El rechazo a México - Ian Vásquez
Escoja su Odebrecht - Mirko Lauer
Hablemos de género - Alexander Huerta-Mercado
La gran empresa de la corrupción - César Lévano
La paradoja de las vacas y los peajes - Alfredo Bullard
Las trompetas de guerra de Donald Trump - Augusto Álvarez Rodrich
Verdades alternativas - Raúl Tola
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Corrupción en piloto automático
Carlos Meléndez
El espectro de la
corrupción ‘feito no Brasil’ recorre Latinoamérica (África y más allá), y
acaba de aterrizar en el Perú. Lava Jato ha gatillado una escalada de
confesiones que delatan un esquema de corrupción sofisticado: un sistema
transnacional de coimas y apoyos monetarios a funcionarios públicos y
políticos en pleno ‘boom’ del crecimiento económico y de la inversión en
infraestructura del continente. A diferencia de experiencias anteriores,
estamos ante una estructura corruptora creada a imagen y semejanza del
“modelo económico”. Es decir, capaz de trascender administraciones públicas y
tiendas partidarias, legitimando un modus operandi salvaguardado por el poder
político y confiando en que la euforia por las macrocifras sea el mejor
psicosocial para hacernos de la vista gorda ante los delitos de cuello
blanco. Estamos ante una corrupción “en piloto automático”.
En la historia
reciente peruana podemos identificar tres modelos de corrupción con distintas
implicancias. En los ochenta, el país sufrió la corrupción de partido. El
primer gobierno del Apra se caracterizó –entre otros– por el desmantelamiento
de los recursos estatales en beneficio privado de quienes portaban el carnet
de la estrella (manchada desde entonces). En los noventa, sufrimos la
corrupción antipartido. El gobierno fujimorista erigió una camarilla mafiosa
que fue potenciada por instrumentos propios de un régimen autoritario –como
el espionaje y el chantaje–. Carente de organización política, el poder fue
básicamente tomado por élites político-criminales. En el siglo XXI, somos
testigos de la corrupción sin partido, que rebasa fronteras y trasciende
gobiernos, instalándose cómodamente como parte del ‘establishment’ político y
económico.
La corrupción sin
partidos se potencia por la debilidad de una democracia que no ha sabido
construir las instituciones políticas que la proteja del crimen organizado.
La democracia tecnocrática vive obsesionada por “destrabar la tramitología”
en beneficio de las inversiones, sin importar que estas puedan aportar tanto
cemento como delitos. La práctica de sobornos en licitaciones se naturalizó,
al punto de institucionalizarse como divisiones ad hoc dentro de los
organigramas de corporaciones privadas. Así se creó un sistema corruptor de
funcionarios públicos que gozaba de la complicidad activa o silente de
lobbistas, relacionistas públicos, estudios de abogados y hasta de
opinólogos. Lo más “inofensivo” consistió en donaciones a aventuras
electorales del ‘outsider wannabe’ de turno.
El alcance de cada
una de las tres olas de corrupción ha ganado en envergadura. Primero fue el
partido con un Estado en crisis (el Apra), luego del Estado en su momento de
mayor expansión (fujimorismo) y ahora envuelve al ‘establishment’ en su
conjunto (empresas brasileñas). El nivel de arrase ha sido brutal: estamos
hablando no solo de funcionarios públicos, sino también de las élites
económicas del país (¿acaso Odebrecht no tenía asiento en los gremios
empresariales?). El asunto se vuelve desgarrador si incluimos en el análisis
a los gobiernos subnacionales. En regiones, la penetración de esta corrupción
en piloto automático aprovechó la mayor impunidad y descaro de la política en
el interior. ¿Estamos preparados para tentar al menos una respuesta
institucional a la corrupción? Las reacciones del gobierno agotan las
esperanzas.
http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/corrupcion-piloto-automatico-carlos-melendez-noticia-1963964
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El rechazo a México
Ian Vásquez
Por el mero hecho
de compartir una frontera enorme con Estados Unidos, México tiene una
influencia desproporcionada en la política exterior de su vecino norteño.
