La terminal, crónicas de una retención en Panamá
Miguel Ángel Beltrán Villegas
Con relación a los
hechos acaecidos el pasado 12 de noviembre, cuando fui retenido en el
aeropuerto Tocumen de la ciudad de Panamá por más de 24 horas, el Consulado
de Colombia en el país vecino, emitió a través de la cancillería colombiana
un boletín donde afirmaba que no se me había permitido el tránsito a Panamá,
dentro de un “procedimiento normal de inadmisión”, y justificaba esta acción
señalando que “Cada Estado es soberano para admitir o inadmitir a extranjeros
en su territorio”, a la vez explicaba dicha decisión como “una medida
discrecional que les permite a las autoridades migratorias de cada país
impedir el ingreso de extranjeros”. Una declaración que –ante la presión de
organizaciones sociales y de derechos humanos- cumple con la formalidad de
una respuesta pero que evade las responsabilidades de este organismo frente a
su obligación de velar por el respeto de los protocolos y derechos
consagrados en la jurisprudencia del derecho internacional.
Más aún, lo que
oculta la cancillería colombiana es que el Estado colombiano -a través de sus
organismos de seguridad y sus funcionarios de migración- no sólo ampara sino
que propicia estas situaciones violatorias de derechos fundamentales,
difundiendo informes falsos sobre quienes considera sus “enemigos” (leáse:
integrantes de la oposición, líderes sindicales y miembros de organizaciones
sociales), expandiendo su represión más allá de las fronteras nacionales y
estigmatizando a quienes pensamos diferente.
Precisamente, hace
dos meses, Piedad Córdoba denunció el trato discriminatorio que recibió
cuando intentaba a ingresar a Chile. La ex senadora fue retenida por más de
una hora por funcionarios de la Policía de Investigaciones de Chile –PDI– del
Departamento de Extranjería, cuando se dirigía a Concepción a participar en
un seminario internacional convocado por la Asociación Cultural José Martí y
la Librería Nuestra América, donde se abordaría la situación del pueblo
mapuche. Antes de autorizar su ingreso y durante cerca de una hora y media,
la ex senadora fue retenida y sometida a tratos vejatorios por agentes de la
PDI, por lo que finalmente optó por retornar a Bogotá.
El año pasado
Jaime Caicedo, profesor universitario y secretario del Partido Comunista
Colombiano junto con la exsenadora y dirigente sindical Gloria Inés Ramírez
fueron detenidos arbitrariamente y sometidos a maltratos en el aeropuerto
Benito Juárez de la Ciudad de México. Los dos dirigentes de la oposición
habían llegado a México para participar en el XIX Seminario Internacional
“Los partidos y una nueva sociedad” que anualmente organiza el PT (Partido de
los Trabajadores) y donde hacen presencia numerosos representantes de
partidos y agrupaciones de izquierda de todo el mundo. Sin mediar orden
judicial alguna, los agentes del Instituto Nacional de Migración (INM)
realizaron a estos dos compatriotas agresivas requisas y los sometieron a
extenuantes interrogatorios durante tres horas, en los que decían tener en su
poder fotografías y reseñas “comprometedoras”, pero que jamás revelaron.
Un trato similar
recibió en ese mismo aeropuerto, Cindy Pérez, estudiante de la Facultad de
Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, a quien se le
preguntó si era alumna del profesor Miguel Ángel Beltrán, porque según estos
agentes del servicio migratorio mexicano “ni el profesor Beltrán ni sus
estudiantes son bienvenidos en México”. La estudiante había llegado al D.F.
con el propósito de participar en el Congreso de la Juventud Comunista de
México y durante el tiempo que permaneció detenida no se le permitió ninguna
comunicación, mucho menos se le informaron los motivos de su deportación.
Estos tratos
hostiles y discriminatorios que afectan la libertad de circulación y la
dignidad humana son favorecidos por el dócil sometimiento de dichos
gobiernos, a las absurdas políticas de seguridad trazadas desde Washington
supuestamente para combatir “el terrorismo”, y en las cuales se contempla el
intercambio de información sobre personas que los estados consideran “una
amenaza a la seguridad nacional o a la comunidad internacional”. Un claro
ejemplo de ello lo constituye Panamá. En este país, el Decreto Ley No. 3 del
22 de febrero de 2008, establece explícitamente en su artículo 50, que el
Servicio Nacional de Migración podrá negar a cualquier extranjero su ingreso
o tránsito por el país, así como revocarle la correspondiente visa o permiso,
en caso de “Tener antecedentes penales del país de origen o procedencia, o,
también, Constituir un riesgo o amenaza a la seguridad nacional o a la comunidad
internacional” [1].
La verdadera
naturaleza de esta Ley migratoria y la discrecionalidad con que se aplica,
queda al desnudo en el caso de la ex directora del DAS (Departamento
Administrativo de Seguridad) a quien el estado Panameño le otorgó asilo
político. Como se sabe la ex funcionaria no sólo no era una víctima de una
persecución política sino que se le imputaban graves cargos delictivos en
contra de la libertad de pensamiento, a través de la realización de chuzadas
telefónicas a políticos de la oposición, magistrados, periodistas y
defensores de los derechos humanos bajo el amparo de su jefe inmediato el
entonces presidente Álvaro Uribe Vélez. Transcurrieron cerca de cinco años
antes que la Corte Suprema de Justicia de ese país declarara inconstitucional
este asilo.
