sábado, 25 de marzo de 2017

OPINIONES 25/03/2017



Arbitraje sin airbag - Alfredo Bullard
Administrando medios ajenos - Mirko Lauer
Estado de bienestar y Estado de guerra - Rafael Roncagliolo
No hay que apagar las luces - Ian Vásquez
Relato con lluvia - Raúl Tola
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Arbitraje sin airbag
Alfredo Bullard

Una empresa fabricante de automóviles anuncia una importante innovación en sus vehículos. Un nuevo diseño de airbag o bolsa de aire puede reducir hasta en 50% las muertes en caso de accidentes de tránsito.

De pronto, un congresista fujimorista, apellidado Ushñahua, presenta un proyecto de ley con el entusiasta apoyo de los demás miembros de su bancada que prohíbe el uso de esta nueva tecnología pues implica, en sus palabras, forzar a los consumidores a comprar algo que no han pedido.

El lector ya habrá advertido que tal ley sería un adefesio. Nadie obliga a tener autos con los nuevos airbags. Los consumidores pueden elegir comprar vehículos que no los tienen. El que una empresa incorpore una característica del vehículo a su oferta no excluye el derecho a comprar autos de otras empresas. Y lo peor: evita que los consumidores que sí desean pagar por esa seguridad adicional puedan obtenerla.

El proyecto de airbag de Ushñahua y su bancada me lo acabo de inventar. Pero hay otro proyecto de ley (el 1088/2016-CR) que sí existe y que sigue la misma lógica absurda.

Habrá visto en las noticias la discusión sobre la corruptela o poca transparencia en algunos arbitrajes del Estado: desde los casos del infame Orellana hasta los repetidos nombramientos de determinados árbitros por ciertas empresas brasileñas.

Lo que quizás el lector no sepa es que la mayoría de los casos críticos se trata de arbitrajes ad hoc, es decir, arbitrajes que no están a cargo de un centro arbitral, una institución que se encarga de administrar un arbitraje.

Los centros arbitrales usan distintas “tecnologías” para proteger los arbitrajes de corrupción o falta de idoneidad o transparencia de los árbitros. Una de las más importantes es el uso de listas de árbitros. La otra es el sistema de confirmación.

Los centros arbitrales pueden (si lo desean) establecer que solo nombrarán árbitros de las listas elaboradas por ellos. Así se aseguran ciertos estándares y exigencias. Por otro lado, la confirmación es un mecanismo mediante el cual el centro arbitral puede rechazar un árbitro propuesto por las partes si considera que no es idóneo.

Estas reglas tienen por propósito que la entidad que ofrece el servicio pueda prestigiarse por la calidad de los profesionales que usa como árbitros y a la vez mejorar la calidad y seguridad de su servicio. No se me malinterprete. Hay centros arbitrales buenos, malos y pésimos. Y como hay airbags de mala calidad hay centros con malas listas o con malos sistemas de confirmación. Pero le corresponde a las partes del arbitraje decidir qué centro escoger.

Esta tecnología no es peruana. Los centros arbitrales más prestigiados del mundo, como la CCI, el ICDR, la Triple A, la London Court of International Arbitration (LCIA), el Hong Kong International Arbitration Centre (HKIA) o el Singapore International Arbitration Centre (SIAC) usan alguno o una combinación de estos sistemas.

Pero con la ley Ushñahua (que no es otra cosa que una versión empeorada de una norma igual propuesta por el ex congresista Eguren) ya no podríamos arbitrar en estos centros, ni en los centros peruanos que quieran emularlos. Los árbitros malos podrán entrar a arbitrar como Pedro por su casa.

¿A quién están protegiendo? La nueva ley de contratación pública obliga a que los arbitrajes del Estado sean manejados por instituciones arbitrales. Se hizo para protegerse de árbitros arbitrarios. Querían arbitrajes con airbag. Los centros arbitrales se han puesto más exigentes con sus listas y sistemas de confirmación para purgar árbitros no deseables. Los malos árbitros han entrado en pánico. Pero Ushñahua les está dando, sin querer queriendo, la mano a esos árbitros que, cuando les cierran la puerta, se quieren meter por la ventana. En pocas palabras la norma va a favorecer nuevos casos de arbitraje a la Orellana.

La ley de arbitraje (artículo 6) es clara. El pacto para arbitrar incluye las reglas del reglamento arbitral al que las partes se han sometido. Uno escoge un centro con o sin lista o con o sin confirmación de árbitros. A nadie se le impone nada. Más bien es el Congreso el que quiere imponernos que no existan centros arbitrales con airbags. Esperemos que Ushñahua y su bancada no nos traigan de regreso a tiempos que no queremos ni recordar.


http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/arbitraje-sin-airbag-alfredo-bullard-noticia-1978838


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ADMINISTRANDO MEDIOS AJENOS
Mirko Lauer


El proyecto es tonto, pero de ninguna manera inocente. Impedir que dirija un medio alguien preso es de Perogrullo. Que quien está siendo investigado por corrupción no pueda ocupar un cargo periodístico es un sibilino brulote con nombre propio, específicamente lanzado contra el grupo mayoritario de accionistas del diario El Comercio.

