¡A la reja! - Luis Davelouis
¿A ti te pagó Odebrecht? - Andrés Calderón
En la frontera - Mirko Lauer
Ha llegado la hora del cambio - Humberto Campodónico
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¡A la reja!
Luis Davelouis
Al cierre de esta
columna, el paradero del ex presidente Alejandro Toledo era desconocido. Se
rumoreaba que había aterrizado en Tel Aviv, pero una nota de la agencia
Reuters daba cuenta de que ese país anunció –a través de un vocero de su
Ministerio de Relaciones Exteriores– que no le permitiría su ingreso “hasta
que no haya solucionado sus asuntos en el Perú”.
Yo voté por Toledo
cuando se enfrentó a la satrapía corruptocrática de Fujimori y Montesinos.
Nunca me pareció apto, ni siquiera buena persona, pero frente a Fujimori y
The Matrix, y Alan García y El Aprocalipsis, la decisión no era tan difícil.
¿Fui un tonto? No.
No voté a ciegas, el voto nunca es un cheque en blanco; Toledo ganó con el
voto popular. Hay quienes hoy intentan señalar a los que votamos por él como
“co-culpables” de su mediocre gobierno y hasta de –prácticamente– ser
cómplices de los delitos que cometió contra el Estado. Heridas parlantes.
Además de que el
argumento por sí solo es falaz, incluye enormes porciones de conchudez y
cinismo cuando viene de fujimoristas. Estos llevan el nombre de un probado
delincuente que cumple condena por sus crímenes, un hampón al que sin
vergüenza alguna reivindican con todos sus delitos probados, que son muchos y
enormes. Por otro lado, no hay –y quizás nunca hubo en sentido estricto–
“toledistas” y, de haberlos, ninguno pedirá que le salven el pellejo “porque
nos devolvió la democracia” (otra falacia). Si robó, a la cárcel. A ninguno
de los que votamos por Toledo se nos ocurre manipular la historia, los hechos
o la realidad para salvar o “elevar” al tremendo delincuente que resultó ser.
El fujimorismo, en
cambio, es una fábrica de realidad a la medida. Pobres.
http://peru21.pe/opinion/luis-davelouis-reja-2270671
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¿A ti te pagó Odebrecht?
Andrés Calderón
No porque se haya
levantado US$20 millones en coimas como parece que fue el caso del ex
presidente Alejandro Toledo, ni porque haya sido uno de los funcionarios del
segundo gobierno aprista que favorecieron a la constructora brasileña en la
licitación de la línea 1 del metro de Lima. Ni siquiera porque haya ayudado
en el gobierno nacionalista a licitar ese unicornio (los elefantes no son
invenciones) blanco llamado gasoducto del sur.
Su culpa es más
simple. Es probable que usted haya tenido algún vínculo –siquiera remoto– con
una constructora brasileña.
¿Cree que no? Haga
números. A los 10.000 trabajadores de Odebrecht en el Perú (y otros tantos ex
colaboradores) multiplíquelos por las cinco otras constructoras, también por
los varios socios con los que participó de forma consorciada; añada al
producto el número de proveedores con el que cada uno de ellos ha hecho
negocios, por el número de sus clientes, por el número de funcionarios estatales
con los que ha interactuado y el número de intermediarios y profesionales
independientes con los que puedan haber trabajado (expertos en conflictos
sociales, gestores de proyectos de responsabilidad social, relacionistas
públicos, abogados, economistas, ingenieros, etc.). Le apuesto, apreciado
lector, que en el mejor de los casos no tiene más de un grado de separación
con la brasileña. Su carrera se acabó. Queme su currículo. Empaque y múdese a
una isla donde las brasileñas no hayan llegado.
Por más absurdo
que le parezca este razonamiento (y lo es), hay un temor real arraigado en
muchas personas. Desde el abogado que le registró una marca a una
constructora brasileña en el 2004 hasta el ingeniero que trabaja en una de
sus socias. ¿Qué culpa tienen ellos? Ninguna. Pero el miedo a que los
vinculen y satanicen ha venido creciendo empujado también por un discurso
sensacionalista, cuando no oportunista.
Hay varios
peligros subyacentes. El primero es que al meter a tirios y troyanos en el
mismo saco, se diluye la responsabilidad. Se hace más difícil distinguir a
quienes sí, con dolo o inexcusable negligencia, contribuyeron realmente a la
corrupción propiciada por estas empresas. Si todos son culpables, nadie
realmente lo es.
