Días venideros - Mirko Lauer
La caída de Toledo - Raúl Tola
La decepción al cuadrado - Carlos Meléndez
Las manos al fuego - Alfredo Bullard
Trump: burbujas y crisis - Germán Alarco Tosoni
Teléfono malogrado - Augusto Álvarez Rodrich
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Días venideros
Mirko Lauer
La caída de
Alejandro Toledo en cierto modo anuncia lo que vamos a ver en los tiempos que
vienen: más figuras importantes de la política de estos años atrapadas entre
las garras del caso Lava Jato. El público y los medios estaban reclamando
peces gordos, y la sensación es que van a empezar a recibir las cabezas de
por lo menos un par de ellos.
La mirada hacia el
futuro lleva a preguntarse en qué momento pueden calmarse las aguas del
escándalo. ¿Bastarían dos presidentes presos? ¿O dos presidentes y una primera
dama? ¿O se necesita tres presidentes? Como las guerras, estas cruzadas
moralizadoras se sabe cómo comienzan, pero no cómo terminan. Es decir cuál va
a ser la extensión del daño.
Hay varias
hipótesis sobre un futuro post-Lava Jato. En una quienes no se quemen con la
corrupción luego heredarán el poder. En otra el Perú entrará en una situación
de crisis política que barrerá con todos, y puede llegar hasta a una elección
adelantada o al gobierno de una asamblea constituyente. En una tercera son la
mediocridad y la resignación las que reclaman su dominio.
Pero todo va a
depender de la intensidad del problema, que a todas luces todavía está en los
inicios. No conocemos los alcances de las delaciones premiadas brasileñas
respecto del Perú. Ese es un chorro que, según las circunstancias, se puede
agostar de un momento a otro, o puede soltar un caudal acusatorio de
insospechado caudal.
Mientras tanto
escuchamos los rumores, todos sobre terribles descubrimientos, mientras
observamos la actividad de fiscales y jueces aplicados a producir resultados.
El caso de Toledo ha sido un mitigador de los reclamos, pero a la vez le ha
picado el diente al público por la historia completa, que significa muchas
más cabezas.
Cabe preguntarse
si una avalancha de nuevas acusaciones con cierto sustento podrá ser manejada
por los poderes del Estado. Por ejemplo la idea de dos decenios de gobiernos
corrompidos en todos los niveles por un puñado de empresas extranjeras sería
bastante difícil de asimilar. No sería raro que la población pase de las
conclusiones sociales a las conclusiones penales.
La demora de todo
el proceso está produciendo su propio daño a todo el país.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/847455-dias-venideros
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La caída
de Toledo
Raúl
Tola
Mientras escribo
estas líneas, Alejandro Toledo se encuentra escondido en algún lugar del
mundo, convertido en prófugo de la justicia. Al hombre que encabezó la
oposición al gobierno de Alberto Fujimori, que contribuyó decisivamente a su
caída, y que despertó la esperanza de un tiempo nuevo, ahora lo espera el
mismo destino que su más encarnizado rival político: la fría soledad de una
prisión.
Con el paso de los
años, Toledo terminó por convertirse en una sombra. El político que denunció
las corrupciones y el autoritarismo del régimen fujimorista, logró amalgamar
a la oposición, encabezó la Marcha de los Cuatro Suyos y alcanzó la
presidencia en 2001 —luego de perder en 2000 ante Fujimori, en unas
elecciones discutidas por los observadores internacionales y la OEA— tardó
poco tiempo en demostrar que era un gobernante desordenado, impuntual, sin
ideas y amante de las frivolidades del poder.
Con todo, la
evaluación de su gobierno no es mala. Reactivó una economía que venía muy
frenada por la crisis de 1998, respetó la libertad de expresión y continuó
—con remilgos, como explica José Ugaz en su libro «Caiga quien caiga»—
enfrentando a la organización criminal de Fujimori y Vladimiro Montesinos.
Desafortunadamente, los retos eran muy superiores al personaje, y estos
logros fueron opacados por sus pocas cualidades de estadista. Toledo
representó la reivindicación de la democracia y el mundo andino, pero no supo
estar a la altura, y más bien ahondó los prejuicios que algunos sectores de
la población mantienen contra ambos.
La imagen de
decadencia de Toledo se ahondó en las sucesivas elecciones donde participó.
En la última campaña era un candidato a la deriva, que había despilfarrado
todo su capital político con sus continuos dislates y su insoportable
propensión al engolamiento y el lugar común, además de una persona estragada
por los excesos.
Aquello no era
nada, comparado con la situación que ahora enfrenta. Si el Poder Judicial
acepta que son verdaderas las graves denuncias del fiscal Hamilton Castro, a
Toledo lo espera una larga y muy merecida estadía en la cárcel. Recibir un
soborno de US$ 20 millones de la constructora Odebrecht es doblemente grave
para quien hizo una bandera de la lucha contra la corrupción.