Son muchos los
connacionales y hermanos latinoamericanos que se han visto sometidos a estos
tratos de discriminación y estigmatización, los cuales se suman en Colombia a
la ola de amenazas, hostigamientos y crímenes contra integrantes del
movimiento social y político, que ha arreciado en las últimas semanas, en el
contexto de la implementación de los Acuerdos de La Habana. La inoperancia, y
en muchos casos la connivencia del Estado colombiano nos impone la necesidad
de denunciar estos hechos para evitar la repetición de escenarios de muerte y
persecución que durante décadas han marcado la dinámica política del país, y
este es precisamente el propósito que inspiran las presentes líneas.
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Aquel viernes 11
de noviembre cuando recibí mi visado para ir a la Ciudad de Ghana, a
participar en la 10 conferencia de la Internacional de la Educación, me
invadió una gran emoción. Llevaba ya varios días con la incertidumbre de si
podría viajar debido a algunos inconvenientes en la tramitación de mi visa,
la cual tuve que adelantar a través de la embajada de Brasil, pues en Bogotá
no era posible realizar este trámite directamente. Durante estos días de
espera me animaba la idea de encontrarme con mis amigos, colegas, compañeros
de diferentes sindicatos de América Latina, Norteamérica, Asia y Europa que
desde el 2009, cuando fui ilegalmente capturado en México, venían denunciado
ante las autoridades colombianas, mi situación de persecución como un caso de
abierta violación a la libertad de pensamiento y cátedra.
Sin embargo, había
otras motivaciones que aumentaban mi interés por visitar Ghana una de ellas
era tener la posibilidad de mi contacto físico con este país africano, con el
que literalmente me había tropezado, cuando realizaba mi tesis doctoral en la
UNAM. Mi investigación sobre el Movimiento de Liberación Nacional en México
(MLN), me condujo a un estudio de los movimientos anticoloniales en África y
Asia, y a través del mismo tuve conocimiento del protagonismo político e
intelectual que alcanzó en esos años el sociólogo y filósofo ghanés Kwame
Nkrumah, uno de los grandes líderes de la Independencia de Ghana e impulsores
de la “transición pacífica al socialismo”. Al igual que Bolívar, –y allí
radicaba mi particular interés- Nkrumah había comprendido (mutatis mutandis)
que la verdadera independencia de Ghana debería ir acompañado de la
liberación de todo el continente, agitando así las banderas del
Panafricanismo, que buscaba articular en un gran bloque unitario no sólo a
los nacionales africanos, sino a sus descendientes en otros continentes.
En el decenio de
los sesentas, los escritos y discursos de Nkrumah circularon profusamente en
México, gracias a la labor editorial del Fondo de Cultura Económica y Siglo
XXI. Ésta última casa editorial había publicado en español quizás su trabajo
teórico más importante: El Neocolonialismo, Última Etapa del Imperialismo.
Era la primera vez
que salía del país luego de recobrar la libertad, y temiendo que fuera a tener
problemas a mi salida, como ha sido característico en los últimos años,
portaba una constancia expedida por el juzgado cuarto penal del circuito
especializado el cual señalaba textualmente que: “el señor Miguel Ángel
Beltrán Villegas dentro de este proceso no es requerido y se encuentra a paz
y Salvo, pues la actuación se encuentra finalizada…”. Acompañado de este
documento llegué el viernes 11 de noviembre al aeropuerto El Dorado un poco
antes de la hora prevista para el abordaje normal de estos vuelos
internacionales. Todo el procedimiento transcurrió sin ninguna novedad sólo
que al dirigirme a la sala de espera el funcionario de migración vaciló al
momento de sellar mi pasaporte y durante varios segundos se quedó mirando
fijamente el monitor, mientras se rascaba su despoblada cabeza.
Repentinamente salió de su cubículo y me ordenó que lo acompañara. Una cierta
sensación de deja vu experimentó todo mi cuerpo. Fuimos entonces a una
oficina adjunta rotulada con el aviso de “supervisor”. Después de un rápido
intercambio de palabras completamente inaudibles para mí oído, el hombre se
retiró dejándome allí con su jefe. Antes que este último se dirigiera a mí,
le extendí rápidamente mi certificación. El hombre la leyó detenidamente, y
luego la miró una y otra vez a la luz de una lámpara como tratando de
descubrir su autenticidad, enseguida me formuló un largo cuestionario de
preguntas a las que respondí con tranquilidad, luego se retiró de su puesto
conminándome a permanecer allí. Antes de partir le recordé que mi vuelo esta
próximo y le insté para que resolviera el asunto de una manera pronta.
Después de varios minutos el supervisor volvió con mi pasaporte, me dijo que
gracias a ese papel me había salvado de ser detenido, porque en el sistema
aparecía con una orden de captura vigente. Me preguntó porqué no había
resuelto esa situación, pero le aclaré que ese trámite era responsabilidad
del juzgado. El Reconoció que así era, pero que eso nunca sucedía y me
aconsejó entonces que a mi regreso, arreglara ese problema para evitar
complicaciones. Me entregó el pasaporte y me deseó un buen viaje.
Para entonces ya
era un poco más de las 2:40 y corría el riesgo de perder el vuelo, habida
cuenta que éste partía a las 3:20, y el cierre se hacía medía hora antes.
