Democracia sin romanticismos - Ian Vásquez - El mundo en 1917 y en el 2017
Rafael Roncagliolo - Lava Jato de todos los colores
Raúl Tola - Los malos ganadores
Carlos Meléndez - Patrones de ética
Augusto Álvarez Rodrich
Presidencias eternas - Mirko Lauer
Regresando a lo básico - Alfredo Bullard
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Cuéntamelo todo y exagera!
Alexander Huerta-Mercado
¿Se han dado
cuenta de que, al prender la televisión, las noticias se han vuelto
espectáculo? Es decir, una narrativa de película policial lo cruza casi todo.
Ya las fotos de los sospechosos, delincuentes o víctimas no son las serias,
impersonales y selladas fotos carnet sino que son extraídas del Facebook.
Ahora los crímenes no son informados por la prensa sensacionalista con fotos
de cadáveres, sino que se construyen historias de varias entregas donde se
relatan las relaciones amorosas, las traiciones y los odios que llevaron a
que estos se cometan. Se habla con cierta melancolía de “la civilización del
espectáculo”, pero pienso que estamos ante una situación más interesante.
Mientras las
noticias se vuelven espectáculo, los programas de espectáculo se convierten
en “reales” y ya no estamos ante la mímesis aristotélica de la realidad, sino
frente a dramas de la vida real.
Así pues, en estos
hermosos y coloridos mosaicos que parecen ser los puestos de periódicos,
aparecen titulares enormes atravesando rostros de políticos o miembros de la
Iglesia en una temporada realmente apocalíptica de destapes. Pero también
aparecen los rostros de chicos y chicas de programas como “Combate” o “Esto
es guerra”, modelos, bailarinas y cantantes de cumbia. Todos están ahí, exhibiéndose
porque han hecho algo que generalmente merece escarnio.
En este artículo
quisiera tratar de encontrar una explicación a nuestro gusto por el chisme.
El hablar sobre otros en su ausencia –es decir, chismear– es una práctica que
ha gozado de mala fama pero que, sin embargo, ha sido determinante para
nuestra existencia como grupo.
El antropólogo
sudafricano Max Gluckman descubrió que en las comunidades africanas el
chismear es una forma interesante de mantener unida a la sociedad tanto en
las tribus de las llanuras como en las calles de la ciudad moderna.
Gracias al chisme
se mantienen los valores del grupo. Así, nadie querría dar una “mala imagen”
frente a los demás, rompiendo las reglas sociales. Exactamente lo que
nosotros llamamos el miedo al “qué dirán” cuya moneda social es la culpa o la
vergüenza que pagamos si somos atrapados haciendo lo indebido.
Si leemos los
comentarios que se hacen en las noticias de espectáculos, es interesante ver
cómo se celebra que los “tramposos” o “tramposas” sean descubiertos.
Preocupante es ver cómo en el chisme las mujeres están doblemente vigiladas y
juzgadas en los aspectos morales.
Gluckman observó
también que el chisme permitía al grupo elegir a quién aceptar como miembro
de su entorno. Acusaciones de brujería o de violencia podían generar rechazo
a potenciales nuevos integrantes del grupo. Lejos de las llanuras africanas,
en mi experiencia como alumno y profesor, siempre he visto a los estudiantes
formar grupos para trabajos académicos teniendo en cuenta la “fama” de los
potenciales miembros. Generalmente, aquellos con fama de vagos o
irresponsables tienen dificultades en ser aceptados. La irrupción agresiva de
redes sociales como Facebook permite incluso que potenciales jefes o
contratistas se informen de la supuesta vida privada de los candidatos a
alguna labor de una manera tan chismosa como arbitraria.
En tercer lugar,
Gluckman notó que el chisme permitía la selección de líderes, puesto que
ningún grupo tribal aceptaría a un líder con fama de violencia familiar o
malos antecedentes en su vida política.