¿Este desenlace
desmerece la transición democrática de comienzos de la década pasada? Al
contrario. Una de las mayores virtudes de la democracia es su capacidad de
regeneración. Una sociedad democrática debe ser capaz de cuestionarse
permanentemente para buscar su perfección, aún sabiendo que esta es imposible.
Toledo puede ser
un advenedizo, que protagonizó la parodia de un líder político para alcanzar
el poder y llenarse los bolsillos con dinero de sobornos. Lo que no
comprendió, es que nunca conseguiría estar por encima de esas fuerzas que se
desataron allá por el año 2000, en buena parte gracias a su actuación. La
democracia está actuando: que nadie la detenga.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/847458-la-caida-de-toledo
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La
decepción al cuadrado
Carlos
Meléndez
Alberto Fujimori y
Alejandro Toledo han sido los últimos presidentes que más corazones
movilizaron en la política peruana contemporánea. Quienes los sucedieron en
Palacio –García, Humala, Kuczynski– encarnaron el “mal menor” de turno.
Fujimori y Toledo, en cambio, avivaron las masas, generaron expectativas e
hicieron que vastos sectores de peruanos confiaran nuevamente en presidentes.
El ‘Chino’ y el ‘Cholo’ fueron apodados con cariño. Hoy que se descubre que
Toledo cayó en la megacorrupción que prometía erradicar, la ciudadanía acusa
un segundo golpe de decepción política. ¿Cuáles son las consecuencias del
desencanto renovado en la relación de los individuos con sus gobernantes?
Escándalos de
corrupción pueden gatillar grandes movilizaciones sociales. Fenómenos del
tipo “que se vayan todos” son acuñados en la decepción generalizada con el
establishment político. Pero normalmente son fuerzas opositoras las que
lideran y dan forma a este humor social contestatario. La espontaneidad de la
calle es casi excepcional (Guatemala, 2016). Tiendo a pensar que la actual
“decepción al cuadrado” no va a generar olas de indignación callejera, por
dos motivos. El primero, no existe tienda política que lidere el
cuestionamiento a la corrupción sistémica que se ha develado. El fujimorismo
y el Apra tienen su propio pasado delictivo en la materia; la izquierda tiene
demasiadas sospechas después de su paso por las gestiones de Humala y
Villarán. Los tradicionales “operadores políticos de la indignación” no son
ajenos al manto del desprestigio. Al parecer, todos tienen su propio
anticucho.
El segundo motivo
es más acuciante: la indignación silente del peruano promedio. Somos una
suerte de perdedores profesionales de la política, hemos normalizado la
decepción. Nos es inevitable. La constatación recurrente del fraude ya no
hiere sino profundiza la desafección. No hay odio, sino indiferencia. El
escándalo se convierte en la broma de moda y da paso al olvido, esa
estrategia cotidiana de supervivencia que nos lleva a perder nuestra
capacidad de reivindicación cívica. Nuestra clase media –colectivo que
normalmente se moviliza por causas republicanas como la “anticorrupción”– no
le debe su ubicación de clase al Estado ni a la política. Por lo tanto, no
hay reclamo sino comprobación: “Todos son iguales” y es mejor no comprarse el
floro electoral de cada cinco años.
Esta seguidilla de
estadistas corruptos no va a generar necesariamente la oportunidad política
para un candidato antisistema tradicional. Para el ciudadano promedio no está
en cuestión el “modelo” –a pesar de que no ha mostrado superioridad en
prevenir la corrupción–. Tampoco está ávido de un moralizador que inyecte
ánimo ante la escasez de ideas. Malas noticias para Verónika Mendoza y Julio
Guzmán, respectivamente. Más bien se abre la cancha para la posibilidad del
retorno del pragmatismo clientelar. Es decir, para quien reparta la torta con
más eficiencia y cinismo. En una sociedad donde la coima se ha
institucionalizado –faenón para los de arriba, clientelismo para los de
abajo–, el populismo está más cerca que la regeneración de la clase política.
http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/decepcion-al-cuadrado-carlos-melendez-noticia-1967679
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Las manos al fuego
Alfredo Bullard
La ordalía o
“juicio de Dios” fue una costumbre en algunos pueblos germánicos y nórdicos.
Era un rito tan sencillo como terrible. El acusado de un delito debía
introducir sus manos al fuego. Según la gravedad (o poca gravedad) de las
heridas que resultasen, se interpretaba que los dioses habían o no
intervenido para indicar su inocencia.