Crucé los controles de revisión sin ningún problema y sin darme tiempo a
colocarme el cinturón corrí hacia la sala de abordaje, sujetando mis
pantalones con la mano, pero cuando llegué allí, una de las operarias me
informó que cinco minutos antes el avión había cerrado el vuelo. En el
Aeropuerto El Dorado rara vez los vuelos salen puntualmente, pero las
probabilidades de que esto suceda así, se acrecientan significativamente
cuando el pasajero va tarde. Cinco personas más estaban allí como evidencia
empírica de esta teoría. Entre ellas una estudiante de Doctorado en educación
que viajaba a San José de Costa Rica y con quien entablamos conversación. A
ella le urgía asistir a unos seminarios que se impartirían el fin de semana
así que optó reprogramar su viaje para las seis de la tarde, pero desistió
cuando la funcionaria de la aerolínea le aclaró que para ello debía pagar la
módica suma de un millón setecientos mil pesos (un poco más de lo que había
costado su boleto). Ante estas circunstancias se ofreció a acompañarme a
reclamar la maleta, sin pensar que en la devolución de la misma la Aerolínea
no fue igual de diligente y cumplida que para cerrar el vuelo, por lo que
tuvimos que permanecer más de tres horas en la terminal aeroportuaria.
Retorné entonces a
mi casa pensando en aquel fallido vuelo, pero con la tranquilidad de que al
menos mi colega Pedro Hernández, había podido viajar en representación de
ASPU. La sorpresa fue que éste tampoco había podido viajar debido a
circunstancias personales y lo haría el día siguiente. Esa situación
excepcional, hizo posible que los organizadores de la Conferencia
reprogramaran mi vuelo. Así que al día siguiente, organicé nuevamente mi
viaje por la ruta Panamá- Amsterdam, pues esta era la opción que se nos
presentaba. Para evitar contratiempos, estuve tres horas antes. Esta vez en
las oficinas de migración me atendió el mismo funcionario que recordaba mi
caso y no me interpuso mayores trabas. En el momento en que la aerolínea
anunció el abordaje del vuelo, me encontré en la sala de espera con Pedro
Hernández, así que ingresamos juntos.
Para evitar
confusiones arrojé las tarjetas de abordaje del día anterior a la basura, o
al menos eso creí que hacía, porque en el momento de presentar mi pasabordo,
sólo tenía los del fallido vuelo anterior. Por suerte la operaria de Copa era
una de las funcionarias que me había acompañado en todo el calvario de
reclamar mi maleta el día anterior y resolvió la situación de una manera
solícita, pero me advirtió que no podría reponerme el ticket de la maleta por
lo que seguramente tendría alguna dificultad a la hora de reclamarla.
El vuelo partió
sin contratiempos y una hora después ya estábamos sobrevolando Panamá, y como
tenía asignada la silla de la ventana pude contemplar el espectáculo visual
del canal de Panamá, así como los barcos de carga, y el oleaje del mar. Esta
vista panorámica permite entender la posición geográfica privilegiada que
tiene Panamá y que históricamente le ha permitido cumplir un papel como lugar
de tránsito de personas extranjeras, eso lo comprendió tempranamente el
colonialismo español, cuando la travesía del conquistador Vasco Núñez de
Balboa, en compañía de varios nativos, puso ante los ojos occidentales la
existencia de ese gran océano al que denominaron Pacífico. Así lo entendió
también Estados Unidos, quien muy pronto logró firmar un tratado favorable a
sus intereses conocido como el Tratado Mallarino-Bidlack (1846), “mediante el
cual se confieren amplios privilegios a Estados Unidos para utilizar el Istmo
de Panamá, así como potestad para reprimir los conflictos sociales en esa
región -entonces parte integral del territorio colombiano”, como nos lo
recuerda el historiador Renán Vega en su informe de la comisión histórica de
las Causas del Conflicto y sus Víctimas.
Finalmente en 1903
EU. favoreció la secesión de Panamá del territorio colombiano, interviniendo
militarmente y asumiendo la construcción de un Canal, que logró comunicar los
dos océanos en menos de 10 horas, y que costó la vida de 30 mil obreros, por
las difíciles condiciones de trabajo. Pero, como en su momento lo señaló el
general panameño Omar Torrijos “[…] lo que fue una conquista tecnológica para
la humanidad, las deformaciones históricas la convirtieron en una conquista
colonial de nuestro país” con: “Tropas extranjeras, el Comando Sur, idioma
extranjero. Una nación en el corazón de otra nación. Dos culturas, dos
economías, dos sistemas", situación que ha permanecido, pese a los
tratados que pusieron fin a la presencia militar y civil del país del norte en
el canal de Panamá.
Trataba de
retrotraer a mi mente los recuerdos de la última intervención militar de los
Estados Unidos en Panamá y cuyas impactantes imágenes pudimos observar en los
noticieros locales e internacionales, unos días antes de la navidad de 1989,
cuando el avión tocó pista y pocos segundos después el piloto anunció que
habíamos llegado al aeropuerto internacional de Tocumé en ciudad de Panamá,
advirtiendo casi enseguida, que alistáramos nuestros pasaportes, porque a la
salida del vuelo, agentes de la guardia Panameña iban a solicitar
identificación a todos los pasajeros. Algo similar a lo que había sucedido en
mi tránsito anterior por Panamá, sólo que en aquella ocasión el piloto no
realizó ningún anuncio. Como mi silla estaba ubicada en la penúltima fila de
atrás, fui uno de los últimos en salir del avión. Pero apenas si caminé un
par de pasos cuando un hombre joven, alto y macizo requirió mi pasaporte y al
leer mis datos personales, su rostro se iluminó:
- ¿Usted es Miguel
Ángel Beltrán?
- Sí. ¿En qué
puedo servirle?
- Necesito que me
acompañe para hacerle una entrevista
Sabía a que se
refería con “entrevista” (interrogatorio) pero fingiendo un poco de locura le
respondí:
- Ahora no puedo
porque tengo que abordar una conexión inmediata
- No se preocupe,
es un procedimiento de rutina que no le va a tardar mucho –me dijo con una
imperturbable compostura
En ese preciso
momento se acercó Pedro que unos segundo antes me había divisado, y trato de
intervenir en el asunto, pero el agente le preguntó
- ¿Usted es el
papá?