Después de Canadá, la relación que tiene EE.UU. con México es la más
importante, pues abarca áreas como la inmigración, comercio, narcotráfico y
temas de seguridad nacional que afectan directamente a EE.UU. Lo que pasa en
México, por lo tanto, condiciona cómo ve Washington al resto de la región y
buena parte del mundo.
Ahora, la primera
crisis diplomática de la administración Trump ha ocurrido en la caótica
primera semana de su gobierno. Ante una programada reunión en la Casa Blanca,
Trump trató al presidente Enrique Peña Nieto con una impresionante falta de
respeto. Reiteró sus sentimientos de desprecio hacia los inmigrantes al
insistir que su prometido muro entre EE.UU. y México se iba construir y, cosa
inverosímil, que lo pagarían los mexicanos. Peña Nieto respondió que de
ninguna manera. A lo que Trump respondió –por Twitter, el estilo preferido de
los populistas– que mejor no venga si no quiere pagar. Por lo que el presidente
mexicano canceló la visita.
Parece un juego de
niños pero el mandatario mexicano hizo lo que tuvo que hacer. Y las cosas
pueden ir de mal en peor. Lo que está en juego con México es la postura que
tendrá EE.UU. con el resto del mundo respecto a importantes áreas de política
exterior. Este fue el caso de la crisis de la deuda en los ochenta que se
inició en México, la reducción oficial de la deuda a finales de esa década,
las reformas de mercado a principio de los 90, el tratado de libre comercio
en Norteamérica y el rescate masivo financiero de 1995. En cada caso, EE.UU.
formuló políticas que luego aplicó en países alrededor del mundo de manera
bilateral y a través de organizaciones internacionales.
Lo que está en
juego en el mismo México es la renegociación del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte al que Trump se opone, la inmigración desde México que
Trump critica por dañar a EE.UU. y la inversión estadounidense en el vecino
del sur. En respuesta a la crisis diplomática, la Casa Blanca anunció, sin
dar detalles, que se impondría un arancel del 20% a las importaciones de
México. Ya Trump ha “persuadido” a dos grandes empresas estadounidenses a
cancelar inversiones mayores en México, pues temen represalias costosas que
el Ejecutivo podría tomar. El efecto Trump en México ha significado una
devaluación fuerte del peso y un desplome en la inversión.
Pongamos de lado
la falta de lógica económica de sus propuestas: un arancel para financiar el
muro lo pagarían los consumidores estadounidenses, no los mexicanos; un muro
no es una medida eficiente para reducir la inmigración ilegal, y solo
construirlo costaría hasta 35 mil millones de dólares; mientras más
restrictivas son las políticas migratorias, más tienden a quedarse los
mexicanos de forma ilegal en EE.UU. en vez de volver a su país cada año como
era la costumbre; el proteccionismo eleva el costo de la vida para los
estadounidenses y empobrece a los mexicanos, reduciendo así su potencial de
comprar productos exportados de EE.UU., etc.
Desde los noventa,
la relación EE.UU.-México ha sido amigable y basada en la integración
económica, a su vez basada en la consolidación de la democracia de mercado
mexicana. De hecho, ese modelo ha dado estabilidad a México y ha permitido el
crecimiento de una clase media enorme. Fueron las reformas de mercado y el
tratado de libre comercio que dieron paso a la democratización de México y
que, después de su crisis financiera de los noventa, volviera en poco tiempo
a recuperarse y seguir con el modelo, un contraste notable con la historia
mexicana.
Trump está
logrando revertir la postura estadounidense en favor de esos avances. Es
obvio que, tal como declaró al “Wall Street Journal” hace dos años,
“honestamente no me importa México”. Una guerra comercial es una posibilidad.
Está logrando también unir América Latina en contra de EE.UU., como ya lo
están declarando Evo Morales y Rafael Correa. No solamente China, sino la
Organización Mundial del Comercio (de la cual Trump amenazó con retirarse),
deberían preocuparse.
