sábado, 28 de enero de 2017

OPINIONES 28/01/2017

Corrupción en piloto automático - Carlos Meléndez
El rechazo a México - Ian Vásquez
Escoja su Odebrecht - Mirko Lauer
Hablemos de género - Alexander Huerta-Mercado
La gran empresa de la corrupción - César Lévano
La paradoja de las vacas y los peajes - Alfredo Bullard
Las trompetas de guerra de Donald Trump - Augusto Álvarez Rodrich
Verdades alternativas - Raúl Tola

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Corrupción en piloto automático

Carlos Meléndez


El espectro de la corrupción ‘feito no Brasil’ recorre Latinoamérica (África y más allá), y acaba de aterrizar en el Perú. Lava Jato ha gatillado una escalada de confesiones que delatan un esquema de corrupción sofisticado: un sistema transnacional de coimas y apoyos monetarios a funcionarios públicos y políticos en pleno ‘boom’ del crecimiento económico y de la inversión en infraestructura del continente. A diferencia de experiencias anteriores, estamos ante una estructura corruptora creada a imagen y semejanza del “modelo económico”. Es decir, capaz de trascender administraciones públicas y tiendas partidarias, legitimando un modus operandi salvaguardado por el poder político y confiando en que la euforia por las macrocifras sea el mejor psicosocial para hacernos de la vista gorda ante los delitos de cuello blanco. Estamos ante una corrupción “en piloto automático”.

En la historia reciente peruana podemos identificar tres modelos de corrupción con distintas implicancias. En los ochenta, el país sufrió la corrupción de partido. El primer gobierno del Apra se caracterizó –entre otros– por el desmantelamiento de los recursos estatales en beneficio privado de quienes portaban el carnet de la estrella (manchada desde entonces). En los noventa, sufrimos la corrupción antipartido. El gobierno fujimorista erigió una camarilla mafiosa que fue potenciada por instrumentos propios de un régimen autoritario –como el espionaje y el chantaje–. Carente de organización política, el poder fue básicamente tomado por élites político-criminales. En el siglo XXI, somos testigos de la corrupción sin partido, que rebasa fronteras y trasciende gobiernos, instalándose cómodamente como parte del ‘establishment’ político y económico.

La corrupción sin partidos se potencia por la debilidad de una democracia que no ha sabido construir las instituciones políticas que la proteja del crimen organizado. La democracia tecnocrática vive obsesionada por “destrabar la tramitología” en beneficio de las inversiones, sin importar que estas puedan aportar tanto cemento como delitos. La práctica de sobornos en licitaciones se naturalizó, al punto de institucionalizarse como divisiones ad hoc dentro de los organigramas de corporaciones privadas. Así se creó un sistema corruptor de funcionarios públicos que gozaba de la complicidad activa o silente de lobbistas, relacionistas públicos, estudios de abogados y hasta de opinólogos. Lo más “inofensivo” consistió en donaciones a aventuras electorales del ‘outsider wannabe’ de turno.

El alcance de cada una de las tres olas de corrupción ha ganado en envergadura. Primero fue el partido con un Estado en crisis (el Apra), luego del Estado en su momento de mayor expansión (fujimorismo) y ahora envuelve al ‘establishment’ en su conjunto (empresas brasileñas). El nivel de arrase ha sido brutal: estamos hablando no solo de funcionarios públicos, sino también de las élites económicas del país (¿acaso Odebrecht no tenía asiento en los gremios empresariales?). El asunto se vuelve desgarrador si incluimos en el análisis a los gobiernos subnacionales. En regiones, la penetración de esta corrupción en piloto automático aprovechó la mayor impunidad y descaro de la política en el interior. ¿Estamos preparados para tentar al menos una respuesta institucional a la corrupción? Las reacciones del gobierno agotan las esperanzas.

http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/corrupcion-piloto-automatico-carlos-melendez-noticia-1963964


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El rechazo a México

Ian Vásquez


Por el mero hecho de compartir una frontera enorme con Estados Unidos, México tiene una influencia desproporcionada en la política exterior de su vecino norteño. Después de Canadá, la relación que tiene EE.UU. con México es la más importante, pues abarca áreas como la inmigración, comercio, narcotráfico y temas de seguridad nacional que afectan directamente a EE.UU. Lo que pasa en México, por lo tanto, condiciona cómo ve Washington al resto de la región y buena parte del mundo.