A fines del año
pasado, el congresista aprista Mauricio Mulder ofreció una ordalía. Dijo que
no pondría sus manos al fuego por Alejandro Toledo (creo que ni la propia
Eliane Karp lo haría) pero que sí pondría sus manos al fuego por Alan García.
Una lealtad
incondicional de Mulder, sobre todo en circunstancias tan difíciles para su
defendido. Para su suerte, las ordalías están prohibidas. Para su desgracia,
el fuego político puede ser tan destructivo como el verdadero.
Es completamente
incomprensible (e inaceptable desde el punto de vista ético) que quien “pone
las manos al fuego” por Alan García sea integrante de la comisión parlamentaria
(Comisión Lava Jato) que va a investigar los actos de corrupción que
comprende el gobierno del ex presidente. Y peor aún es convertirse en un
activista enemigo furibundo de la fiscalía que, hasta donde se ve, está
actuando con independencia en la investigación de los actos de corrupción.
Quien no solo defiende a su líder sino la integridad de sus propias manos no
puede ser objetivo. Es más. Va a ser (como lo está siendo) totalmente
subjetivo.
¿Por qué poner las
manos al fuego por Alan y no por Toledo? Es una buena pregunta que solo
Mulder puede contestar. No pondría ni la uña del dedo meñique por ninguno.
Pero en el caso de Alan hay un agravante. Hace unos años fue juzgado por
actos virtualmente idénticos, con personajes similares de nombres también
extranjeros.
Ver lo que ocurre
con Toledo es un auténtico ‘déjà vu’ (esa sensación de haber ya vivido antes
lo que estamos viviendo ahora). Y cualquier diferencia va, aunque no lo crea,
a favor de Toledo y en contra de Alan en la competencia por el infame premio
de “quien es menos claramente corrupto”.
En ambos casos
estamos frente a obras de infraestructura de transporte (tren eléctrico vs.
carretera Interoceánica). En ambos casos hubo obstáculos técnico-legales para
la aprobación de las obras. En ambos casos se dice que las coimas fueron
pagadas por funcionarios de alto nivel de las empresas extranjeras
involucradas (el presidente del consorcio Tralima, Luciano Scipione, y su
asesor Sergio Siragusa en un caso, y la cabeza de Odebrecht en el Perú, Jorge
Barata, en el otro). En los dos casos hubo intervenciones notorias de
integrantes de gobiernos extranjeros (Bettino Craxi en Italia y Lula en
Brasil).
El dinero fue
depositado en cuentas de conocidos amigotes de los dos ex presidentes
(Alfredo Zanatti, amigo luego traicionado por García, y Josef Maiman, amigo
declarado de Toledo). Aquí hay una diferencia a favor de Toledo: Zanatti
declaró claramente que el dinero depositado en sus cuentas era de Alan. Hasta
ahora Maiman no echa a Toledo.
Las casas de
Ecoteva (de Toledo), que las pruebas indican vienen del dinero de la coima,
tienen su paralelo en el avión que Zanatti compró para Alan García (y cuya
propiedad quedó acreditada por un fax de fecha 29 de junio de 1992 que el
último mandó al primero) y la inversión en acciones del Canal 13 aquí en el
Perú.
Podemos seguir con
la comparación de similitudes (participación de empresas ‘offshore’,
alegación que todo es parte de una persecución política, que ambos implicados
estaban y permanecieron convenientemente en el extranjero) y diferencias. La
más evidente es que Alan tiene escuderos que lo defiendan con una lealtad a
prueba de llamas y a Toledo no lo va a defender ni siquiera su hija.
¿Cómo se salvó
Alan? Con el argumento formal y vacío de contenido: el paso del tiempo. Esa
prescripción que te salva de discutir las pruebas y los hechos. Dijo que era
muy tarde para juzgarlo. La prescripción te salva de la cárcel pero no del
infierno moral. Ojalá no pase lo mismo con Toledo.
Pero lo cierto es
que, con los antecedentes de su defendido, Mulder debería –por precaución–
comprarse un par de buenos guantes de asbesto.
http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/manos-al-fuego-alfredo-bullard-noticia-1967656
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Trump: burbujas y crisis
Germán Alarco Tosoni
Las políticas
económicas de Trump no solo son inconsistentes, sino que incuban diferentes
modalidades de crisis. Hay inconsistencias en el ámbito fiscal cuando
comience a expandir el gasto en infraestructura a través de créditos fiscales
y el de defensa a la par de una drástica reducción de los impuestos. Se
generan problemas por las distorsiones y sobrecostos de su política
proteccionista y de inmigración.
También las
políticas expansivas serían neutralizadas por la elevación más acelerada de
las tasas de interés a cargo de la FED. El viernes pasado a través de dos
órdenes ejecutivas a favor del sistema financiero ha abierto la posibilidad
de formación y explosión de burbujas en los mercados de activos.
