lunes, 13 de febrero de 2017

OPINIONES 13/02/2017



¡A la reja! - Luis Davelouis
¿A ti te pagó Odebrecht? - Andrés Calderón
En la frontera - Mirko Lauer
Ha llegado la hora del cambio - Humberto Campodónico
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¡A la reja!

Luis Davelouis

Al cierre de esta columna, el paradero del ex presidente Alejandro Toledo era desconocido. Se rumoreaba que había aterrizado en Tel Aviv, pero una nota de la agencia Reuters daba cuenta de que ese país anunció –a través de un vocero de su Ministerio de Relaciones Exteriores– que no le permitiría su ingreso “hasta que no haya solucionado sus asuntos en el Perú”.

Yo voté por Toledo cuando se enfrentó a la satrapía corruptocrática de Fujimori y Montesinos. Nunca me pareció apto, ni siquiera buena persona, pero frente a Fujimori y The Matrix, y Alan García y El Aprocalipsis, la decisión no era tan difícil.

¿Fui un tonto? No. No voté a ciegas, el voto nunca es un cheque en blanco; Toledo ganó con el voto popular. Hay quienes hoy intentan señalar a los que votamos por él como “co-culpables” de su mediocre gobierno y hasta de –prácticamente– ser cómplices de los delitos que cometió contra el Estado. Heridas parlantes.

Además de que el argumento por sí solo es falaz, incluye enormes porciones de conchudez y cinismo cuando viene de fujimoristas. Estos llevan el nombre de un probado delincuente que cumple condena por sus crímenes, un hampón al que sin vergüenza alguna reivindican con todos sus delitos probados, que son muchos y enormes. Por otro lado, no hay –y quizás nunca hubo en sentido estricto– “toledistas” y, de haberlos, ninguno pedirá que le salven el pellejo “porque nos devolvió la democracia” (otra falacia). Si robó, a la cárcel. A ninguno de los que votamos por Toledo se nos ocurre manipular la historia, los hechos o la realidad para salvar o “elevar” al tremendo delincuente que resultó ser.

El fujimorismo, en cambio, es una fábrica de realidad a la medida. Pobres.


http://peru21.pe/opinion/luis-davelouis-reja-2270671


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¿A ti te pagó Odebrecht?

Andrés Calderón


No porque se haya levantado US$20 millones en coimas como parece que fue el caso del ex presidente Alejandro Toledo, ni porque haya sido uno de los funcionarios del segundo gobierno aprista que favorecieron a la constructora brasileña en la licitación de la línea 1 del metro de Lima. Ni siquiera porque haya ayudado en el gobierno nacionalista a licitar ese unicornio (los elefantes no son invenciones) blanco llamado gasoducto del sur.

Su culpa es más simple. Es probable que usted haya tenido algún vínculo –siquiera remoto– con una constructora brasileña.

¿Cree que no? Haga números. A los 10.000 trabajadores de Odebrecht en el Perú (y otros tantos ex colaboradores) multiplíquelos por las cinco otras constructoras, también por los varios socios con los que participó de forma consorciada; añada al producto el número de proveedores con el que cada uno de ellos ha hecho negocios, por el número de sus clientes, por el número de funcionarios estatales con los que ha interactuado y el número de intermediarios y profesionales independientes con los que puedan haber trabajado (expertos en conflictos sociales, gestores de proyectos de responsabilidad social, relacionistas públicos, abogados, economistas, ingenieros, etc.). Le apuesto, apreciado lector, que en el mejor de los casos no tiene más de un grado de separación con la brasileña. Su carrera se acabó. Queme su currículo. Empaque y múdese a una isla donde las brasileñas no hayan llegado.

Por más absurdo que le parezca este razonamiento (y lo es), hay un temor real arraigado en muchas personas. Desde el abogado que le registró una marca a una constructora brasileña en el 2004 hasta el ingeniero que trabaja en una de sus socias. ¿Qué culpa tienen ellos? Ninguna. Pero el miedo a que los vinculen y satanicen ha venido creciendo empujado también por un discurso sensacionalista, cuando no oportunista.

Hay varios peligros subyacentes. El primero es que al meter a tirios y troyanos en el mismo saco, se diluye la responsabilidad. Se hace más difícil distinguir a quienes sí, con dolo o inexcusable negligencia, contribuyeron realmente a la corrupción propiciada por estas empresas. Si todos son culpables, nadie realmente lo es.