Ahora, la primera crisis diplomática de la administración Trump ha ocurrido en la caótica primera semana de su gobierno. Ante una programada reunión en la Casa Blanca, Trump trató al presidente Enrique Peña Nieto con una impresionante falta de respeto. Reiteró sus sentimientos de desprecio hacia los inmigrantes al insistir que su prometido muro entre EE.UU. y México se iba construir y, cosa inverosímil, que lo pagarían los mexicanos. Peña Nieto respondió que de ninguna manera. A lo que Trump respondió –por Twitter, el estilo preferido de los populistas– que mejor no venga si no quiere pagar. Por lo que el presidente mexicano canceló la visita.

Parece un juego de niños pero el mandatario mexicano hizo lo que tuvo que hacer. Y las cosas pueden ir de mal en peor. Lo que está en juego con México es la postura que tendrá EE.UU. con el resto del mundo respecto a importantes áreas de política exterior. Este fue el caso de la crisis de la deuda en los ochenta que se inició en México, la reducción oficial de la deuda a finales de esa década, las reformas de mercado a principio de los 90, el tratado de libre comercio en Norteamérica y el rescate masivo financiero de 1995. En cada caso, EE.UU. formuló políticas que luego aplicó en países alrededor del mundo de manera bilateral y a través de organizaciones internacionales.

Lo que está en juego en el mismo México es la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte al que Trump se opone, la inmigración desde México que Trump critica por dañar a EE.UU. y la inversión estadounidense en el vecino del sur. En respuesta a la crisis diplomática, la Casa Blanca anunció, sin dar detalles, que se impondría un arancel del 20% a las importaciones de México. Ya Trump ha “persuadido” a dos grandes empresas estadounidenses a cancelar inversiones mayores en México, pues temen represalias costosas que el Ejecutivo podría tomar. El efecto Trump en México ha significado una devaluación fuerte del peso y un desplome en la inversión.

Pongamos de lado la falta de lógica económica de sus propuestas: un arancel para financiar el muro lo pagarían los consumidores estadounidenses, no los mexicanos; un muro no es una medida eficiente para reducir la inmigración ilegal, y solo construirlo costaría hasta 35 mil millones de dólares; mientras más restrictivas son las políticas migratorias, más tienden a quedarse los mexicanos de forma ilegal en EE.UU. en vez de volver a su país cada año como era la costumbre; el proteccionismo eleva el costo de la vida para los estadounidenses y empobrece a los mexicanos, reduciendo así su potencial de comprar productos exportados de EE.UU., etc.

Desde los noventa, la relación EE.UU.-México ha sido amigable y basada en la integración económica, a su vez basada en la consolidación de la democracia de mercado mexicana. De hecho, ese modelo ha dado estabilidad a México y ha permitido el crecimiento de una clase media enorme. Fueron las reformas de mercado y el tratado de libre comercio que dieron paso a la democratización de México y que, después de su crisis financiera de los noventa, volviera en poco tiempo a recuperarse y seguir con el modelo, un contraste notable con la historia mexicana.

Trump está logrando revertir la postura estadounidense en favor de esos avances. Es obvio que, tal como declaró al “Wall Street Journal” hace dos años, “honestamente no me importa México”. Una guerra comercial es una posibilidad. Está logrando también unir América Latina en contra de EE.UU., como ya lo están declarando Evo Morales y Rafael Correa. No solamente China, sino la Organización Mundial del Comercio (de la cual Trump amenazó con retirarse), deberían preocuparse.

No hay mucho que los países en desarrollo puedan hacer al respecto. La mejor respuesta es no responder con medidas cortoplacistas y proteccionistas igual de equivocadas.

http://elcomercio.pe/opinion/mirada-de-fondo/rechazo-mexico-ian-vasquez-noticia-1964005


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Escoja su Odebrecht

Mirko Lauer


Hay quienes privilegian el aspecto político, y ven en Odebrecht un envío del cielo que liquidará la carrera de sus figuras más detestadas. Algunos incluso piensan que el caso podría ir liquidando a casi todas las figuras políticas de estos años, e inaugurar una nueva era de limpieza ética, apenas se conozca el 100% de la verdad.

Otros, sobre todo en el gobierno, se están concentrando en el aspecto empresarial: cortar por lo sano para evitar que el caso afecte la economía a niveles irrecuperables. Quizás liquidar a Odebrecht evite males mayores, pero no dejará de tener consecuencias. Sobre todo porque no es solo una la empresa metida en la danza.