El segundo es el
de la autocensura. Lo percibo cuando pido la opinión de un experto, converso
con una fuente e invito a escribir un artículo. “Pero no me cites, no vaya a
ser que me quieran vincular con Odebrecht”. Perdemos voces valiosas en un
momento crítico de la discusión pública, cuando la mayor información y el
intercambio de ideas son más importantes.
El tercero y más
polémico –pero no por ello menos nocivo– es el del silencio de los culpables.
Sí, incluso los responsables legales y políticos de la perversión estatal
deberían ser escuchados. No para darles la razón. Todo lo contrario. Para
saber cuáles fueron los delitos y sus motivaciones, cuáles fueron las
negligencias y vacíos que aprovecharon los corruptos. Para aprender del
error. Para evitar que se vuelvan a cometer, hay que escuchar también a los
culpables. Con transparencia (revelando su rol o interés) y sin miedo.
Hace 16 años, con
la caída de Alberto Fujimori, gran parte de la sociedad peruana escogió
silenciar a sus más conspicuos seguidores condenándolos al ostracismo. Como
si tapándose los ojos, las cosas desaparecieran. La ausencia de voz dio
legitimidad a un discurso de martirización varios años después. Curiosamente,
algunos de los que reclamaron o reclaman –con razón– que este silencio
forzoso fue un error son los que se erigen hoy en un falaz pedestal para
decir quién puede expresarse y quién no.
http://elcomercio.pe/opinion/mirada-de-fondo/ti-te-pago-odebrecht-1-andres-calderon-noticia-1968004
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En la frontera
Mirko Lauer
A lentado por el
ejemplo de Alberto Fujimori, quien se ganó varios años de libertad
resistiéndose a volver, quizás Alejandro Toledo termine haciéndola larga en
el exterior. La negativa de los EEUU a entregar a su residente sin orden de
un juez federal es un mal comienzo para la persecución internacional del ex
presidente. Pero es un comienzo.
Además podrían
estar influyendo en Toledo los defensores, sobre todo oficiosos, que le
recomiendan no volver al Perú. Aunque tendría que buscar un refugio realmente
exótico, pues lo de volverse inextraditable en Israel es una leyenda urbana.
Israel no es Japón. No hay tampoco allí posibilidad de asilo político. Se
trata, pues, de una fuga muy complicada.
Pero quizás nos
adelantamos al decir que ya está decidido a no volver por su voluntad. Este
es un tiempo para que mida, y sobre todo entienda, sus opciones. Aunque suene
algo grotesco, siempre está la posibilidad de una colaboración eficaz que le
reduzca la pena a expensas de antiguos cómplices. Pero el Estado no puede
esperar a que Toledo decida volver por cuenta propia.
Otro motivo para
demorar algo el retorno es esperar qué va a suceder en el campo de las
delaciones premiadas brasileñas sobre coimas a peruanos. Según las versiones,
esa es una bolsa llena de acusaciones, algunas de las cuales podrían cambiar
los ejes del asunto, y sacar a Toledo de su actual ubicación como corrupto
mayor en el caso Odebrecht.
Las opciones,
pues, son empezar a colaborar o seguir negando la verdad de las acusaciones.
No llega a ser del todo una bifurcación, pero sí podría marcar diferencias.
La negación permite insistir hasta el infinito en que uno es inocente, a
pesar de estar condenado a prisión. Puede ser útil al inicio de una carrera
política, pero no mucho al final.
Toledo está
particularmente mal preparado para la situación en la que ha entrado.
Presionado, no logra mantener un discurso sin permanentes contradicciones.
Los exabruptos de su esposa le aportan más problemas que soluciones. No
parece ser muy bueno eligiendo abogado, y a la vez tiene una limitada
comprensión de los mecanismos de la justicia peruana y de los refugios
internacionales.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/847960-en-la-frontera
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Ha llegado la hora del cambio
Humberto Campodónico
Por primera vez en
25 años tenemos la oportunidad de sacar el balance del modelo económico de la
Constitución Fujimori/Yoshiyama: liberalización de la economía, desregulación
de los mercados y privatización de las empresas estatales. Pero sus
defensores se niegan a ese balance.
Ahora nos dicen
que la culpa proviene del “imperio brasileño” y el sistema corrupto alentado
por sus empresas. Así, la corrupción viene “de afuera” y corrompe a los
“buenos” de adentro que, además, aplican las políticas del Consenso de
Washington.