En nuestra propia
tribu, la vida privada de nuestros líderes es bastante vigilada. En el caso
del Perú, hasta dos presidentes han tenido que admitir de manera pública que
han tenido hijos fuera del matrimonio, obligados por la presión de los medios
y el público en general.
Gluckman llega a
la conclusión que, lejos de ser algo negativo, el chisme se constituye como
una “goma social” que mantiene los valores del grupo y garantiza que todos se
sientan vigilados.
Esta visión
optimista no deja de tener razón y nos permite entender que generamos
“comunidades de chismosos” en donde todos conocemos sobre la vida y milagros
de nuestros conocidos. En una reunión los grupos se integran al conocer a
determinadas personas. Quienes no puedan articularse con estas historias se
sentirán excluidos. Esto pasa constantemente en nuestro ámbito familiar,
laboral y amical.
Desde la incursión
de Magaly Medina en la televisión hasta la presencia en el aire de “Amor,
amor, amor”, gran parte del público ha encontrado placer en integrar a su
“comunidad de chismosos” a personajes que antes estarían fuera del alcance
social. Así, los jóvenes que participan en los ‘reality shows’ son vistos con
la ilusión de ser accesibles ante una nueva clase media, y sus seguidores se
sienten parte de su entorno. A su vez, más que los juegos en que participan,
son las historias de amor y desamor que se comparten, las que atraen mucho,
puesto que esto proyecta que todos –los que tienen fama y los que no– comparten
las penas de amor y lo complicado de las relaciones.
Sin embargo, no
todo es color de rosa.
El antropólogo
George Foster sostenía que en las comunidades donde los bienes eran limitados
y todos tenían poco se mantenía el equilibrio social, prolongando esa
precariedad generalizada. Si alguien en la comunidad acumulaba riqueza, honor
o relaciones, era visto con sospecha y rechazo, puesto que se percibía que
estaba “quitándole” a los otros partes de sus bienes rompiendo el equilibrio.
Nuevamente, creo
que en nuestra comunidad hay una pretensión de equilibrio en ciertos bienes
escasos como, por ejemplo, el reconocimiento social. En una modernidad en la
cual somos piezas intercambiables de un sistema de producción que nos reduce
a códigos, números y tuercas de una gran maquinaria, el reconocimiento es
algo escaso y quien lo acumula es visto con sospecha (diríamos, con envidia).
Tal vez eso explique por qué la popularidad de los chicos que tanto pueblan
las noticias de espectáculo esté acompañada por juicios de valor y
agresividad.
Lo que queda claro
es que en el Perú el individualismo no nos ha ganado del todo y todos
queremos saber de todos. Ya sea con burla o con chisme, uno forma parte de
una comunidad. Esto hace que las cortinas de humo sean fáciles de plantar,
sobre todo en una sociedad como la nuestra donde bulle una agresividad hacia
los que tienen algún tipo de poder o reconocimiento y donde el chisme se
constituye en una forma de poder de quien no lo tiene. Para que te cuento...
http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/cuentamelo-todo-y-exagera-alexander-huerta-mercado-noticia-1971402
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Democracia sin romanticismos
Ian Vásquez
¿Alguna vez le ha
desilusionado la democracia? ¿Se ha preguntado por qué florece la corrupción
o por qué los políticos prometen una cosa y terminan haciendo algo muy
distinto? ¿O por qué el Estado sobregasta en ciertos proyectos mientras que
otros, mucho más básicos y necesarios, carecen de fondos?
Es tentador pensar
que el mal manejo del aparato público bajo la democracia es resultado de los
políticos inescrupulosos y corrompidos y que la solución va por elegir a
políticos decentes. La muerte esta semana del premio Nobel en Economía
Kenneth Arrow nos hace acordar que la realidad es más compleja y quizás más desalentadora
que eso. Arrow fue uno de los economistas que desde el siglo pasado nos
enseñó a ser mas escépticos frente a la habilidad de la buena toma de
decisiones colectivas.