Luego de decenios de presencia de grandes empresas corruptoras en el Perú el contagio o el contacto llegan casi literalmente a todas partes. Sobre todo si se considera, como se viene haciendo, que toda relación con Odebrecht & Co culpabiliza en algún grado. Discriminar contactados de contagiados es un ejercicio que no ha comenzado todavía.

Las llamadas redes sociales tienen su propia visión del asunto: como dice en El gaucho Martín Fierro, aquí “Todo bicho que camina va a parar al asador”. Sin duda el anonimato ayuda en esta tarea, que sin saberlo está haciendo la historia de todas las relaciones sociales de la ingeniería de proyectos en el país.

Luego están quienes consideran que la vía judicial es la ruta más segura, e incluso la única, para llegar a desenlaces justicieros. Primero porque es la vía establecida, y segundo porque ella ha funcionado en otros grandes casos de corrupción. Pero hay críticos que reclaman celeridad, aunque sin más argumentos que una poco disimulada impaciencia.

Mientras tanto los políticos de la comisión Lava Jato del Congreso entienden que todos –acusados, fiscales, ministros, contagiados, contactados, sospechosos, socios, funcionarios, y otros– deben desfilar frente a sus micrófonos para ir construyendo una suerte de segunda versión del informe Pari.

Por su parte los medios buscan adelantarse a todos estos escenarios, y buscan la filtración decisiva capaz de acelerar el ritmo de los destapes. Pero las decenas de millones de dólares en coimas reportadas solo van produciendo un puñado de presos, que se está tomando su tiempo para empezar a hablar.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/843490-escoja-su-odebrecht


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Hablemos de género

Alexander Huerta-Mercado

Imaginen un muñeco de paja usado para entrenar a los soldados en combate y al que atacan sin posibilidad de defensa. Esta figura da nombre a una falacia llamada, precisamente, “falacia del hombre de paja”, donde se crean argumentos muy fáciles de refutar y luego se atribuyen a un interlocutor haciéndolo fácil de atacar. Es decir, poner en boca de alguien algo que no dijo o exagerar lo que dijo y luego atacarlo.

Algo así ha ocurrido con la mal llamada “ideología de género” en el currículo escolar. El plan curricular del ministerio lo único que sugiere es que todos tenemos iguales derechos y eso es todo. Sin embargo, se abrió nuestra propia caja de Pandora social, que ha liberado más bien temores, agresividad y confusión.

En este artículo quiero presentar dos argumentos y un comentario para contribuir a la discusión. El primer argumento se refiere a la relación de cultura con biología y lo propongo a raíz de los comentarios que reducen la identidad sexual a un criterio biológico, lo que considero falso. El segundo se basa en una percepción de nuestra historia desde la perspectiva de género, y la propongo para que podamos entender cómo nuestras construcciones sociales provienen de una historia caracterizada por la vigilancia y el castigo. Comencemos nuestro recorrido.

La cultura es todo lo que el ser humano tiene, hace y piensa como miembro de una sociedad. Es compartida y aprendida, y podríamos decir que se instala en nuestro cerebro dándole significado a todo lo que nos rodea.

Digámoslo de una buena vez: si fuera solo por el factor biológico, la especie humana se hubiese extinguido. Comparativamente con toda especie animal, estamos biológicamente mal equipados para la supervivencia. No tenemos colmillos, carecemos de garras y, peor aun, nuestra piel es incapaz de protegernos frente a la mayoría de ambientes naturales. Nuestra capacidad simbólica y de aplicar lo aprendido en situaciones nuevas nos permitió generar una cultura que nos organizó e incluso nos permitió cubrir nuestras limitaciones mediante el diseño de instrumentos, de vestido y de instituciones.

Nuestra carga instintiva no es tan vasta y se puede decir que nacemos como una pizarra casi en blanco. La mayor parte de las cosas las aprendemos al asimilar una cultura que ya nos está esperando en la sociedad en que nacemos. Si los instintos fueran suficiente, no habría necesidad de desarrollar programas educativos en cuanto a educación sexual, agricultura, alimentación saludable, crianza de niños.

En general, muchas cosas que creemos dadas por la naturaleza son creaciones culturales, y la mejor forma de entender esto es ver cómo distintas culturas humanas han entendido de forma diferente qué es ‘familia’, ‘salud’ y ‘enfermedad’, y cómo estos conceptos han variado a lo largo del tiempo. Con ello no niego el aspecto biológico, que claramente nos marca, busco encontrar cómo la cultura negocia fuertemente con esta característica.