Los tipos de
crisis económica que se podrían generar con Trump son tres: descalabro
financiero abrupto a partir de una crisis en los mercados de valores, crisis
económica progresiva y crisis luego de la formación y explosión de burbujas
financieras. Cada una tendría una dinámica y canales de transmisión
diferentes.
El primer
escenario se daría a partir de la explosión abrupta de las expectativas
negativas de los diversos agentes económicos. Los ingredientes están listos:
acciones y reacciones violentas en el campo económico aderezadaspor temas
geopolíticos-militares y la psicología de Trump.
El segundo
escenario implicaría un periodo de maduración más largo, hasta quizás con una
ligera fase expansiva, pero al final predominarían los efectos negativos de
la política comercial, la expulsión de inmigrantes, las elevación de las
tasas de interés, el déficit fiscal creciente y los problemas de
financiamiento sobre las políticas de gasto y de reducción de impuestos que
le darían aire en el corto plazo.
Las dos últimas
órdenes ejecutivas de Trump acaban de abrir la puerta para la tercera
modalidad de crisis. La formación y explosión de burbujas financieras podría
ocurrir por la combinación de la política fiscal expansiva, la reducción de
impuestos y la desregulación financiera que serían su caldo de cultivo
perfecto.
La reducción de
impuestos aumenta la liquidez en los mercados, genera prosperidad temporal,
eleva la rentabilidad de las firmas, aumenta sus valores de mercado y aviva
la especulación. Sin embargo, esta política de valorización financiera sería
contrarrestada por la política comercial que afectaría los canales logísticos
de las empresas.
Krugman (2017) nos
acaba de recordar que la desregulación financiera es del gusto de los
Republicanos. Se trataría de desarmar la reforma financiera de Obama de 2010
y relajar la responsabilidad de los administradores financieros (“Fiduciary
Duty Rule”). El ciclo de manía, pánico y crac de las burbujas descrito por
Kindleberger (1991) podría darse más rápidamente de lo normal.
http://diariouno.pe/columna/trump-burbujas-y-crisis/
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Teléfono malogrado
Augusto Álvarez Rodrich
Quito. Trabajando
hace unos años en Radio Capital –cuyos programas se basan en conversaciones
con la audiencia–, aprendí que uno puede ser responsable de lo que dice, pero
no de lo que entiende o interpreta la gente, pues en ese corto proceso se
pueden producir las distorsiones más grandes.
En algunos casos,
eso ocurre por problemas de comunicación. Por un lado, porque quien lanza la
opinión inicial no lo hace con la claridad suficiente para que el sentido de
su comentario sea inequívoco.
Por el otro lado,
también puede haber dificultades en el receptor del mensaje, ya sea por un
problema de capacidad de entendimiento, o por prejuicios que obnubilan y
llevan a interpretarlo todo al revés.
Pero también puede
haber una tercera razón para no lograr una interpretación directa de lo dicho
por otra persona: el simple interés de usar lo dicho por otro con el único
objetivo de emplearlo a favor del argumento que uno quiere desarrollar.
Es decir, no es un
problema de interpretación sino de un teléfono malogrado adrede, y eso es lo
que constato que ocurre, cada vez con más frecuencia, en el ámbito político.
Por ejemplo, esta
columna comentó, cuando estaba en marcha la censura al ministro Jaime
Saavedra, que existía el riesgo de que, en un momento futuro, se pudiera
plantear desde el congreso la vacancia del presidente Pedro Pablo Kuczynski.
Y luego se reiteró
en este mismo espacio que ese riesgo –de implicancias sumamente negativas
para el país– podía fortalecerse por todas las acusaciones que se están
desarrollando en torno a Lava Jato, especialmente por los eventos
relacionados a la aprobación de la interoceánica cuando Alejandro Toledo era
presidente, PPK premier y Fernando Zavala ministro de Economía.
La intención de
ese comentario no era otra que advertir un riesgo político futuro, un asunto
propio de cualquier columna política, de acuerdo con el enfoque de su autor.
Pero, entonces,
surgieron ‘los libre interpretadores’ de mi interpretación. Desde algunos
empresarios que creen que, aunque ese riesgo exista, es mejor ‘no decirlo’
para no perjudicar a la economía; hasta algunos que andan de saltapericos
entre Alan García y Keiko Fujimori, que sostienen que ese comentario busca
vender diarios con grandes titulares, o que esas son expresiones del
antifujimorismo radical que construye teorías conspirativas que destruyen la
democracia.
Uno solo debe ser
responsable de lo que dice, no de lo que otros quieren, maliciosamente,
malinterpretar.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/847459-telefono-malogrado
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