Una de sus
contribuciones se conoce como el teorema de la imposibilidad. De manera
bastante simplificada, quiere decir que las votaciones pueden producir
distintos y hasta contradictorios resultados dependiendo del mecanismo de
votación, aun cuando las preferencias de los votantes no hayan cambiado. La
regla electoral muchas veces tiene mucho más peso en determinar lo que
supuestamente decide el pueblo.
Como ejemplo, el
economista Alfonso de la Torre pregunta hipotéticamente cuál hubiera sido el
resultado de las últimas elecciones si “se hubiera elegido solamente entre
Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski para que el ganador entre ambos
compitiera contra Verónika Mendoza”. Agrega que el resultado probablemente
hubiera sido diferente si primero se eligiera entre Mendoza y Kuczynski, para
que luego compita el elegido contra Fujimori.
No hay
necesariamente una manera racional de agregar las preferencias de los
votantes y por lo tanto es difícil, sino imposible, hablar de la “voluntad
del pueblo”. El problema de la votación también se aplica a la manera en que
el Congreso o comités deciden cómo gastar o qué priorizar.
Las decisiones
colectivas se complican todavía más por problemas que otros pensadores
destacados han elaborado. Una de ellas es la ignorancia racional. Para poder
votar de manera informada, el ciudadano tendría que educarse sobre un
sinnúmero de temas, muchas veces complejos, que requieren de bastante
información. Pero el costo de hacer eso es alto y la probabilidad de que un
voto vaya a influir en el resultado final es sumamente baja. Además, es
racional que personas comunes y corrientes ocupen la mayor parte del tiempo
en sus quehaceres. En toda democracia, por lo tanto, los votantes suelen ser
racionalmente ignorantes.
En la medida en
que el Estado crece, la ignorancia de los votantes aumenta, pues la
información que tendrían que dominar crece y se suelen tomar decisiones
(votaciones) más desinformadas. En la práctica, dado que los ciudadanos votan
por un menú de propuestas políticas, los votantes suelen escoger a su
candidato solo a base de uno o un par de propuestas que favorecen a pesar de
no gustarles el menú entero. No es raro votar por el candidato “menos malo”.
Los incentivos
para que crezca el Estado y crear así más retos en la toma de decisiones
colectivas son bien conocidos. Tal como elaboró el premio Nobel James
Buchanan, el hecho de que uno se vuelve “servidor público” no hace que tal
persona pierda intereses propios. Las burocracias y los políticos buscan
agrandar sus recursos y su poder. Eso lo hacen a través del incremento de
gasto y el control regulatorio. Esto crea el problema de grupos de presión
que influyen desproporcionadamente en las decisiones tomadas bajo la
democracia. Los beneficios que ellos obtienen son enormes y concentrados,
mientras que los costos se dispersan entre la sociedad. La búsqueda de
favoritismos puede ser altamente rentable, mientras que el ciudadano de a pie
no tiene los recursos ni la organización para afrontar cada prebenda.
La alternativa a
la democracia no es el autoritarismo. Pero Kenneth Arrow y otros pensadores
nos han ayudado a entender que no hay que santificar la democracia. Más bien,
hay que limitar las decisiones colectivas a esas que realmente tienen que ver
con bienes públicos. Quiere decir que hay que limitar el poder de los
políticos. Por si acaso, la evidencia muestra que cuando se reducen los
recursos en sus manos, también se reduce la corrupción.
http://elcomercio.pe/opinion/mirada-de-fondo/democracia-sin-romanticismos-ian-vasquez-noticia-1971398
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El mundo en 1917 y en el 2017
Rafael Roncagliolo
Conviene mirar las
incertidumbres de la presente coyuntura mundial (Brexit, Trump, crisis de
refugiados, incertidumbre electoral en Francia, Holanda y Alemania, etc.) en
el marco de la media duración, es decir del mediano plazo.