Si bien las diferencias biológicas entre mujeres y hombres son evidentes, las identidades no lo son y las distintas culturas humanas han construido una enorme cantidad de definiciones, rituales y reglas que hacen imposible universalizar lo que es ‘hombre’ o ‘mujer’.

Una de las características de la cultura occidental es que intenta entender las cosas desde un punto de vista científico (por sus principios y causas). Es precisamente por este aspecto analítico que se generan distintas teorías que facilitan entender la cultura. Estas perspectivas son una suerte de “lentes” a través de los cuales podemos comprender e interpretar mejor las cosas. El género es una perspectiva de estudio, donde podemos ver cómo se construyen culturalmente los roles asociados a cada sexo. ¡Interesante!, porque nos permite descubrir los guiones sociales que se nos imponen en cada sociedad.

El segundo aspecto tiene que ver con nuestra historia colonial. Cojamos el lente de la perspectiva de género como una de las tantas maneras de aproximarnos a la historia del Perú. Si evaluamos la situación previa a la conquista, podríamos apreciar cómo el hoy territorio peruano estaba habitado por una pluralidad étnica de grupos que incluso estaban enfrentados entre sí. La perspectiva de la conquista buscó homogeneizar a todos bajo la categoría de indios y alcanzar una dominación ideológica en la que los españoles podrían garantizar no solo su éxito político, sino su supervivencia en un territorio cuya población era en su mayoría conquistada y hostil para los europeos.

Es en ese contexto que la conquista no solo adquirió características militares, sino que impuso una dominación ideológica (es decir, un conjunto de ideas que se imponían como regla), a través del poder político y la religión católica (usada como medio de control social). El uso político de la religión la convirtió en un sistema de vigilancia y castigo que se apropió de la idea de cielo e infierno de forma –literalmente– inquisitorial.

Uno de los elementos claves en el dominio colonial fue someter estrictamente al cuerpo de la mujer. Piénsenlo por un rato, es una medida política hábil. Con ello, se controla la reproducción biológica (cada grupo social creciendo de manera separada) y la reproducción social (el rol de los monasterios y las monjas como profesoras).

Además, parte de estas políticas coloniales fue confinar a la mujer al espacio doméstico (la casa), una suerte de reino y cárcel. ¿Suficiente? ¡No! La mujer estaba bastante vigilada en su pensamiento a través de la confesión y, por si fuera poco, se le atribuyó ser la encarnación del “honor” en el hogar. Es decir, había que cuidar su reputación bajo peligro de generar deshonra en la familia.

Todas estas características coloniales fueron impuestas como ideas que debían seguirse so pena de ser sancionado por transgresor. En pocas palabras, esta sí fue una ideología de las más radicales conocidas en la historia.

Emplear la perspectiva de género en la historia permite descubrir que gran parte de las de-sigualdades impuestas entre hombres y mujeres tiene origen colonial y que, junto con el racismo, el machismo y el sistema patriarcal, no han cambiado mucho pese a que hace casi dos siglos somos una república. Nos alerta de las prácticas discriminatorias, la represión y el dominio, ya no como órdenes dadas, sino como categorías impuestas que deben cambiarse.

El comentario final es, creo, fundamental. La perspectiva de género nos ha enseñado a observar cómo las identidades son mucho más flexibles, variadas y diversas que solo la dualidad ‘hombre’ o ‘mujer’ que se nos impone.

Hay también lesbianas, gays, transexuales, intersexuales, bisexuales y muchas más identidades que solo son juzgadas porque los criterios de “normalidad” de nuestra sociedad parecen estar enquistados en el Virreinato. El detalle es que estas son identidades y no algo que se elija, se finja o se contagie. Son identidades, tan simple como eso. Y ahora estamos siendo testigos de discriminación y condena como alguna vez se vio cuando se luchaba contra la esclavitud o por los derechos de las mujeres.

Si hay algo que hemos aprendido en la historia es que hay más de una perspectiva y es momento de dejar de juzgar y entender, acercarnos y aprender. Debemos oír a quienes pueden enseñarnos porque viven en el centro de una absurda lapidación.