- No. Yo soy un
colega y venimos juntos porque vamos a un Congreso Internacional de Educación
Superior
- Ahh es que se
parecen. Pero si viajan los dos venga con nosotros que también le vamos a
hacer una corta entrevista.
Escoltados por dos
hombres llegamos hasta una oficina ubicada lejos del sitio de abordaje, la
inquietud que me invadió en todo ese trayecto era saber ¿en qué me parecía a
Pedro?
En la oficina nos
aguardaban varios hombres y una mujer delgada y de ojos azules que, después
supe, era una italiana que había sido retenida en el aeropuerto. A los pocos
minutos salió acompañada de dos guardias y acto seguido ordenaron mi ingreso,
mientras Pedro permaneció fuera explicando una y otra vez quiénes éramos, los
motivos de nuestro viaje, etc.
Después de negarme
a contestar dos o tres preguntas referidas a mi familia y al advertir que
este interrogatorio iba para largo, les pedí el favor que hablaran primero
con mi colega para que al menos no perdiera el vuelo, pues los tiempos eran
apremiantes. El funcionario me aclaró que él si quería podía continuar el
viaje porque no tenía ningún impedimento y ya no era necesario entrevistarlo
(porque la información que requerían ya la habían obtenido). Así se lo
informaron a Pedro, pero él persistía en aclarar la situación y quedarse
conmigo. Entonces yo le insistí que lo mejor era que continuara el trayecto,
antes de perder la conexión. Así lo hizo, y a partir de ese momento comenzó
el interrogatorio; dos hombres y una mujer se encargaron de hacerlo. Las
preguntas iban y con la rapidez de una ráfaga seguramente para no darme
tiempo de pensar mucho. Muchas de estas preguntas eran tan absurdas como las
que suele hacer migración USA, cuando se diligencia la visa o se ingresa a
territorio norteamericano, algo así como: ¿porta usted armas de corto o larga
alcance? ¿piensa usted desarrollar actividades terroristas en nuestro
territorio? Preguntas que uno está tentado a responder sarcásticamente pero
mi osadía no llegaba a tanto.
- ¿Es usted profesor
universitario? [¿ Acaso no lo parezco?]
- ¿ASPU es una
organización legal? [Por supuesto que No. ASPU Es una organización terrorista
similar a Al qaeda ¿no me digan que no notaron el asombroso parecido de Pedro
Hernández con Osama Bin Laden?]
- ¿A propósito, el
señor Pedro es el presidente de ASPU? [Boludos, si ya saben que mi papá es el
presidente ¿para que preguntan?]
- ¿Cuáles son sus
ideales de lucha? [¿Cuál va a ser? Obviamente el derrocamiento del poder
burgués por la vía armada]
- ¿Son los mismos
que defendía el Ché Guevara? [¿y todavía lo ponen en duda?]
- ¿A qué país se
dirige? [A Ghana, así dice en el boleto electrónico que me retuvieron o
¿acaso no leyeron?]
- ¿Con qué
frecuencia asiste a esas reuniones? [a conferencias internacionales en
África….ummmmm!!! casi una vez por semana]
- ¿Esa conferencia
de la Internacional de la Educación está autorizada? [bajando la voz: No. Es
clandestina pero no se lo cuente a nadie, menos a Trump que es tan
quisquilloso en estos temas]
- ¿Quiénes
participan en esta conferencia? [gente muy peligrosa: defiende la educación
pública]
- ¿Por qué la
realizan en un país tan lejano? [los compañeros africanos piensan otra cosa.
Dicen que si la hubieran hecho en América o Europa sería very, very far. En
últimas es cuestión de gustos]
Como suele suceder
en estos casos, cualquier “anormalidad” resulta sospechosa y hubo una en
especial que no terminaban de comprender:
- ¿Cómo así que usted
botó la tarjeta de abordaje junto con el ticket para recoger su maleta,
pensando que era de un vuelo anterior? [haber, cógeme los huevos para que le
crea]-me repetía el guardia una y otra vez.
Hubiera podido
pasar toda la tarde contándoles proezas similares, como cuando por
equivocación en el aeropuerto de Popayán me subí a un avión de la policía que
transportaba funcionarios gubernamentales y el piloto pretendió acusarme de
tentativa de secuestro, sin embargo las circunstancias no parecían propicias
para este tipo de anecdotas. Al final me preguntaron si tenía algún documento
que acreditara mi vinculación con la Universidad Nacional y entonces no dudé
en entregarles mi antiguo carné de docente, olvidando que al respaldo tenía
una pequeña leyenda donde estaban consignados todos mis datos de domicilio,
correo electrónico y teléfono fijo para en caso de pérdida poder
recuperarlos. Así que toda la información que me negué proporcionar, los
agentes policiales la obtuvieron con una sencilla fotocopia a blanco y negro.
Al concluir la
“entrevista” me informaron lo que ya sospechaba, esto es, que no podía
transitar por el país y que mantendrían mi computador y documentos retenidos
hasta nueva orden; jamás me explicaron las razones por las cuales tomaban
dicha determinación, mucho menos me informaron sobre los protocolos a seguir.
Simplemente dos hombres que se ubicaron a lado y lado, me bajaron por unas
escaleras y me colocaron en una sala anexa al sitio de migración, el cual se
encontraba por un guardia que tenía un libro donde hizo la anotación: nombre,
nacionalidad, vuelo de procedencia, vuelo destino, aerolínea, motivo de
inadmisión. Fue en ese momento que escuché por primera vez acerca del
artículo 50.