El documento deslizado a consideración del Congreso por Alejandra Aramayo y Úrsula Letona, ambas FP, es un nuevo capítulo en la maniobra para tratar de neutralizar cualquier influencia de José Graña Miro Quesada, ex presidente de Graña y Montero, en El Comercio, donde es principal accionista individual, aunque actualmente no director.

En realidad la idea de fondo empezó en el diario Expreso, donde la fujimorista Martha Meier MQ estuvo refugiada hasta hace poco con una columna, y donde se reclamaba prácticamente que las acciones de Graña no pudieran votar. Ahora Meier ha vuelto a El Comercio como integrante de la minoría del directorio. El proyecto parece ser la primera carta en su nuevo juego.

Meier, que ha entrado al directorio sumando sus acciones y las de su madre a las de los MQ Cantuarias, padre e hijo, que calificarían como caviares en muchos diccionarios filosóficos. La inquina de Meier, una mezcla de celos y reclamo económico, contra los MQ Garland (Graña es uno de ellos) ya tiene décadas. Una historia con visos de petipieza.

Volviendo al burdo proyecto, no se sabe de nadie investigado o acusado por corrupción, generalmente funcionarios públicos, que se dedique a practicar el periodismo, o con planes para volverlo su segunda carrera. Si figuran de manera prominente en los medios es porque su actual predicamento es de gran interés para los periodistas.

Incluso el prófugo fujimorista Ernesto Schütz mantiene distancia formal de Panamericana TV, donde no ocupa cargo alguno, lo cual no le impide influir en la línea del medio. Una ley como la que se propone tampoco se lo impediría.

De otra parte lo de los delitos contra el Estado, apoyado sobre todo en denuncias de colaboradores eficaces, es hoy un escenario volátil, con muchos guiones pero hasta ahora pocos desenlaces. Además, ¿por qué la práctica del periodismo, y no de todas las otras actividades? ¿La docencia? ¿La representación política? ¿La plegaria en espacios públicos?

http://www.larepublica.pe/impresa/opinion/859090-administrando-medios-ajenos

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ESTADO DE BIENESTAR Y ESTADO DE GUERRA

Rafael Roncagliolo

La primera imagen fuerte de estas semanas de desastres es, sin duda, la de la fraternidad. No ha habido quien no busque la forma de ayudar. Un hermoso sentimiento de pertinencia común nos ha conmovido y movilizado a todos.

Pero hay también otra imagen de estos días de impotencias múltiples. Las pantallas de la televisión mostraron otro Perú, ajeno a las cifras de crecimiento de la economía, al flujo de las inversiones, a las controversias parlamentarias y hasta a los avatares de los juegos olímpicos. Las pantallas han sido el espejo fiel de otro Perú (“el profundo” diría Basadre), de barro, huaicos y gemidos que se ceban ahí donde hay pobreza y desesperación. No basta con declarar que todo ha sido culpa de los irresponsables que levantan sus chozas a la orilla de los ríos y que hay que prohibírselos a rajatabla.

Este bolsón de peruanos no es mayoritario, por supuesto. Pero, ¿de qué le sirve al país crecer al 3 o 4 por ciento o tener tal nivel de proyectos de inversión, si no puede siquiera conseguir condiciones elementales para sus ciudadanos? El gobierno ha puesto todo su empeño, su vigor y una eficiencia destacable en esta emergencia. No cabe la menor duda. Pero la realidad de estos días ha vuelto a demostrar hasta la saciedad, que el mercado, siendo necesario, por sí solo no produce bienestar ni condiciones de vida digna.

La reacción espontánea y entusiasta de los miles de ciudadanos que se han movilizado para ayudar anuncia la envergadura de la solidaridad que habita entre nosotros. Pero las condiciones infrahumanas en que hemos visto a los peruanos más pobres tratar de huir de la tragedia, revelan que el Perú está profundamente enfermo.

En todos nuestros cálculos macroeconómicos brilla por su ausencia el bienestar de la gente. Vivimos como si al aumentar la tasa de crecimiento del Producto Nacional Bruto o la de las grandes inversiones extranjeras, todo lo demás fuera a darse por añadidura. Como si la tarea principal del gobierno fuera aumentar las tasas de crecimiento o de ganancia y no resolver los problemas concretos de la gente. Como si la idolatría del largo plazo permitiera despreciar el corto plazo, al menos hasta que este inunda nuestras poblaciones y, a través de las pantallas de televisión, los dormitorios de todos los peruanos.