¿Cómo se sienten de ser agredidos, percibidos como contaminantes o peligrosos? ¿Cómo sentirse si, algo tan propio como la identidad, es vista como enfermedad o pecado? ¿Cómo se sienten al no tener la libertad de vivir su propia identidad en el espacio público o incluso en el hogar y ser constantemente humillados? ¿Cómo sentirse si se les asocia permanentemente con todo estigma social? La homofobia, la transfobia y todo tipo de odio ya no se sostienen. Es hora de escuchar, de aprender juntos, de integrar, no de tolerar (porque se tolera aquello que en el fondo no se aguanta) sino de respetar y vivir nuestras diferencias.

Un proverbio atribuido a los cherokees es el no juzgar a nadie sin caminar antes una milla en sus zapatos. En nuestro caso, y con amor, como dice una célebre canción de Los Mojarras, “muchos zapatos vamos a gastar para llegar…”.




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La gran empresa de la corrupción

César Lévano


El economista Francisco Durand ha publicado en Otra Mirada un texto titulado La corrupción de cuello y corbata: pasa piola? Es una severa requisitoria sobre todo el sistema de corrupción que manejan políticos y grandes empresarios. El foco apunta a la vinculación entre El Comercio y Odebrecht.

El escrito desvela vínculos poco conocidos. Por ejemplo, que el grupo Graña y Montero tiene como accionistas principales a J.P. Morgan, de la banca estadounidense y que maneja el 38.46 por ciento del accionariado, y Bechtel Enterprises, que posee el 17.8 por ciento. Ambas compañías extranjeras suman más del 55 por ciento del total.

“En realidad”, comenta Durand, “ya no es una empresa peruana, de modo que no entiendo por qué tanto remilgo”, para pedir la cabeza de José Graña Miró Quesada, exdirector de El Comercio.

Durand prosigue su destape del entramado. Anota que, de acuerdo a la información oficial del Instituto Peruano de Economía, centro del neoliberalismo económico en el Perú, dicho Instituto tiene como presidente a Roberto Abusada Salah, y entre sus miembros a Martín Pérez, presidente de Confiep a nombre del Grupo Romero, y a Fernando Zavala, actual presidente del Consejo de Ministros.

Abusada posee el 5.47 por ciento de acciones de Graña y Montero Digital, es presidente del directorio de esta y director de Graña y Montero Petrolero.

El estudio de Durand pone al descubierto uno de los decretos legislativos, que busca limitar el control fiscal sobre las Asociaciones Públicas Privadas, donde el Estado arriesga dinero y el inversionista privado pone poco pero se lleva la parte del león.

Por otra parte, Manuel García publica en La Mula un texto que aborda las relaciones entre El Comercio y Odebrecht. Está precedido por este epígrafe: “¿El diario El Comercio pretende la impunidad de Odebrecht y su socio Graña y Montero en el Perú?”

Recuerda el autor que el grupo El Comercio controla alrededor del 75 por ciento del mercado de la prensa peruana y es dueño de dos de los canales de televisión más importantes (Canal 4 y Canal N). Pero trae a la memoria asimismo lo que puede ocurrir a quienes incurren en Asociación Ilícita para delinquir. El Código Penal, en su artículo 391, prevé penas de ocho a treintaicinco años cuando el bien jurídico protegido es el del Estado.

http://diariouno.pe/columna/la-gran-empresa-de-la-corrupcion/


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La paradoja de las vacas y los peajes

Alfredo Bullard

Imagínese un terreno público en el que puede llevar a pastar a su vaca sin costo. Si la lleva, la vaca engorda y aumenta su valor. Y no le cuesta nada. ¿Llevaría a su vaca? Sin duda. Hay beneficios y no hay costos (al menos eso cree usted).

Pero todo aquel que tenga una vaca hará lo mismo. Habrá tantas vacas que arrasarán con los pastos. Como la pastura es de todos, no es en realidad de nadie. ¿Quién sembrará nuevo pasto o regará y abonará el existente? Nadie. La pastura pública nos conduce a lo que Garret Hardin llamó la tragedia de los comunes: los bienes son sobreexplotados y habrá subinversión en generarlos.

Pero si la pastura es entregada a un titular, este podrá cobrar a quienes quieran disfrutarla. Se racionalizará el uso evitando la sobreexplotación. Y el titular, para mantener su negocio, invertirá en hacerlo sostenible, sembrando nuevo pasto.