El lugar donde me
condujeron, y donde habría de permanecer el resto del tiempo, era una sala
pequeña con dos ambientes, aislada por una cinta de color amarillo. Salvo la
italiana con quien nos habíamos cruzado en la oficina, las personas que
estaban allí eran de nacionalidades consideradas “peligrosas”: andinas,
centroamericanas, árabes, y sureños, que habían arribado a Panamá desde
distintos lugares, algunos con trajes y aspecto humilde. En este grupo se
encontraba, también, un egipcio que llevaba dos días retenido en la terminal,
al igual que un colombiano que por su acento supe era de origen paisa. En un
principio este último se dirigió a mí con cierto recelo por lo que opté por
guardar un prudente silencio. Sin embargo las mismas circunstancias de abuso
que compartíamos nos permitió ir ganando confianza y fue entonces cuando me
comentó detalles de su situación. Me relató que viajaba por Copa desde
Pereira hasta Managua (Nicaragua), haciendo escala en Panamá y que cuando
estaba próximo a aterrizar en este aeropuerto, sufrió un desmayo en el avión,
pues desde hace varios días tenía problemas de salud. Fue reportado como
sospechoso a las autoridades migratorias que lejos de brindarle los primeros
auxilios, lo sometieron a una exhaustiva requisa y a pesar que no le
detectaron ningún elemento sospechoso, decidieron devolverlo a su país de
origen. De eso hacía ya dos días. Su historia me hizo comprender que mi
estancia en la terminal podría prolongarse por un largo tiempo, por lo que
casi de manera instintiva me dirigí al guardia de turno para solicitarle una
llamada a mi familia, la cual me fue negada. Entonces le pregunté por qué me
tenían retenido y a qué horas iba a ser embarcado para Colombia.
- No sé nada, yo
sólo me limito a cuidarlos y cumplir con las órdenes que recibo –me contestó
en un tono bastante seco.
- Entiendo que
usted cumpla con sus funciones, pero también debe entender que como persona
privada de la libertad tengo derechos, y uno de ellos es precisamente el de
una llamada para comunicar a mis familiares la situación.
El funcionario me
miró con un gesto de asombro, como si hubiese pronunciado una blasfemia. Al
parecer no estaba muy acostumbrado a este tipo de reclamaciones, entonces
frunciendo el ceño me dijo:
- No señor, Usted
no está privado de la libertad, simplemente se halla retenido, porque no le
está permitido transitar por territorio Panameño.
- Bueno, y si no
me encuentro en territorio panameño, ¿en dónde estoy? Porque hasta donde
puedo ver esta área hace parte del aeropuerto. –le repliqué adoptando un tono
sarcástico.
El hombre se
limitó a responderme que no nos hallábamos en territorio de Panamá sino en un
“punto de ingreso” al mismo.
Seguramente donde
los cuerpos no tienen materia ni ocupan un lugar en el espacio –pensé- y como
necesitaba hablar a mi familia para reportar la situación le pedí que me
permitiera entrevistarme con su jefe, habida cuenta que él no podía resolver
nada.
- Mi jefe es la
supervisora y va a ser imposible que hable con ella porque en este momento
tiene muchas ocupaciones.
- Supongo que una
de sus ocupaciones es resolver este tipo de situaciones –le respondí en voz
baja, y como vi que ya no tenía disposición para hablar me retiré hacia una
de las sillas.
Mi conversación
con el guardia fue escuchada con mucha atención por los demás retenidos y
tuvo la virtud de romper el hielo en el interior del grupo. El colombiano se
aproximó y, en voz baja me dijo que no me peleara con “esos hijueputas”
porque lo único que iba a ganarme era más complicaciones, y me recordó que él
llevaba ya dos días allí. Distinta fue la actitud de la italiana que de
inmediato compartió mi queja, y en un tono de indignación creciente, que expresaba
en voz alta, me comunicó todos los abusos que habían cometido contra ella. La
mujer venía procedente de Milán (Italia), vía Madrid, y se dirigía a México,
donde la esperaban sus dos hijos, pero por algún “problema judicial” que tuvo
en el pasado (el cual no me especificó) no le permitían el paso y la iban a
devolver hasta su ciudad de origen, arruinando todos sus planes de fin de
año, pues por razones económicas le iba a ser imposible reformular su viaje.
Poco a poco todos
fueron socializando sus situaciones, algunos con más detalles otros con
menos, pero haciendo cada vez más conciencia de la arbitrariedad que se
estaba cometiendo en contra nuestra. Les propuse, entonces, que siguiéramos
presionando al guardia al menos para que se nos permitiera una llamada, y
para que la invitación no se quedara en palabras yo mismo me dirigí hasta el
puesto de vigilancia e increpé al agente para que me permitiera una llamada.
Casi al unísono conmigo la italiana intervino focalizando la atención del
guardia sobre ella:
- Mire, yo
necesito que me permitan tomar mi vuelo a México que parte a las 9 de la
noche. No tengo interés en quedarme de Panamá, sólo estoy de tránsito y
necesito llegar a México porque mis hijos me están esperando.
- Aquí no se hace
lo que Usted diga, aquí hay unas normas.
- Pero entonces
las normas hay que decírselas a todas las compañías aéreas: “En este país no
se aceptan personas que tengan antecedentes penales”. Si alguien de la
aerolínea me hace un boleto y me dice que se puede. Yo lo pago, tengo mi
pasaporte en regla, todo en regla, ¿qué más quieren?
- Esté tranquila
señora
- Pero, ¿cómo
puedo estar tranquila? ¿Usted estaría tranquilo con sus hijos esperándolo? No
podría estarlo, no me diga lo contrario porque no es así. Este es un
procedimiento que no tiene sentido. Me están reteniendo, aquí me están
reteniendo. Tengo mi pasaporte, tengo mi boleto y no me están dejando pasar a
México. Es una vergüenza.