Cuando ocurren tragedias como esta nos damos súbita cuenta de que tenemos una profunda carencia del sentido y la conciencia del bienestar colectivo, lo que en inglés llaman el Welfare State. En su acepción más general, como dice Anthony Giddens, el Welfare State corresponde a los beneficios que los gobiernos reconocen a sus poblaciones, cuando ha habido una contribución excepcional de sangre y recursos, que es lo que ocurre en las guerras. Welfare State es el antónimo de Warfare State.

Es este sentido del bienestar colectivo lo que hace falta para enfrentar a la naturaleza y construir nuestro futuro. El gobierno ha dicho que plata no falta, así que corresponde esperar fundadamente que el signo del estado de bienestar presida la tarea a acometer. Tomar esta tragedia no para reconstruir la miseria sino para avanzar en calidad de vida.

Por último, no hay que olvidar que el Perú y la humanidad entera sí están en guerra. No contra ningún vecino belicoso. Menos aún contra alguna etnia o religión o contra quienes arriesgan sus vidas, huyendo de la violencia de la naturaleza o de las balas de la política o el fundamentalismo. Estamos en guerra contra el cambio climático que en pocos países es y está siendo tan nocivo como entre nosotros. Los que se niegan a reconocer y combatir este mal planetario actúan como nuestros enemigos, que nos están segando vidas y provocando destrozos que no deben dejarse al olvido, la indiferencia o el descuido.

http://www.larepublica.pe/impresa/opinion/859092-estado-de-bienestar-y-estado-de-guerra

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No hay que apagar las luces
Ian Vásquez

Esta noche entre las 8:30 y 9:30 p.m. se celebrará La Hora del Planeta. Los pobladores relativamente prósperos del mundo que decidan participar apagarán sus luces por una hora. Es una acción concebida hace diez años por un grupo ambientalista con la colaboración de otras entidades para llamar la atención sobre los riesgos del cambio climático. La Municipalidad de San Isidro, por ejemplo, la conmemorará al organizar varias actividades.

Casi parece una broma de mal gusto. Hay millones de peruanos que no tienen acceso a electricidad y viven sumidos en la pobreza. Miles más damnificados por las lluvias y los huaicos ahora tampoco tienen electricidad. En el mundo, más de mil millones de personas viven en esas condiciones.

Denigrar el uso de electricidad es decepcionante no solo porque quienes lo hacen suelen ser gente relativamente acomodada. Lo es también, como bien señala el economista canadiense Ross McKitrick, porque esa forma de energía ha sido una de las mayores fuerzas de liberación humana. Gracias a la electricidad, cientos de millones de mujeres han podido contar con el uso de electrodomésticos que les han facilitado la vida y les han permitido buscar trabajo fuera del hogar. Con la máquina lavadora, por ejemplo, las mujeres dejaron de hacer ese arduo trabajo a mano, que muchas veces incluía dedicar buena parte del día cargando agua.

La electricidad ha permitido enormes avances en la salud e higiene. Se puede cocinar con mayor facilidad y dejar de depender de la leña y el estiércol en la casa, lo que contribuye a la degradación ambiental y a enfermedades pulmonares en lugares sin otras fuentes de energía. La refrigeración ha dado lugar a una oferta de comida mucho más variada y ha reducido la ingesta de productos en mal estado. La electricidad salva vidas. Con ella se ha podido, además, mecanizar trabajos que antes hacían niños, liberándolos para ir a la escuela y leer libros en la noche.

Indignado, el profesor McKitrick sugiere lo siguiente: “La gente que ve una virtud en no contar con la electricidad debería apagar su refrigeradora, estufa, microondas, computadora, calentador de agua, luces, televisión y todo aparato electrónico por un mes, no solo por una hora. Y luego debería ir a la unidad cardiaca del hospital y apagar la energía allí también”.

El apagón simbólico de la hora del planeta ni siquiera reducirá las emisiones de la combustión de carbones. Eso es porque al reducir el consumo eléctrico, bajan las emisiones por una hora, pero se disparan al tener que restablecer de golpe la generación de energía en las plantas eléctricas. Y, el ambientalista danés Bjørn Lomborg, quien coincide con las observaciones de McKitrick, comenta que, si se usa una vela por cada bomba de luz apagada, como hacen algunos, ni siquiera bajarían las emisiones durante la hora del planeta.