El segundo es el de la autocensura. Lo percibo cuando pido la opinión de un experto, converso con una fuente e invito a escribir un artículo. “Pero no me cites, no vaya a ser que me quieran vincular con Odebrecht”. Perdemos voces valiosas en un momento crítico de la discusión pública, cuando la mayor información y el intercambio de ideas son más importantes.

El tercero y más polémico –pero no por ello menos nocivo– es el del silencio de los culpables. Sí, incluso los responsables legales y políticos de la perversión estatal deberían ser escuchados. No para darles la razón. Todo lo contrario. Para saber cuáles fueron los delitos y sus motivaciones, cuáles fueron las negligencias y vacíos que aprovecharon los corruptos. Para aprender del error. Para evitar que se vuelvan a cometer, hay que escuchar también a los culpables. Con transparencia (revelando su rol o interés) y sin miedo.

Hace 16 años, con la caída de Alberto Fujimori, gran parte de la sociedad peruana escogió silenciar a sus más conspicuos seguidores condenándolos al ostracismo. Como si tapándose los ojos, las cosas desaparecieran. La ausencia de voz dio legitimidad a un discurso de martirización varios años después. Curiosamente, algunos de los que reclamaron o reclaman –con razón– que este silencio forzoso fue un error son los que se erigen hoy en un falaz pedestal para decir quién puede expresarse y quién no.

http://elcomercio.pe/opinion/mirada-de-fondo/ti-te-pago-odebrecht-1-andres-calderon-noticia-1968004


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En la frontera


Mirko Lauer


A lentado por el ejemplo de Alberto Fujimori, quien se ganó varios años de libertad resistiéndose a volver, quizás Alejandro Toledo termine haciéndola larga en el exterior. La negativa de los EEUU a entregar a su residente sin orden de un juez federal es un mal comienzo para la persecución internacional del ex presidente. Pero es un comienzo.

Además podrían estar influyendo en Toledo los defensores, sobre todo oficiosos, que le recomiendan no volver al Perú. Aunque tendría que buscar un refugio realmente exótico, pues lo de volverse inextraditable en Israel es una leyenda urbana. Israel no es Japón. No hay tampoco allí posibilidad de asilo político. Se trata, pues, de una fuga muy complicada.

Pero quizás nos adelantamos al decir que ya está decidido a no volver por su voluntad. Este es un tiempo para que mida, y sobre todo entienda, sus opciones. Aunque suene algo grotesco, siempre está la posibilidad de una colaboración eficaz que le reduzca la pena a expensas de antiguos cómplices. Pero el Estado no puede esperar a que Toledo decida volver por cuenta propia.

Otro motivo para demorar algo el retorno es esperar qué va a suceder en el campo de las delaciones premiadas brasileñas sobre coimas a peruanos. Según las versiones, esa es una bolsa llena de acusaciones, algunas de las cuales podrían cambiar los ejes del asunto, y sacar a Toledo de su actual ubicación como corrupto mayor en el caso Odebrecht.

Las opciones, pues, son empezar a colaborar o seguir negando la verdad de las acusaciones. No llega a ser del todo una bifurcación, pero sí podría marcar diferencias. La negación permite insistir hasta el infinito en que uno es inocente, a pesar de estar condenado a prisión. Puede ser útil al inicio de una carrera política, pero no mucho al final.

Toledo está particularmente mal preparado para la situación en la que ha entrado. Presionado, no logra mantener un discurso sin permanentes contradicciones. Los exabruptos de su esposa le aportan más problemas que soluciones. No parece ser muy bueno eligiendo abogado, y a la vez tiene una limitada comprensión de los mecanismos de la justicia peruana y de los refugios internacionales.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/847960-en-la-frontera



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Ha llegado la hora del cambio

Humberto Campodónico


Por primera vez en 25 años tenemos la oportunidad de sacar el balance del modelo económico de la Constitución Fujimori/Yoshiyama: liberalización de la economía, desregulación de los mercados y privatización de las empresas estatales. Pero sus defensores se niegan a ese balance.

Ahora nos dicen que la culpa proviene del “imperio brasileño” y el sistema corrupto alentado por sus empresas. Así, la corrupción viene “de afuera” y corrompe a los “buenos” de adentro que, además, aplican las políticas del Consenso de Washington.