No hay mucho que
los países en desarrollo puedan hacer al respecto. La mejor respuesta es no
responder con medidas cortoplacistas y proteccionistas igual de equivocadas.
http://elcomercio.pe/opinion/mirada-de-fondo/rechazo-mexico-ian-vasquez-noticia-1964005
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Escoja
su Odebrecht
Mirko
Lauer
Hay quienes
privilegian el aspecto político, y ven en Odebrecht un envío del cielo que
liquidará la carrera de sus figuras más detestadas. Algunos incluso piensan
que el caso podría ir liquidando a casi todas las figuras políticas de estos
años, e inaugurar una nueva era de limpieza ética, apenas se conozca el 100%
de la verdad.
Otros, sobre todo
en el gobierno, se están concentrando en el aspecto empresarial: cortar por
lo sano para evitar que el caso afecte la economía a niveles irrecuperables.
Quizás liquidar a Odebrecht evite males mayores, pero no dejará de tener
consecuencias. Sobre todo porque no es solo una la empresa metida en la
danza.
Luego de decenios
de presencia de grandes empresas corruptoras en el Perú el contagio o el
contacto llegan casi literalmente a todas partes. Sobre todo si se considera,
como se viene haciendo, que toda relación con Odebrecht & Co culpabiliza
en algún grado. Discriminar contactados de contagiados es un ejercicio que no
ha comenzado todavía.
Las llamadas redes
sociales tienen su propia visión del asunto: como dice en El gaucho Martín
Fierro, aquí “Todo bicho que camina va a parar al asador”. Sin duda el
anonimato ayuda en esta tarea, que sin saberlo está haciendo la historia de
todas las relaciones sociales de la ingeniería de proyectos en el país.
Luego están
quienes consideran que la vía judicial es la ruta más segura, e incluso la
única, para llegar a desenlaces justicieros. Primero porque es la vía
establecida, y segundo porque ella ha funcionado en otros grandes casos de
corrupción. Pero hay críticos que reclaman celeridad, aunque sin más
argumentos que una poco disimulada impaciencia.
Mientras tanto los
políticos de la comisión Lava Jato del Congreso entienden que todos
–acusados, fiscales, ministros, contagiados, contactados, sospechosos,
socios, funcionarios, y otros– deben desfilar frente a sus micrófonos para ir
construyendo una suerte de segunda versión del informe Pari.
Por su parte los
medios buscan adelantarse a todos estos escenarios, y buscan la filtración
decisiva capaz de acelerar el ritmo de los destapes. Pero las decenas de
millones de dólares en coimas reportadas solo van produciendo un puñado de
presos, que se está tomando su tiempo para empezar a hablar.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/843490-escoja-su-odebrecht
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Hablemos de género
Alexander Huerta-Mercado
Imaginen un muñeco
de paja usado para entrenar a los soldados en combate y al que atacan sin
posibilidad de defensa. Esta figura da nombre a una falacia llamada,
precisamente, “falacia del hombre de paja”, donde se crean argumentos muy
fáciles de refutar y luego se atribuyen a un interlocutor haciéndolo fácil de
atacar. Es decir, poner en boca de alguien algo que no dijo o exagerar lo que
dijo y luego atacarlo.
Algo así ha
ocurrido con la mal llamada “ideología de género” en el currículo escolar. El
plan curricular del ministerio lo único que sugiere es que todos tenemos
iguales derechos y eso es todo. Sin embargo, se abrió nuestra propia caja de
Pandora social, que ha liberado más bien temores, agresividad y confusión.
En este artículo
quiero presentar dos argumentos y un comentario para contribuir a la
discusión. El primer argumento se refiere a la relación de cultura con
biología y lo propongo a raíz de los comentarios que reducen la identidad
sexual a un criterio biológico, lo que considero falso. El segundo se basa en
una percepción de nuestra historia desde la perspectiva de género, y la
propongo para que podamos entender cómo nuestras construcciones sociales
provienen de una historia caracterizada por la vigilancia y el castigo.