No hay por qué vilipendiar algo que ha jugado y sigue jugando un papel tan importante en el avance de la humanidad, ni pensar que el progreso humano tenga que poner en peligro la ecología. Tal postura podría llevar a proponer agendas políticas que ponen en peligro el bienestar y hasta vidas humanas sin necesariamente mejorar el medio ambiente. Lamentablemente, algunos ambientalistas plantean reducir el consumo de electricidad alrededor del mundo por mandato y subsidiar alternativas extremadamente costosas e ineficientes, lo que perjudica a los más pobres.

La buena noticia es que el mercado ya se está encargando de lograr metas ambientales. En el 2016 la emisión de dióxido de carbono se estabilizó, a la vez que la economía global creció más de 3%. Las emisiones de Estados Unidos, por ejemplo, cayeron notablemente y llegaron a su punto más bajo desde 1992. Se debe, en gran parte, a la revolución del gas shale que ha reducido el costo del gas y ha alentado la sustitución del carbón en la generación de la electricidad. Todo esto mientras que en Europa el mercado energético más regulado no pudo bajar sus emisiones.

Hay que preocuparse por el planeta. Pero deberíamos también celebrar los logros humanos que han sacado a miles de millones de personas de la miseria. Por solidaridad con los más necesitados, no hay que apagar las luces esta noche.

http://elcomercio.pe/opinion/mirada-de-fondo/hora-planeta-no-hay-que-apagar-luces-ian-vasquez-noticia-1978768

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Relato con lluvia

Raúl Tola


En esta última semana, mi trabajo me ha llevado a recorrer algunos de los lugares de Lima más golpeados por las lluvias torrenciales y las crecidas de los ríos. En Carapongo he visto urbanizaciones enteras convertidas en un barrizal por el paso del río Huaycoloro, que de diario no es mucho más caudaloso que una acequia, y a sus vecinos afanándose con palas y carretillas para desenterrar sus casas, sus fábricas, sus corrales.

De Nueva Navarra —la urbanización donde vivía Evangelina Chamorro, la mujer que emergió de un huaico a la entrada de Punta Hermosa, cuya imagen ha dado la vuelta al mundo— solo quedan algunos maderos que parecen fijados al azar, de los que ondean polvorientos toldos. Los vecinos han debido mudarse a lo alto de las lomas colindantes, con los cerdos, las vacas y los patos que pudieron salvar durante la emergencia. Viven en carpas tendidas sobre la arena, entre nubes de moscas y zancudos, con la vista del lugar donde estuvo su hogar.

A Huachipa se llega luego de caracolear por caminos de herradura, ahí donde la Carretera Central ha sido cortada. El trayecto es de una permanente desolación: vías férreas inservibles, casas caídas al río, puentes que apenas se sostienen. Cuando el agua pantanosa de las inundaciones se seca comienza a aparecer un polvo fino, que se levanta con el viento o el paso de los autos, y que a los lugareños les produce alergias y enfermedades pulmonares.

En los campamentos de refugiados he visto ancianos que llegaron a la capital cuando eran jóvenes, para hacer de sus vidas una ardua pelea contra la miseria. Ahora se visten, duermen y comen gracias a la caridad, que llega a cuentagotas. Pero los más afectados son los niños, que no entienden qué ha pasado, por qué están ahí, y a pesar de eso siguen con sus juegos y sus travesuras. Ahora mismo me parece ver a ese pequeño que vivía al lado de la Ramiro Prialé, tomado de la mano de su madre, mientras señala en silencio el interior de su casa, convertida en una piscina de barro, sobre la que flota su juguete favorito, un camioncito amarillo.

Junto con la destrucción y la muerte he visto a los vecinos organizarse para afrontar la crisis. Forman cuadrillas que desaguan las casas, aseguran las paredes, levantan barricadas y asisten a los más perjudicados. También hay voluntarios, en su mayoría jóvenes que llegan a las zonas más asoladas cargando comida, agua embotellada y ropa que reparten entre los damnificados, atienden a los enfermos, ayudan como mano de obra o rescatan y alimentan a los animales sin dueño. Todos los funcionarios del gobierno con los que he hablado están asombrados por la eficiencia y profesionalidad de los efectivos de las Fuerzas Armadas y la Policía, encargados de organizar los comandos de asistencia, de distribuir los víveres, de ejecutar los rescates más arriesgados.

A la hora de escribir estas líneas, el Centro de Operaciones de Emergencia Nacional (COEN) ha aumentado a 84 el número de muertos por las lluvias, con más de 110 mil damnificados y 660 mil afectados. De nosotros depende que esta inmensa desgracia sea el inicio de un nuevo país, donde la mezquindad, el capricho y la improvisación sean remplazados por la solidaridad, la inteligencia y la prevención. Lo que he visto, me da esperanzas.

http://www.larepublica.pe/impresa/opinion/859093-relato-con-lluvia
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