- Esto es un
secuestro, ni siquiera nos han permitido realizar una llamada –intervine yo
- Yo voy a
denunciar esto. Esto es un secuestro de personas […]
La protesta se fue
expandiendo como en un efecto dominó, y al cabo de unos segundos los que
estábamos allí retenidos empezamos a verbalizar nuestra inconformidad
reprimida. Los funcionarios de Migración ubicados en las áreas adjuntas, al
escuchar los crecientes murmullos, llegaron hasta donde nos encontrábamos sin
tener claridad de lo que estaba sucediendo, y mucho menos cómo proceder.
Curiosamente las mujeres se ensañaron con su congénere tratándola de loca y
demente. La espontánea protesta tuvo efectos positivos porque obligó al jefe
de migración a hacer presencia, y luego de una breve reunión con el cuerpo
funcionarios, se dirigió a nosotros, tomó nuestras quejas, y dispuso que se
nos permitiera una llamada –la cual vale aclarar tendríamos que pagar
nosotros- y expresamente nos manifestó que si teníamos dinero, podríamos
salir por turnos, acompañados de dos agentes a comprar comida. En ese
momento, mi apremio fundamental era por agua, pues sentía mi cuerpo
deshidratado, pero cuando me informaron que la botella de 600ml tenía un
costo de 4 dólares y medios opté por hacer sólo una llamada, al igual que la
mayoría de retenidos.
Este pequeño pero
significativo triunfo colectivo generó un clima de complicidad y una
espontánea solidaridad en todo el grupo, que poco a poco fueron dando a
conocer sus historias:
Carlos Alberto era
un técnico en refrigeración, originario de República Dominicana, y se dirigía
a Cuba a realizar algunos trabajos en ese ramo. Su adolescencia la había
vivido en Estados Unidos, donde trabajó como mesero en un restaurante, pero
el dueño del mismo, se negó a pagar su salario, y entonces él lo golpeó,
siendo juzgado por tentativa de homicidio; por lo que tuvo que permanecer
varios meses en la cárcel. De eso hacía ya más de veinte años, pero como él
mismo lo reconocía había “enmendado su error” y ahora se dedicaba a ganarse
la vida dignamente, sin hacerle mal a nadie.
Elías era un joven
ecuatoriano con rasgos marcadamente indígenas. En un principio me dijo que
viajaba a Panamá queriendo hacer turismo, pero después me aclaró que en
realidad tenía proyectado solicitar en su país la visa americana para buscar
nuevos horizontes de trabajo allí, y le habían sugerido que hiciera sellar su
pasaporte en otro país, porque así aumentarían sus probabilidades de que se
la otorgaran. Tal vez mal informado le recomendaron que lo hiciera en Panamá
y ahora se lamentaba amargamente de haber dilapidado sus ahorros de varios
años.
La chica
venezolana, según pude darme cuenta, tenía una larga trayectoria como
migrante. Años atrás había cruzado como “mojada” en Texas oculta en un camión
de pollos, y pese a que logró alcanzar territorio estadounidense tuvo la mala
fortuna de que a los pocos días la encontraron indocumentada y la deportaron.
Me relató además que actualmente vivía en Panamá, donde su esposo tenía un buen
trabajo, pero a ella todavía no le daban la residencia, por lo que cada tres
meses tenía que salir de Panamá y volver a ingresar como turista. En esta
ocasión había ido a visitar una hermana que hacía 17 años no veía. Su
trayecto era: Panamá –Madrid - Barcelona- Panamá, sólo que al llegar a
Madrid, se había peleado con una agente de migración, cuando ésta asumiendo
una actitud humillante puso en duda legalidad de los 3500 euros que portaba
en efectivo. La venezolana le respondió en un tono, que no desmerecía el de
su interlocutora, lo que le valió su retención inmediata. Después de una
denigrante requisa, no le permitieron el paso por el Aeropuerto de Barajas y
ordenaron su deportación a su país de origen. A su retorno, al tener una
escala obligada en Panamá, los servicios migratorios de esta nación caribeña
le exigían que fuera a Venezuela, sellara su pasaporte y entonces si podría
ingresar a Panamá. Así de absurda son estas normativas migratorias.
A las 10 de la
noche el colombiano, el dominicano y los ecuatorianos habían sido enviados en
un vuelo de regreso a su país. En la sala sólo permanecíamos la italiana, la
venezolana, el egipcio y yo, por lo que fue inevitable socializar nuestras
experiencias personales. Por un momento, la situación que vivíamos me recordó
–y así se los expresé a los presentes- la película La Terminal protagonizada
por Tom Hanks y dirigida por Steven Spielberg, la cual recrea en un estilo
tragicómico las vivencias de un hombre que llega al aeropuerto de Nueva York,
procedente de un país lejano, y las autoridades migratorias de ese país le
impiden su acceso porque en su país se ha desatado una guerra civil, por lo
que el pasajero se ve obligado a permanecer en la terminal varios meses en
los cuales ocurren una serie de eventos muy similares a los que estábamos
viviendo. Todos habían visto la película y el comentario les generó mucha
risa. La italiana, por su parte, nos comentó que había visto una película
francesa todavía más cercana a nuestra situación, en la cual un grupo de personas
de diferentes nacionalidades se encuentran atrapadas en el aeropuerto de
París, debido a circunstancias diferentes: alguien que ha perdido el
pasaporte, otro que se encuentra indocumentado, etc.