Comencemos nuestro recorrido.
La cultura es todo
lo que el ser humano tiene, hace y piensa como miembro de una sociedad. Es
compartida y aprendida, y podríamos decir que se instala en nuestro cerebro
dándole significado a todo lo que nos rodea.
Digámoslo de una
buena vez: si fuera solo por el factor biológico, la especie humana se
hubiese extinguido. Comparativamente con toda especie animal, estamos
biológicamente mal equipados para la supervivencia. No tenemos colmillos,
carecemos de garras y, peor aun, nuestra piel es incapaz de protegernos
frente a la mayoría de ambientes naturales. Nuestra capacidad simbólica y de
aplicar lo aprendido en situaciones nuevas nos permitió generar una cultura
que nos organizó e incluso nos permitió cubrir nuestras limitaciones mediante
el diseño de instrumentos, de vestido y de instituciones.
Nuestra carga
instintiva no es tan vasta y se puede decir que nacemos como una pizarra casi
en blanco. La mayor parte de las cosas las aprendemos al asimilar una cultura
que ya nos está esperando en la sociedad en que nacemos. Si los instintos
fueran suficiente, no habría necesidad de desarrollar programas educativos en
cuanto a educación sexual, agricultura, alimentación saludable, crianza de
niños.
En general, muchas
cosas que creemos dadas por la naturaleza son creaciones culturales, y la
mejor forma de entender esto es ver cómo distintas culturas humanas han
entendido de forma diferente qué es ‘familia’, ‘salud’ y ‘enfermedad’, y cómo
estos conceptos han variado a lo largo del tiempo. Con ello no niego el
aspecto biológico, que claramente nos marca, busco encontrar cómo la cultura
negocia fuertemente con esta característica.
Si bien las
diferencias biológicas entre mujeres y hombres son evidentes, las identidades
no lo son y las distintas culturas humanas han construido una enorme cantidad
de definiciones, rituales y reglas que hacen imposible universalizar lo que
es ‘hombre’ o ‘mujer’.
Una de las
características de la cultura occidental es que intenta entender las cosas
desde un punto de vista científico (por sus principios y causas). Es
precisamente por este aspecto analítico que se generan distintas teorías que
facilitan entender la cultura. Estas perspectivas son una suerte de “lentes”
a través de los cuales podemos comprender e interpretar mejor las cosas. El
género es una perspectiva de estudio, donde podemos ver cómo se construyen
culturalmente los roles asociados a cada sexo. ¡Interesante!, porque nos
permite descubrir los guiones sociales que se nos imponen en cada sociedad.
El segundo aspecto
tiene que ver con nuestra historia colonial. Cojamos el lente de la
perspectiva de género como una de las tantas maneras de aproximarnos a la
historia del Perú. Si evaluamos la situación previa a la conquista, podríamos
apreciar cómo el hoy territorio peruano estaba habitado por una pluralidad
étnica de grupos que incluso estaban enfrentados entre sí. La perspectiva de
la conquista buscó homogeneizar a todos bajo la categoría de indios y
alcanzar una dominación ideológica en la que los españoles podrían garantizar
no solo su éxito político, sino su supervivencia en un territorio cuya
población era en su mayoría conquistada y hostil para los europeos.
Es en ese contexto
que la conquista no solo adquirió características militares, sino que impuso
una dominación ideológica (es decir, un conjunto de ideas que se imponían
como regla), a través del poder político y la religión católica (usada como
medio de control social). El uso político de la religión la convirtió en un
sistema de vigilancia y castigo que se apropió de la idea de cielo e infierno
de forma –literalmente– inquisitorial.
Uno de los
elementos claves en el dominio colonial fue someter estrictamente al cuerpo
de la mujer. Piénsenlo por un rato, es una medida política hábil. Con ello,
se controla la reproducción biológica (cada grupo social creciendo de manera
separada) y la reproducción social (el rol de los monasterios y las monjas
como profesoras).