Las calles y las pasturas no son diferentes. Así como cada vaca genera un costo para las demás (impide comer lo que ya se comió), los autos generan costos para los demás autos: reducen el espacio para la circulación y generan congestión, contaminación y accidentes. Los economistas lo llaman externalidades.

Lo ocurrido con el peaje de Puente Piedra y las protestas para retirarlo son expresión de dos aparentes paradojas. La primera es pensar que lo escaso alcanza para todos. La segunda es creer que si algo es gratis entonces no cuesta.

La infraestructura de uso público, de la que las calles son parte, no puede ser usada por infinitas personas. Y el hecho que no pagues por usarlas, no significa que no cueste. El problema  es que le cuesta a otros. Todos quisiéramos no pagar por lo que usamos. Pero no pagar cuesta más.

Hace unos días, mi amigo Enzo Defilippi publicó un artículo en este Diario (“No uno sino muchos Puente Piedra”) en el que quedó atrapado en esas paradojas. Sostuvo que cobrar por infraestructura ya existente es un error conceptual. Por tanto (eso creí entender), solo se debe poder cobrar por el uso de infraestructura totalmente nueva. Habría un derecho adquirido a no pagar lo que no se ha pagado antes.

Uno de los de fines de cobrar por el uso de infraestructura es fomentar su construcción. Pero no es el único. Su otro fin es racionalizar su uso, es decir, internalizar los costos que implica su utilización. El que la pastura ya exista y no se cobre por su uso no significa que sea buena idea no cobrar nunca y perpetuar la tragedia de los comunes.

No quiero que se me malinterprete. No estoy diciendo que no haya errores muy serios en cómo se implementó el peaje de Puente Piedra. Pero de allí no se puede derivar que sea un error conceptual cobrar peaje por infraestructura que ya existe. En Londres se resolvió un problema de congestión cobrando por entrar al centro de la ciudad, cuyas calles existen desde hace siglos.

El PBI per cápita mundial (y el peruano en particular) ha crecido significativamente. En sencillo, la gente tiene más plata. Y el precio de los automóviles viene bajando en términos reales. Es de esperar que cada vez se compren más autos para una infraestructura cada vez más limitada. Calles gratis significan desastre asegurado.

En relativamente pocos años, la discusión no será en qué carreteras ponemos peajes. Es posible que buena parte de las calles de cualquier ciudad requieran peajes o cobros para asegurar su uso racional y motivar el uso de transporte público, bicicletas o caminar. Hoy la tecnología hace posible, con el uso de GPS o lectores electrónicos, saber qué calles utilizó un auto y que al propietario   le llegue su cuenta al final del mes, igualito que la del teléfono o luz. Por supuesto que habrá marchas contra ello. Se dirá que se afecta el libre tránsito. Pero ello es equivalente a decir que se afecta ese derecho porque el bus me cobra pasaje: si uso un bien, debo pagar por ello.

El que históricamente el uso de la calle haya sido gratuito no quiere decir que sea lógico que lo siga siendo. Es como decir que como nuestros antepasados prehistóricos podían recoger gratis manzanas de los árboles silvestres, entonces está muy mal que nos cobren las manzanas que adquirimos en el supermercado.


http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/paradoja-vacas-y-peajes-alfredo-bullard-noticia-1963966




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Las trompetas de guerra de Donald Trump

Augusto Álvarez Rodrich


Fue muy optimista la esperanza de que, ya instalado en la Casa Blanca, el presidente Donald Trump iba a moderar las propuestas extravagantes y extremistas de su campaña.

En este sentido, quizá lo único positivo que se puede decir de los primeros siete días de Trump en la Casa Blanca es que, al menos, cumple lo que promete, pero eso constituye precisamente el riesgo mayor de los cuatro años que vienen del primer mandato de su presidencia.

Desde un punto de vista periodístico, Trump es un fantástico generador de titulares, pues no hay día en el que no produzca uno.

De acuerdo con un apretado resumen presentado en El Comercio, luego de jurar el cargo el viernes pasado, y de anunciar la intención de eliminar el Obamacare –y, mientras, otorgar cuanta exención pueda–, el domingo Trump planteó la renegociación del tratado de libre comercio Nafta con México y Canadá; el lunes puso fin a la participación de Estados Unidos en el TPP, prohibió el financiamiento a ONGs extranjeras que estén a favor del aborto, y congeló la contratación de empleados en el gobierno federal con excepción de las fuerzas armadas; al día siguiente autorizó la construcción de dos cuestionados oleoductos; el miércoles congeló los fondos de las ciudades que se resisten a detener y deportar inmigrantes y firmó el decreto para empezar a construir el muro en la frontera con México que, además, insiste en que este debe ser pagado por los mexicanos, a la vez de recomendarle al presidente Enrique Peña Nieto que, si no está de acuerdo con ese pago, mejor que cancele su visita oficial a Washington D.C. prevista para este martes 31; y ayer viernes se reunió con la primera ministra británica Theresa May y calificó al ‘Brexit’ de “maravilloso”.