A estas alturas de
la conversación me encontraba recostado en una vieja y achacosa silla, y no
supe en que momento me quedé profundamente dormido. Solo sé que hacia la
medianoche me despertó un estruendoso ruido que amenazaba con derruir los
cimientos del estrecho cuarto donde me encontraba. Transcurrieron algunos
segundos antes de advertir que el terremoto era provocado por los
estrepitosos ronquidos del egipcio que aunque capaces de despertar a las
momias faraónicas no lograron frustrar mi sueño. Al parecer no todos tuvieron
esa fortuna, una de ellas fue la italiana, que antes de las cinco de la
mañana ya estaba en pie, según me lo hizo saber después. Transcurrida media
hora desperté yo, y luego de un rápido aseo, conversamos animadamente; fue
entonces cuando me contó detalles de su historia. Para escucharla tuvimos que
salirnos a un estrecho espacio contiguo a la sala, porque los fuertes
ronquidos del egipcio no lo permitían.
Me dijo que tenía
sus hijos en México, y que periódicamente viajaba a este país, donde
permanecía cuatro o cinco meses, pues ya le habían otorgado la residencia.
Era la primera vez que hacía tránsito por Panamá y, nunca antes había tenido
un problema similar. No resistí la curiosidad de preguntarle cuál era la
causa de su retención, tema en el cual hasta el momento había sido muy cauta.
Me explicó, entonces, que en los años 70 siendo estudiante universitaria
había participado en un movimiento ecologista de Milán (Italia). En el marco
de estas actividades había conocido integrantes de grupos de izquierda
radical que posteriormente fueron reprimidos y penalizados. Debido a su
cercanía con estas personas, se le abrió un proceso judicial bajo la
sindicación de pertenecer a dichas organizaciones por lo que tuvo que salir
de Italia y terminó radicada en México, gracias al apoyo de algunos amigos. Al
cabo de unos años, cuando hubo mejores condiciones políticas retornó a Milán,
dispuesta a arreglar sus cuentas pendientes con la justicia italiana, lo que
efectivamente hizo. De eso hacía cerca de 25 años, por lo que no lograba
comprender cómo después de tanto tiempo recibía este tratamiento a pesar de
no tener ningún requerimiento judicial.
Nuestra
conversación que derivó hacia otros temas de la más diversa índole fue
interrumpida por el cambio de guardia, a eso de las ocho de la mañana. El
hombre que llegó era una persona de edad, bastante parlanchín y con una
aparente actitud afable; y digo “aparente” porque a pesar de que manifestaba
estar de acuerdo con todas nuestras peticiones, al igual que los funcionarios
que le antecedieron en el turno no nos permitió comer ni mucho menos hacer
una llamada porque, según su criterio, “nosotros no colaborábamos”. Las
diferencias surgieron, cuando nos llamó para tomarnos las huellas digitales
de la mano y un par de fotos de frente y de lado. Yo me negué a hacerlo, y le
recomendé a la italiana que no se sometiera a esa humillación, porque
nosotros no éramos delincuentes y además no estaban autorizados a realizar
estos procedimientos que constituían una vulneración a nuestros derechos
fundamentales.
Antes de este incidente
había tenido la oportunidad de sostener algunos esporádicos diálogos con el
guardia, a través de los cuales fui clarificando las circunstancias por las
cuales me encontraba allí. De él obtuve mayores detalles sobre el mencionado
artículo 50 de la Ley de Migración Panameña, el cual afirmaba era una
imposición de los Estados Unidos. Ellos son los que deciden y nosotros sólo
somos simples ejecutores. Me dijo, también de manera confidencial que a
partir del próximo año en la oficina donde fui retenido iban a estar
directamente agentes norteamericanos, medida que no parecía compartir mucho.
Se expresaba en un tono bastante nacionalista, y hubiese deseado profundizar
sus puntos de vista, pero nuestra comunicación quedó interrumpida luego de
rehusarme a ser reseñado.
A eso de las 10 de
la mañana llegaron al lugar donde nos encontrábamos dos funcionarios de
migración con un pasajero peruano que fue retenido por tener vencido su
pasaporte, y entonces aproveché para dirigirme a uno de ellos que parecía
tener cierta autoridad:
- Ustedes me están
tratando como a un criminal. Me están aislando, no me están permitiendo la
comunicación; incluso cuando alguien es detenido le permiten una llamada y un
abogado. Esto es lo mínimo que deben hacer. Sin duda pueden establecer las
leyes que quieran, pero por encima de Ustedes existen unos derechos
universales y uno de ellos es el derecho a la comunicación y el derecho a la
libre circulación, salvo que hubiera cometido un delito, sobre el cual
deberían tenerme informado. Pero como lo cierto es que yo no he cometido
ningún delito ni en mi país, ni acá, ni en ninguna parte, y llevo 17 horas
privados de la libertad, esto se ha convertido en un secuestro. Necesito que
por lo menos me indiquen a qué hora voy a salir, porque no puedo estar aquí
el tiempo que Ustedes quieran.
- En este momento
solo tiene que esperar
Y efectivamente
eso fue lo que nos vimos forzados a hacer hasta las tres de la tarde que hubo
un cambio de turno en la guardia. El funcionario que llegó era una persona bastante
joven, con el cabello recortado y una cara ovalada adornada con un precario
bozo de adolescente. Su fisiognomía proyectaba la imagen de un hombre
metódico y ordenado, y esta primera impresión la pudimos corroborar cuando le
presentamos nuestro “pliego de solicitudes” y nos respondió que lo
esperáramos media hora mientras se organizaba y buscaba solución al mismo.