Además, parte de
estas políticas coloniales fue confinar a la mujer al espacio doméstico (la
casa), una suerte de reino y cárcel. ¿Suficiente? ¡No! La mujer estaba
bastante vigilada en su pensamiento a través de la confesión y, por si fuera
poco, se le atribuyó ser la encarnación del “honor” en el hogar. Es decir,
había que cuidar su reputación bajo peligro de generar deshonra en la
familia.
Todas estas
características coloniales fueron impuestas como ideas que debían seguirse so
pena de ser sancionado por transgresor. En pocas palabras, esta sí fue una
ideología de las más radicales conocidas en la historia.
Emplear la
perspectiva de género en la historia permite descubrir que gran parte de las
de-sigualdades impuestas entre hombres y mujeres tiene origen colonial y que,
junto con el racismo, el machismo y el sistema patriarcal, no han cambiado
mucho pese a que hace casi dos siglos somos una república. Nos alerta de las
prácticas discriminatorias, la represión y el dominio, ya no como órdenes
dadas, sino como categorías impuestas que deben cambiarse.
El comentario
final es, creo, fundamental. La perspectiva de género nos ha enseñado a
observar cómo las identidades son mucho más flexibles, variadas y diversas
que solo la dualidad ‘hombre’ o ‘mujer’ que se nos impone.
Hay también
lesbianas, gays, transexuales, intersexuales, bisexuales y muchas más
identidades que solo son juzgadas porque los criterios de “normalidad” de
nuestra sociedad parecen estar enquistados en el Virreinato. El detalle es
que estas son identidades y no algo que se elija, se finja o se contagie. Son
identidades, tan simple como eso. Y ahora estamos siendo testigos de
discriminación y condena como alguna vez se vio cuando se luchaba contra la
esclavitud o por los derechos de las mujeres.
Si hay algo que
hemos aprendido en la historia es que hay más de una perspectiva y es momento
de dejar de juzgar y entender, acercarnos y aprender. Debemos oír a quienes
pueden enseñarnos porque viven en el centro de una absurda lapidación.
¿Cómo se sienten
de ser agredidos, percibidos como contaminantes o peligrosos? ¿Cómo sentirse
si, algo tan propio como la identidad, es vista como enfermedad o pecado?
¿Cómo se sienten al no tener la libertad de vivir su propia identidad en el
espacio público o incluso en el hogar y ser constantemente humillados? ¿Cómo
sentirse si se les asocia permanentemente con todo estigma social? La
homofobia, la transfobia y todo tipo de odio ya no se sostienen. Es hora de
escuchar, de aprender juntos, de integrar, no de tolerar (porque se tolera
aquello que en el fondo no se aguanta) sino de respetar y vivir nuestras
diferencias.
Un proverbio
atribuido a los cherokees es el no juzgar a nadie sin caminar antes una milla
en sus zapatos. En nuestro caso, y con amor, como dice una célebre canción de
Los Mojarras, “muchos zapatos vamos a gastar para llegar…”.
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La gran empresa de la corrupción
César Lévano
El economista
Francisco Durand ha publicado en Otra Mirada un texto titulado La corrupción
de cuello y corbata: pasa piola? Es una severa requisitoria sobre todo el
sistema de corrupción que manejan políticos y grandes empresarios. El foco
apunta a la vinculación entre El Comercio y Odebrecht.
El escrito desvela
vínculos poco conocidos. Por ejemplo, que el grupo Graña y Montero tiene como
accionistas principales a J.P. Morgan, de la banca estadounidense y que
maneja el 38.46 por ciento del accionariado, y Bechtel Enterprises, que posee
el 17.8 por ciento. Ambas compañías extranjeras suman más del 55 por ciento
del total.
“En realidad”,
comenta Durand, “ya no es una empresa peruana, de modo que no entiendo por
qué tanto remilgo”, para pedir la cabeza de José Graña Miró Quesada,
exdirector de El Comercio.