Como han dicho
Erick Hobsbawm y otros, en 1917, con el fin de la Primera Guerra Mundial y la
Revolución Soviética se cierra recién el siglo XIX, un siglo largo, que
corrió desde la Revolución Francesa, en 1789, hasta 1917: fue el siglo de la
revolución industrial, las revoluciones democráticas y el imperialismo. Un
siglo de continuidad de la política mundial eurocéntrica.
El siglo que se
inicia en 1917, el siglo XX, se ha caracterizado, entre otros elementos, por
las guerras mundiales, por la existencia de un campo de países comunistas,
por el sistema bipolar de la Guerra Fría, por el desarrollo de un poder
bélico capaz de destruir a la humanidad, por el proceso de descolonización
que ha acercado a 200 el número de Estados existentes (de 51 que fundaron la
ONU en 1945).
En 1917, con el
fin de la política mundial eurocéntrica se instala la hegemonía mundial
norteamericana (que antes había sido sobre todo una hegemonía regional en el
hemisferio americano). Esta hegemonía que cumple ahora 100 años, se ha visto
debilitada en las últimas décadas por la aparición de poderes económicos que
han disminuido su preponderancia en la composición del producto y el comercio
mundiales y por la aparición de nuevas potencias políticas, como China y la
Unión Europea. Este deterioro se ha manifestado también en las guerras que
Estados Unidos no ha podido ganar, como Corea, Vietnam e Irak.
El siglo XXI tiene
algunas características que lo hacen bien diferente al XX: El campo comunista
no existe. EEUU sigue siendo la primera potencia mundial, pero ya no es la
cabeza hegemónica de un sistema unipolar o bipolar. El mundo se ha vuelto
apolar y, por eso mismo, el retorno al aislamiento que habita en la retórica
de Trump no produce aumento sino disminución del poder de su país. La
agresividad contra el resto del mundo corresponde a una paranoia que recuerda
textual y peligrosamente a la Alemania de Hitler: Un “todos están contra mí”
que la verdad es que resultaba menos imaginario en la Alemania pos Versailles
de los años 30 que en los Estados Unidos de hoy.
Lo más grave es
que hoy, en el 2017, la humanidad puede literalmente autodestruirse a corto
plazo. Puede hacerlo de tres maneras: por la guerra entre potencias atómicas,
por la generalización del terrorismo y los conflictos bélicos con objetivos
civiles (las guerras santas que fueron iniciadas hace mil años también por
los cristianos) y por efecto del calentamiento global y el cambio climático.
Sin embargo, la
xenofobia de Trump debía acercar a América del Sur con México y América
Central. Cada vez tiene menos sentido la división de la región por un
meridiano ideológico, entre el lado del Pacífico y el lado del Atlántico, a
imagen trasnochada del Tratado de Tordesillas. U oponer, tomando el paralelo
que pasa por Panamá, el norte de América Latina a su zona meridional, más
diversificada en sus relaciones económicas internacionales, y, por lo tanto,
con mayor independencia (que era lo que tenía en mente Fernando Enrique
Cardozo cuando lanzó el proyecto de la comunidad de América del Sur, luego
UNASUR). Existe la posibilidad y necesidad de una mayor cooperación entre el
norte y el sur de América Latina (es decir, de que no se repita el cómplice
silencio regional ante la conquista de más de la mitad de México en el siglo
XIX). Y también de una mayor asociación con el conjunto de los países del
Pacífico, sin exclusiones, ahora que Trump ha acabado con el TPP. Todo esto,
por supuesto, sin dejar de esforzarse por sostener las mejores relaciones con
los Estados Unidos.
Sin duda que, como
en el pasado remoto y en el pasado reciente, el Perú jugará un rol positivo y
destacado en la nueva acumulación de fuerzas regionales.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/851470-el-mundo-en-1917-y-en-el-2017
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Lava Jato de todos los colores
Raúl Tola
El testimonio de
Jorge Barata en contra de Ollanta Humala y Nadine Heredia ha terminado por
cerrar el círculo de los tres gobiernos a los que Marcelo Odebrecht implicó
en su delación ante la justicia de los Estados Unidos. Ahora sabemos cómo, al
menos entre 2005 y 2014, las constructoras brasileñas hicieron del Perú su
feudo.