Eso no se dijo en
los 90. Allí el fracaso económico fue culpa del modelo “cepalino” y la crisis
de la deuda externa no tenía causas foráneas (como la tasa de interés al 20%,
la caída de los precios de las materias primas o el proteccionismo de los
países industrializados). La causa era endógena: “demasiado Estado”, “muy
poco mercado”. Dos varas y dos medidas.
La confianza
desmedida en las “virtudes inquebrantables” de los mercados se exacerbó con
el super ciclo de altos precios de las materias primas por la expansión
industrial china (que no fue producto del “libre mercado”). No se quiso ver
que la marea alta china fue el hecho esencial que hizo subir a todos los
botes de América Latina, sin excepción alguna. Y en todos también bajó la
pobreza, en parte por el crecimiento y en parte por los programas sociales.
Esta confianza
llevó a que el ministro Luis Carranza dijera que los altos precios iban a
durar 30 años, lo que se trasladó a todas las instituciones del Estado y a la
propia forma de hacer política económica. ¿Alguien dijo Plan Nacional de
Infraestructura en el CEPLAN? Pero si “plan” es una mala palabra. Basta con
que IPE y AFIN nos digan que el déficit de infraestructura asciende a decenas
de miles de millones de dólares.
¿Alguien dijo Plan
Energético de Mediano y Largo Plazo, de carácter vinculante, que nos diga qué
oferta y demanda de energía queremos en 20 años para “rayar la cancha” a las
empresas? ¿Para qué, si ya la Constitución dice que son los dueños de la
molécula, previo pago de una regalía? ¿Y qué hacemos si el licenciatario
quiere exportar el gas del Lote 56, lo que se permitió bajo Toledo, siendo
PPK ministro de economía y luego Premier?
Pues nada: solo
respetar el Art. 62 de la Constitución que establece la “santidad” de los
contratos-ley, ya que solo pueden ser cambiados por acuerdo entre las partes
(adiós Congreso). No se dice que han sido modificados cientos de veces,
siempre a favor de los contratistas, partida de nacimiento de las adendas de
las APP.
Los ideólogos
pro-mercado “evolucionaron” y dijeron que los eficientes ministros tecnócratas
no podían hacer bien las cosas porque los gobernantes, políticos elegidos por
el pueblo, no los dejaban: “qué bueno sería que los mencionados ministros
–que parecen estar en el gabinete por un accidente del destino– escogiesen al
presidente y no al revés” (1). El gabinete PPK, con él al frente, cumple con
esa aspiración. ¿O no?
Lo que les importa
es que haya “una buena tasa de crecimiento económico”, no si se fortalecen
las instituciones, salvo las “islas de eficiencia que “impulsan el
crecimiento” (2). Tampoco importa si se vulnera el medio ambiente y los
derechos de las comunidades indígenas. Importa crecer. Punto.
La cereza de la
torta ha sido las APP, no porque sean malas per se, sino porque la estructura
legal y el diseño de adjudicación han sido laxos, permitiendo adendas al por
mayor, por tanto, el crecimiento de la corrupción que vemos hoy. Es
indispensable un debate nacional sobre las APP para acabar con la corrupción.
Pero el apetito de
los inversionistas privados hacia los ahorros fiscales en época de vacas
flacas (y gordas), no se detiene. La política del Gobierno es dar proyectos a
las APP, donde tienen buenos amigos. Así, Proinversión va a licitar proyectos
por US$ 4,000 millones este año. No, pues. Ni una APP más hasta revisar todo
a fondo. El Congreso tiene la palabra.
Para terminar, la
corrupción no viene solo “de afuera”. Tampoco tiene un solo signo ideológico
ni su origen es “economicista”. La moral y la ética son parte del análisis,
así como los signos de los tiempos de “postmodernidad” y “postverdad”.
Pero el “libre
albedrío” del mercado, sin regulación ni rumbo de largo plazo sí provoca
desastres: se vio en la crisis global del 2008 y se ve ahora. No es cierto
que haya “una sola política económica”, si no miremos el signo no neoliberal
de las políticas económicas en China y el Sudeste Asiático. Si queremos
acabar con la corrupción necesitamos una nueva ecuación entre Estado y
mercado y alejarnos de la dependencia de las materias primas, camino
bloqueado por la Constitución de 1993.
La crisis abierta
nos da la gran oportunidad para revertir la idea-fuerza que domina hace 25
años: que el mercado lo puede todo. Ha llegado la hora de cambiar.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/847964-ha-llegado-la-hora-del-cambio
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