Durand prosigue su
destape del entramado. Anota que, de acuerdo a la información oficial del
Instituto Peruano de Economía, centro del neoliberalismo económico en el
Perú, dicho Instituto tiene como presidente a Roberto Abusada Salah, y entre
sus miembros a Martín Pérez, presidente de Confiep a nombre del Grupo Romero,
y a Fernando Zavala, actual presidente del Consejo de Ministros.
Abusada posee el
5.47 por ciento de acciones de Graña y Montero Digital, es presidente del
directorio de esta y director de Graña y Montero Petrolero.
El estudio de
Durand pone al descubierto uno de los decretos legislativos, que busca
limitar el control fiscal sobre las Asociaciones Públicas Privadas, donde el
Estado arriesga dinero y el inversionista privado pone poco pero se lleva la
parte del león.
Por otra parte,
Manuel García publica en La Mula un texto que aborda las relaciones entre El
Comercio y Odebrecht. Está precedido por este epígrafe: “¿El diario El
Comercio pretende la impunidad de Odebrecht y su socio Graña y Montero en el
Perú?”
Recuerda el autor
que el grupo El Comercio controla alrededor del 75 por ciento del mercado de
la prensa peruana y es dueño de dos de los canales de televisión más
importantes (Canal 4 y Canal N). Pero trae a la memoria asimismo lo que puede
ocurrir a quienes incurren en Asociación Ilícita para delinquir. El Código
Penal, en su artículo 391, prevé penas de ocho a treintaicinco años cuando el
bien jurídico protegido es el del Estado.
http://diariouno.pe/columna/la-gran-empresa-de-la-corrupcion/
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La paradoja de las vacas y los peajes
Alfredo Bullard
Imagínese un terreno público en el que puede llevar a pastar a su vaca sin costo. Si la lleva, la vaca engorda y aumenta su valor. Y no le cuesta nada. ¿Llevaría a su vaca? Sin duda. Hay beneficios y no hay costos (al menos eso cree usted).
Pero todo aquel que tenga una vaca hará lo mismo. Habrá tantas vacas que arrasarán con los pastos. Como la pastura es de todos, no es en realidad de nadie. ¿Quién sembrará nuevo pasto o regará y abonará el existente? Nadie. La pastura pública nos conduce a lo que Garret Hardin llamó la tragedia de los comunes: los bienes son sobreexplotados y habrá subinversión en generarlos.
Pero si la pastura es entregada a un titular, este podrá cobrar a quienes quieran disfrutarla. Se racionalizará el uso evitando la sobreexplotación. Y el titular, para mantener su negocio, invertirá en hacerlo sostenible, sembrando nuevo pasto.
Las calles y las pasturas no son diferentes. Así como cada vaca genera un costo para las demás (impide comer lo que ya se comió), los autos generan costos para los demás autos: reducen el espacio para la circulación y generan congestión, contaminación y accidentes. Los economistas lo llaman externalidades.
Lo ocurrido con el peaje de Puente Piedra y las protestas para retirarlo son expresión de dos aparentes paradojas. La primera es pensar que lo escaso alcanza para todos. La segunda es creer que si algo es gratis entonces no cuesta.
La infraestructura de uso público, de la que las calles son parte, no puede ser usada por infinitas personas. Y el hecho que no pagues por usarlas, no significa que no cueste. El problema es que le cuesta a otros. Todos quisiéramos no pagar por lo que usamos. Pero no pagar cuesta más.
Hace unos días, mi amigo Enzo Defilippi publicó un artículo en este Diario (“No uno sino muchos Puente Piedra”) en el que quedó atrapado en esas paradojas. Sostuvo que cobrar por infraestructura ya existente es un error conceptual. Por tanto (eso creí entender), solo se debe poder cobrar por el uso de infraestructura totalmente nueva. Habría un derecho adquirido a no pagar lo que no se ha pagado antes.