Aunque toda clase
de corrupción es deleznable, lo que conocemos hasta ahora permite establecer
una graduación de responsabilidades. Arriba de todos se encuentra Alejandro
Toledo, acusado de haber recibido 20 millones de dólares en sobornos, para
favorecer la licitación de la Carretera Interoceánica Sur. El político que
alguna vez encarnó la regeneración democrática del Perú es hoy un prófugo de
la justicia, además una parodia bastante decadente de sí mismo.
Lo siguen Ollanta
Humala y Nadine Heredia. Quizá los tres millones de dólares recibidos de
Barata y del publicista Valdemir Garreta no constituyan delito —los
especialistas coinciden en que no se trataría de un caso de lavado de activos,
porque el origen del dinero no es ilícito— pero habría que ser muy ingenuo
para pensar que esta donación gestionada por el Partido de los Trabajadores
de Lula da Silva era un acto desinteresado. La revelación debería inhabilitar
a la expareja presidencial de por vida, condenándolos a un destierro político
sin retorno.
Alan García
aparece tercero en la lista de responsabilidades, porque hasta ahora el
dinero de Odebrecht no lo ha tocado. Las coimas en la licitación de la Línea
1 del Metro de Lima han alcanzado a algunos funcionarios menores del gobierno
aprista, llegando hasta el viceministro de Comunicaciones Jorge Cuba Hidalgo.
Aunque las sospechas están bastante extendidas y van a la par con el rechazo
por el personaje, no han escalado hasta el ministro Enrique Cornejo y menos
al expresidente García.
Pero más allá de
esta evaluación subjetiva y parcial —solo el tiempo dirá hasta dónde se
comprometió cada uno de estos actores políticos con los manejos de Odebrecht,
o si es que aparecen otros nuevos—, las investigaciones del caso Lava Jato
contienen una enseñanza, y ya es hora de que la asimilemos.
En el Perú, la
corrupción es un fenómeno que no distingue colores políticos. Como demuestra
esta escueta enumeración, los dineros de las constructoras brasileñas fueron
recibidos con la misma alegría por los integrantes de tres gobiernos con
ideas y formas muy distintas. No es un problema «del modelo», «de los rojos»
o «de los apristas», como se repite con tanta liviandad. Metérnoslo bien en
la cabeza sería un verdadero primer paso para combatirla, sin distinciones
ideológicas ni de inclinación política.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/851471-lava-jato-de-todos-los-colores
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Los malos ganadores
Carlos Meléndez
Al inicio de la
semana, unos 4.000 quiteños –generalmente de clase media-alta– tomaron las
calles aledañas al Consejo Nacional Electoral (CNE), autoridad que hacía el
conteo oficial de la primera vuelta realizada el domingo. A grito de “No al
fraude”, los movilizados estaban prestos a disputar los resultados.
Paradójicamente, se trataba de quienes han sido favorecidos por los mismos. A
pesar de que existían razones objetivas para esperar en casa la inminencia de
una segunda vuelta, el desprestigio de un régimen personalista y arbitrario
contagió a quienes enarbolaban la bandera democrática. Fueron los propios
“demócratas” anticorreístas quienes echaron sombras –innecesariamente– sobre
la credibilidad del proceso electoral.
Se entiende la
animosidad del anticorreísmo. Han vivido diez años de un régimen
semidemocrático y populista. Sin embargo, contradiciendo sus antecedentes,
Rafael Correa no pugnó por tentar una nueva reelección, a pesar de las
maniobras legales para facilitarla. No insistió en el camino de sus colegas
ideológicos como Hugo Chávez y Daniel Ortega. (Quizá esté más cerca de emular
a Álvaro Uribe al patrocinar un movimiento propio sin figurar él mismo en la
boleta electoral). Ello no significa que estemos ante un autócrata
domesticado. La victoria parcial de Alianza País fue digerida como derrota
–esperaban una victoria definitiva–, lo que avivó la amenaza de la “muerte
cruzada”, dispositivo constitucional para disolver el Congreso y convocar a
nuevas elecciones generales.