Eso no se dijo en los 90. Allí el fracaso económico fue culpa del modelo “cepalino” y la crisis de la deuda externa no tenía causas foráneas (como la tasa de interés al 20%, la caída de los precios de las materias primas o el proteccionismo de los países industrializados). La causa era endógena: “demasiado Estado”, “muy poco mercado”. Dos varas y dos medidas.

La confianza desmedida en las “virtudes inquebrantables” de los mercados se exacerbó con el super ciclo de altos precios de las materias primas por la expansión industrial china (que no fue producto del “libre mercado”). No se quiso ver que la marea alta china fue el hecho esencial que hizo subir a todos los botes de América Latina, sin excepción alguna. Y en todos también bajó la pobreza, en parte por el crecimiento y en parte por los programas sociales.

Esta confianza llevó a que el ministro Luis Carranza dijera que los altos precios iban a durar 30 años, lo que se trasladó a todas las instituciones del Estado y a la propia forma de hacer política económica. ¿Alguien dijo Plan Nacional de Infraestructura en el CEPLAN? Pero si “plan” es una mala palabra. Basta con que IPE y AFIN nos digan que el déficit de infraestructura asciende a decenas de miles de millones de dólares.

¿Alguien dijo Plan Energético de Mediano y Largo Plazo, de carácter vinculante, que nos diga qué oferta y demanda de energía queremos en 20 años para “rayar la cancha” a las empresas? ¿Para qué, si ya la Constitución dice que son los dueños de la molécula, previo pago de una regalía? ¿Y qué hacemos si el licenciatario quiere exportar el gas del Lote 56, lo que se permitió bajo Toledo, siendo PPK ministro de economía y luego Premier?

Pues nada: solo respetar el Art. 62 de la Constitución que establece la “santidad” de los contratos-ley, ya que solo pueden ser cambiados por acuerdo entre las partes (adiós Congreso). No se dice que han sido modificados cientos de veces, siempre a favor de los contratistas, partida de nacimiento de las adendas de las APP.

Los ideólogos pro-mercado “evolucionaron” y dijeron que los eficientes ministros tecnócratas no podían hacer bien las cosas porque los gobernantes, políticos elegidos por el pueblo, no los dejaban: “qué bueno sería que los mencionados ministros –que parecen estar en el gabinete por un accidente del destino– escogiesen al presidente y no al revés” (1). El gabinete PPK, con él al frente, cumple con esa aspiración. ¿O no?

Lo que les importa es que haya “una buena tasa de crecimiento económico”, no si se fortalecen las instituciones, salvo las “islas de eficiencia que “impulsan el crecimiento” (2). Tampoco importa si se vulnera el medio ambiente y los derechos de las comunidades indígenas. Importa crecer. Punto.

La cereza de la torta ha sido las APP, no porque sean malas per se, sino porque la estructura legal y el diseño de adjudicación han sido laxos, permitiendo adendas al por mayor, por tanto, el crecimiento de la corrupción que vemos hoy. Es indispensable un debate nacional sobre las APP para acabar con la corrupción.

Pero el apetito de los inversionistas privados hacia los ahorros fiscales en época de vacas flacas (y gordas), no se detiene. La política del Gobierno es dar proyectos a las APP, donde tienen buenos amigos. Así, Proinversión va a licitar proyectos por US$ 4,000 millones este año. No, pues. Ni una APP más hasta revisar todo a fondo. El Congreso tiene la palabra.

Para terminar, la corrupción no viene solo “de afuera”. Tampoco tiene un solo signo ideológico ni su origen es “economicista”. La moral y la ética son parte del análisis, así como los signos de los tiempos de “postmodernidad” y “postverdad”.

Pero el “libre albedrío” del mercado, sin regulación ni rumbo de largo plazo sí provoca desastres: se vio en la crisis global del 2008 y se ve ahora. No es cierto que haya “una sola política económica”, si no miremos el signo no neoliberal de las políticas económicas en China y el Sudeste Asiático. Si queremos acabar con la corrupción necesitamos una nueva ecuación entre Estado y mercado y alejarnos de la dependencia de las materias primas, camino bloqueado por la Constitución de 1993.

La crisis abierta nos da la gran oportunidad para revertir la idea-fuerza que domina hace 25 años: que el mercado lo puede todo. Ha llegado la hora de cambiar.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/847964-ha-llegado-la-hora-del-cambio



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