Para entonces, llevábamos más de veinte horas sin probar alimento y el hambre
parecía ganarnos la batalla. De hecho, antes del relevo de guardia, tuvimos
que llamar a la unidad médica para que atendieran a la italiana que había
sufrido un vahído como consecuencia del obligado ayuno. Aunque mi situación
no alcanzaba tales magnitudes, con el paso de las horas amenazaba con tomar
un rumbo similar.
Tan pronto el
reloj marcó las tres de la tarde volvimos en compañía de la venezolana a
interpelar al guardia, y le hicimos saber que la italiana se encontraba con
problemas de salud, por lo que era imprescindible que le dieran atención
prioritaria. En esta ocasión el hombre no nos hizo esperar sino que realizó
un par de llamadas, y no sé si por iniciativa propia u órdenes superiores nos
permitió la compra de comestibles, así que casi 24 horas después de nuestra
retención, ingerimos por primera vez alimento. Ante mi insistencia frente a
la autorización de una llamada para informar a nuestros familiares de la
situación que estábamos viviendo, fue enfático en responder que sólo
podríamos hacerla al momento de abordar el vuelo. La mujer venezolana me guiñó
un ojo, y cuando estuvo fuera del alcance visual y auditivo del guardia, me
comentó que como venía devuelta del aeropuerto de Madrid, los servicios
Migratorios de Panamá no la habían requisado, por lo que tenía en su poder el
teléfono celular, el cual me ofreció para realizar una llamada.
Con mucha cautela
porque en el área había varias cámaras, busqué infructuosamente comunicación
con Bogotá. La verdad es que dada mi obstinada resistencia a los celulares no
tenía a mi disposición mayores contactos. Caso diferente a la italiana quien
rápidamente logró establecer contacto con sus hijos en México y mover una
amplia red solidaria de amigos. Estábamos en estas labores conspiratorias
cuando sorpresivamente los tres que permanecíamos aún retenidos en la sala fuimos
notificados de nuestros vuelos de retorno, que estaban programados con pocos
minutos de diferencia. Llegaba a su fin una historia que no tiene nada de
extraordinaria pero que numerosos latinoamericanos hemos vivido en los
aeropuertos internacionales y, particularmente, en el de Panamá.
*****
Luego de mi
partida la venezolana logró comunicación con Bogotá pues los servicios
migratorios de Panamá jamás cumplieron con su palabra de permitirme una
llamada antes del viaje. Gracias a la información suministrada, familiares y
amigos me esperaban en el Aeropuerto El Dorado. A través de ellos tuve
conocimiento de las gestiones que diferentes organizaciones sociales,
políticas y defensoras de derechos humanos habían hecho ante la Cancillería
colombiana buscando salvaguardar mis derechos e integridad. Sea este el
momento para agradecerles su solidaridad. Por su parte los compañeros y
colegas de la Internacional de la Educación, me brindaron la posibilidad de
un nuevo vuelo, por lo que finalmente el 14 de diciembre pude viajar a Ghana,
evitando hacer escala en Panamá y aunque en menos de dos días mi pasaporte
había sido sellado en ese mismo punto, con una anotación de que me encontraba
a paz y salvo Migración Colombia me retuvo cerca de una hora. Ante mi
reclamación el funcionario me dijo:
- Agradezco que le
estoy haciendo un favor, porque en el sistema aparece una orden de captura y
la puedo hacer efectiva.
- No necesito que
me haga favores, yo tengo todos mis papeles en regla…..
Y lo que siguió me
recordó inevitablemente un pasaje de El Proceso de Franz Kafka, cuando el
protagonista Joseph K, trata de identificarse al momento de ser arrestado:
Aquí están mis
documentos de identidad.
–¿Y qué nos
importan a nosotros? –gritó ahora el vigilante más alto–. Se está comportando
como un niño. ¿Qué quiere usted? ¿Acaso pretende al hablar con nosotros sobre
documentos de identidad y sobre órdenes de detención que su maldito proceso
acabe pronto? Somos empleados subalternos, apenas comprendemos algo sobre
papeles de identidad, no tenemos nada que ver con su asunto, excepto nuestra
tarea de vigilarle diez horas todos los días, y por eso nos pagan. Eso es
todo lo que somos. No obstante, somos capaces de comprender que las
instancias superiores, a cuyo servicio estamos, antes de disponer una
detención como ésta se han informado a fondo sobre los motivos de la
detención y sobre la persona del detenido. No hay ningún error. El organismo
para el que trabajamos, por lo que conozco de él, y sólo conozco los rangos
más inferiores, no se dedica a buscar la culpa en la población, sino que,
como está establecido en la ley, se ve atraído por la culpa y nos envía a
nosotros, a los vigilantes. Eso es ley. ¿Dónde puede cometerse aquí un error?
Nota
[1] Otras causales
de inadmisión son: Existencia de una orden de autoridad competente que impida
su entrada; Presentar a la autoridad competente, documentación nacional o
extranjera, material o ideológicamente fraudulenta o adulterada, con el
propósito de obtener la visa de ingreso al territorio nacional; Intentar
ingresar al territorio nacional con un documento que no cumple con los
requisitos que exige la legislación vigente Padecer de alguna enfermedad que
el Ministerio de Salud califique como riesgo sanitario, o provenir de un país
o región que la Organización Mundial de la Salud o la Organización
Panamericana de la Salud hayan declarado de alto riesgo epidemiológico; Haber
sido deportado o expulsado del país y la orden se mantiene vigente. 8.
Infringir el presente Decreto Ley o su reglamentación.
http://rebelion.org/noticia.php?id=220707
article20701
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miércoles, 21 de diciembre de 2016
La terminal, crónicas de una retención en Panamá
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