El anticorreísmo
cayó en una guerra de nervios. Perdió sensatez y promovió inestabilidad,
justificándose en apreciaciones subjetivas. Las proyecciones en base a los
resultados oficiales preliminares y el oportuno conteo rápido de la ONG
Participación Ciudadana anunciaban una segunda vuelta (en el Perú, recuerden
un comunicado figuretti de la Asociación Civil Transparencia que descartaba
victoria fujimorista sin ensayar conteo propio). Sin embargo, la demora
comprensible en el procesamiento de los votos fue interpretada como fraude en
marcha. Si bien había condiciones para que el gobierno intentase robar las
elecciones, el proceso electoral se realizó dentro de estándares aceptables.
Las irregularidades denunciadas por la oposición durante la campaña –padrón
electoral con deficiencias, uso de recursos estatales a favor del
oficialismo, formación presumiblemente sesgada de las autoridades
electorales– no afectaron el output. No es Venezuela ni Nicaragua, donde es
imposible pensar en elecciones limpias, libres y justas. En Ecuador, la
autoridad electoral logró ganar autonomía y erigirse con imparcialidad, en
medio de un ambiente polarizado por las presiones –tras bambalinas y
callejeras– del correísmo y anticorreísmo, respectivamente.
Las movilizaciones
frente al CNE tienen sentido político. Los seguidores de Lasso buscan así
articular el anticorreísmo para la segunda vuelta y construir un enemigo
autoritario como elemento cohesionador de cara a abril. Su “defensa de la
democracia” es en realidad una estrategia política que no tiene reparos en
desprestigiar un proceso electoral que cumplió con transparencia, a pesar de
las condiciones adversas. Los demócratas cabales deberían saludar un proceso
como el realizado en Ecuador. La democracia no solo necesita buenos
perdedores, sino también buenos ganadores.
http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/malos-ganadores-carlos-melendez-noticia-1971392
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Patrones de ética
Augusto Álvarez Rodrich
La declaración de
Jorge Barata de que Graña y Montero y JJC tenían conocimiento de los sobornos
pagados por Odebrecht a Alejandro Toledo tiene, como tema de fondo, la
necesidad de aprovechar estas experiencias para establecer nuevas y efectivas
prácticas anticorrupción en los sectores privado y público, así como en la
política nacional.
Hildebrandt en sus
Trece reveló que Barata declaró al Ministerio Público que “el pago ha sido
por Odebrecht, pero el resto de empresas sí tenían conocimiento, no detalles,
pero sí sabían que existía el acuerdo. Lo que sí es cierto es que se
distribuyó entre los consorciados, no recuerdo la fórmula exacta, esto lo
verificaré. Esto fue más o menos así, ellos sabían que habíamos pagado, y
sabían que tenían que asumir lo que correspondería”.
Mientras la acción
de G&M se desplomó ayer en la bolsa de Nueva York en 34,97% y en 33,33%
en la de Lima, como consecuencia de dicha versión, la empresa negó haber
gestionado o pagado los sobornos.
Este asunto se
dilucidará en los tribunales, pero las revelaciones que seguirán apareciendo
imponen el desafío de aprovechar estas experiencias para asegurar
comportamientos éticos en el sector empresarial.
Eso pasa, para
empezar, por el reconocimiento del problema como paso indispensable para
poder plantear dichas reformas. Y, en ese sentido, será crucial el papel de
los gremios, empezando por Confiep.
Lo mismo debiera
ocurrir en el ámbito político vinculado al financiamiento electoral, que en
el Perú sigue siendo un espacio oscuro y que se acaba convirtiendo en una
fuente crucial de la corrupción.