La verdad es que Trump está cumpliendo lo que prometió, lo cual, más allá de lo que pueda implicar para la economía de su país, constituye una seria amenaza para América Latina –empezando por México–, para el fomento del libre comercio, para la estabilidad política del mundo, y para las libertades en Estados Unidos.

Las reacciones no se están demorando, tanto dentro de Estados Unidos con la marcha de mujeres que ensombreció la inauguración de la presidencia de Trump, como fuera, desde China que se alista para una gran batalla comercial que tendrá connotaciones en el plano político, hasta, por supuesto, en México, un país al que la región no debe dejar solo en su enfrentamiento legítimo contra la amenaza creciente y real de esta presidencia.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/843494-las-trompetas-de-guerra-de-donald-trump

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Verdades alternativas

Raúl Tola


Los primeros días de Donald Trump en la Casa Blanca han confirmado los peores temores. En lugar de moderar sus posiciones de campaña, el magnate de la construcción y la telerealidad ha comenzado a llevar a la práctica su discurso proteccionista, racista y disparatado. Sus primeras medidas han sido el retiro de los Estados Unidos del TPP (algo celebrado por la izquierda peruana) y el inicio de una guerra diplomática sin cuartel con México.

El otro blanco de Trump ha sido la prensa. Cuando era candidato, esta lo criticó desde sus páginas editoriales y publicó hechos tan bochornosos como el video donde hablaba de lo fácil que le resultaba «sujetar a las mujeres por la vagina» por ser estrella de televisión, o el informe donde la CIA advierte que Rusia tendría información comprometedora contra él, incluyendo grabaciones con prostitutas en Moscú.

En un país donde la institucionalidad ha dado por sentada una relación tensa pero respetuosa entre política y prensa, el empresario neoyorquino ha dicho que los periodistas son «las personas más deshonestas sobre la faz de la tierra». Los medios son «escoria», «un montón de basura», y están identificados con las élites progresistas, que tanto detesta.

Estas opiniones las ha confirmado Steve Bannon, principal asesor de Trump. Cofundador de Breitbar News —una web ultraconservadora, afín a la difusión de teorías conspirativas y posturas de la nueva derecha supremacista americana— dijo al New York Times que los medios son ahora «el partido de la oposición», que deberían sentirse «avergonzados y humillados» por el resultado de las elecciones y que «deberían mantener la boca cerrada». Bannon (quien se refiere a sí mismo como «Darth Vader»), se mostró sorprendido porque ninguno de los periodistas que cubrieron las elecciones hubiera sido despedido.

No debería alarmarnos que estos ataques provengan del entorno de un sujeto como Trump, que ha hecho de la mentira una marca personal. Sería ingenuo decir que los políticos no mienten, pero no recuerdo a alguno que lo haya hecho con la torpeza y frecuencia del republicano.

Las formas las ha repetido otro de sus hombres de confianza, el Secretario de Prensa Sean Spicer, que en su primera comparecencia ante los medios aseguró que la inauguración de Trump había registrado la mayor audiencia de la historia. Cuando se le preguntó a la ex jefa de campaña y actual consejera presidencial Kellyanne Conway por esta evidente mentira (basta ver las fotos aéreas de la ceremonia y compararlas con otros años), ella respondió que Spicer no había mentido: había usado «hechos alternativos».

Para Trump y los suyos, la verdad es peligrosa. Es mejor vivir en un paraíso de populismo, ignorancia, xenofobia, megalomanía y autocomplacencia, construido con datos inexactos o abiertamente falsos. Mensajeros habituales de la realidad, los medios más prestigiosos y tradicionales del país deben ser combatidos como a una peste. La era de la post-verdad ha encontrado un líder a su medida. Delante tendrá a los representantes del periodismo, ese oficio viejo y mil veces desahuciado, que en los tiempos de la fugaz y engañosa tecnología parecen más importantes que nunca.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/843493-verdades-alternativas


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