK premier y Fernando Zavala ministro de Economía.

La intención de ese comentario no era otra que advertir un riesgo político futuro, un asunto propio de cualquier columna política, de acuerdo con el enfoque de su autor.

Pero, entonces, surgieron ‘los libre interpretadores’ de mi interpretación. Desde algunos empresarios que creen que, aunque ese riesgo exista, es mejor ‘no decirlo’ para no perjudicar a la economía; hasta algunos que andan de saltapericos entre Alan García y Keiko Fujimori, que sostienen que ese comentario busca vender diarios con grandes titulares, o que esas son expresiones del antifujimorismo radical que construye teorías conspirativas que destruyen la democracia.

Uno solo debe ser responsable de lo que dice, no de lo que otros quieren, maliciosamente, malinterpretar.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/847459-telefono-malogrado

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