Y eso requiere,
para empezar, que los protagonistas de la política se preocupen por
asegurarse del origen del financiamiento de las campañas en las que participan
en vez de hacerse ‘los tontos’, tal como se escucha en estos días
principalmente por parte de algunos dirigentes de izquierda interesados en
escabullir de la responsabilidad política que eventualmente les corresponda.
Por último, se
necesita, como marco de fondo, establecer en el Estado peruano un conjunto de
políticas públicas anticorrupción que realmente funcionen, e instituciones
como la Contraloría que sirvan de verdad, y que no consistan en el simple
llenado de formularios que, al final, solo son decorativos.
Con nuevos
patrones de ética empresarial, plena transparencia del financiamiento de la
política, y la implantación de políticas anticorrupción inteligentes, se
podría producir un gran cambio en el país.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/851472-patrones-de-etica
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Presidencias eternas
Mirko Lauer
El comentario de
Rafael Correa sobre su retorno al poder por la vía de una “muerte cruzada” si
su candidato no gana en la segunda vuelta es bastante infeliz. Pues si bien
ese mecanismo de mutua cancelación entre Ejecutivo y Legislativo es
constitucional, dice mucho sobre la entraña caudillista de su participación
en la política.
Pues lo que está
diciendo es que nadie sino él o un político de sus filas puede gobernar el
Ecuador, es decir una seria distorsión de la democracia. A la vez el
comentario no ha sorprendido a nadie, pues Correa no es excepción: mantenerse
todo lo posible en el poder ha venido siendo ambición de casi todos los
presidentes de América Latina.
Lo practican
virtualmente todos, pero los repitentes más notorios son los de la llamada
izquierda latinoamericana. Es el caso de Nicaragua, obviamente el de
Venezuela, y ahora en Bolivia Evo Morales quiere seguir a pesar de haberlo
negado en alguna oportunidad. En Brasil fue necesaria una conspiración para
separar al PT de la presidencia, a la que quizás vuelva.
No se puede obviar
que una parte importante de los electorados acompaña estas ansias de
perpetuidad. Los presidentes de izquierda son populistas y populares. Los de
derecha tienden a ser más bien republicanos, es decir institucionalistas. Estos
últimos prefieren regresar más adelante, en la medida de lo posible.
Cuando una gestión
presidencial funciona razonablemente, la continuidad es vista por muchos como
algo positivo. Pero hay también los recursos de las gestiones irrazonables
pero mañosas, generalmente dedicadas a hipotecar el futuro del país en nombre
de un presente de dádivas. Y terminadas las dádivas, siempre está el recurso
a la mano dura.
La reelección
presidencial, vía normas constitucionales, existentes o reformadas, apareció
en los años 90, puesta en marcha por presidentes como Alberto Fujimori o
Fernando Henrique Cardoso. Pocos protestaron en ese momento, sobre todo
porque el continente empezaba a salir de la crisis de los años 80, y
enrumbaba hacia una mayor prosperidad.
Pero con el tiempo
han ido asomando de nuevo las virtudes de la alternancia democrática, no solo
entre personas sino sobre todo entre partidos. Correa debería respetarla. Si
quiere volver a la presidencia, debería hacerlo por la vía regular, y dejar
que su oposición gobierne con todos los recursos disponibles.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/851468-presidencias-eternas
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Regresando a lo básico
Alfredo Bullard
Estoy de
vacaciones en Estados Unidos. He alquilado un carro para moverme con mi familia.
Nunca deja de sorprenderme el orden del tráfico y la manera correcta como se
maneja aquí. Las reglas se respetan. Cuesta ver una infracción de tránsito.
En el Perú es casi imposible mirar la calle y no ver una (sino varias)
delante nuestro.
Los choferes te
ceden el paso o se turnan ordenadamente el pase en una intersección sin
pretender todos ganar el paso al mismo tiempo. Y si eres un peatón eres el
rey de la pista: te respetan por sobre todas las cosas.
Incluso hay reglas
como aquella que te permite doblar a la derecha con precaución cuando el
semáforo en la intersección está en rojo. No quiero ni imaginar cómo dicha
regla sería interpretada por una combi.
Como estoy en una
zona turística hay muchos extranjeros conduciendo. Me ha pasado que luego de
ver una maniobra latinizante me digo: “Seguro que es latino”, para descubrir
instantes después que estaba en lo cierto.
El otro día,
mientras buscaba estacionamiento en un centro comercial, me detuve para ocupar
el lugar de alguien que estaba saliendo, marcando mi intención de
estacionarme con la luz direccional. De pronto (como típicamente te podría
ocurrir en el Jockey Plaza) un latino me cruzó y me ganó, generando además un
riesgo de accidente conmigo y con otros vehículos que estaban circulando.
Cuando me disponía
a retirarme rumiando mi muy mal humor, a ir a buscar otro lugar, un vigilante
del mismo centro comercial (lo que llamaríamos un guachimán), también latino,
se acercó al vehículo del infractor pero lo agarró a gritos. En solo unos
segundos el razudo dio marcha atrás y me dejó el lugar libre.
Sin embargo, la
regla general es otra. Los latinos llegan aquí y manejan como gringos. Pero
no aprenden. Porque regresan a su país y manejan como latinos.
¿Qué hace que el
cruzar una frontera cambie sustancialmente nuestra forma de conducir el
automóvil?
La respuesta está
en el marco institucional. Las instituciones son las reglas de juego. Son
esas reglas las que determinan buena parte de la manera cómo nos comportamos.
Las instituciones no se conforman con tener solamente leyes formales. Se
requiere que exista un mecanismo que las hagan cumplir (‘enforcement’) y,
sobre todo, reglas informales, definidas por usos y costumbres por todos
aceptados.
Cuando nos movemos
de un país a otro existen instituciones distintas que cambian la forma como
nos comportamos casi de manera automática. La relación costo-beneficio con la
que decidimos actuar se altera. Usualmente las instituciones definen si las
personas soportarán los costos de sus actos y, a su vez, se apropiarán de sus
beneficios.
Cuando usted causa
un accidente con su vehículo les genera un costo a las víctimas. Los
economistas lo llaman externalidades; es decir, externalizan el costo de
nuestros actos. Si usted destruye un vehículo ajeno o mata a dieciocho
personas en Estados Unidos sabe que su patrimonio será embargado; es decir,
sabe que la externalidad le será internalizada. Si hace lo mismo en el Perú,
lo más probable es que no pase nada o, si tiene mala suerte, reciba una
condena luego de cinco o seis años de juicio, para pagar 5.000 soles por la
muerte de un niño.
El problema de las
externalidades es que generan una discrepancia entre el costo privado de una
actividad y el costo social de esa misma actividad. Si las instituciones,
entendidas como reglas de juego, permiten internalizar el costo, las víctimas
estarían subsidiando la actividad del causante, pues genera un costo que no
paga. Con ello habrá demasiada actividad; es decir, demasiada gente conduciendo
mal.
Cuando usted
maneja en Estados Unidos sabe que asumirá costos que no asumirá en el Perú.
Un juicio va en serio y la consecuencia será que pagará por lo que causó. Las
externalidades serán internalizadas y manejar mal dejará de ser un buen negocio.
El resultado es que la gente maneja distinto, incluyendo los latinos
acostumbrados a vivir en un mundo en el que las externalidades campean por
doquier.
Y es que hay
reformas institucionales que son indispensables. Un Poder Judicial que
internalice las externalidades es central para la conducta no solo de los
conductores de vehículos, sino de los proveedores de bienes y servicios y,
aunque usted no lo crea, hasta de los políticos.
http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/regresando-lo-basico-alfredo-bullard-noticia-1971406
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