Uno de los de fines de cobrar por el uso de infraestructura es fomentar su construcción. Pero no es el único. Su otro fin es racionalizar su uso, es decir, internalizar los costos que implica su utilización. El que la pastura ya exista y no se cobre por su uso no significa que sea buena idea no cobrar nunca y perpetuar la tragedia de los comunes.
No quiero que se me malinterprete. No estoy diciendo que no haya errores muy serios en cómo se implementó el peaje de Puente Piedra. Pero de allí no se puede derivar que sea un error conceptual cobrar peaje por infraestructura que ya existe. En Londres se resolvió un problema de congestión cobrando por entrar al centro de la ciudad, cuyas calles existen desde hace siglos.
El PBI per cápita mundial (y el peruano en particular) ha crecido significativamente. En sencillo, la gente tiene más plata. Y el precio de los automóviles viene bajando en términos reales. Es de esperar que cada vez se compren más autos para una infraestructura cada vez más limitada. Calles gratis significan desastre asegurado.
En relativamente pocos años, la discusión no será en qué carreteras ponemos peajes. Es posible que buena parte de las calles de cualquier ciudad requieran peajes o cobros para asegurar su uso racional y motivar el uso de transporte público, bicicletas o caminar. Hoy la tecnología hace posible, con el uso de GPS o lectores electrónicos, saber qué calles utilizó un auto y que al propietario le llegue su cuenta al final del mes, igualito que la del teléfono o luz. Por supuesto que habrá marchas contra ello. Se dirá que se afecta el libre tránsito. Pero ello es equivalente a decir que se afecta ese derecho porque el bus me cobra pasaje: si uso un bien, debo pagar por ello.
El que históricamente el uso de la calle haya sido gratuito no quiere decir que sea lógico que lo siga siendo. Es como decir que como nuestros antepasados prehistóricos podían recoger gratis manzanas de los árboles silvestres, entonces está muy mal que nos cobren las manzanas que adquirimos en el supermercado.
http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/paradoja-vacas-y-peajes-alfredo-bullard-noticia-1963966
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Las trompetas de guerra de Donald Trump
Augusto Álvarez Rodrich
Fue muy optimista
la esperanza de que, ya instalado en la Casa Blanca, el presidente Donald
Trump iba a moderar las propuestas extravagantes y extremistas de su campaña.
En este sentido,
quizá lo único positivo que se puede decir de los primeros siete días de
Trump en la Casa Blanca es que, al menos, cumple lo que promete, pero eso
constituye precisamente el riesgo mayor de los cuatro años que vienen del
primer mandato de su presidencia.
Desde un punto de
vista periodístico, Trump es un fantástico generador de titulares, pues no
hay día en el que no produzca uno.
De acuerdo con un
apretado resumen presentado en El Comercio, luego de jurar el cargo el
viernes pasado, y de anunciar la intención de eliminar el Obamacare –y,
mientras, otorgar cuanta exención pueda–, el domingo Trump planteó la
renegociación del tratado de libre comercio Nafta con México y Canadá; el
lunes puso fin a la participación de Estados Unidos en el TPP, prohibió el
financiamiento a ONGs extranjeras que estén a favor del aborto, y congeló la
contratación de empleados en el gobierno federal con excepción de las fuerzas
armadas; al día siguiente autorizó la construcción de dos cuestionados
oleoductos; el miércoles congeló los fondos de las ciudades que se resisten a
detener y deportar inmigrantes y firmó el decreto para empezar a construir el
muro en la frontera con México que, además, insiste en que este debe ser
pagado por los mexicanos, a la vez de recomendarle al presidente Enrique Peña
Nieto que, si no está de acuerdo con ese pago, mejor que cancele su visita
oficial a Washington D.C. prevista para este martes 31; y ayer viernes se
reunió con la primera ministra británica Theresa May y calificó al ‘Brexit’
de “maravilloso”.
La verdad es que
Trump está cumpliendo lo que prometió, lo cual, más allá de lo que pueda
implicar para la economía de su país, constituye una seria amenaza para
América Latina –empezando por México–, para el fomento del libre comercio,
para la estabilidad política del mundo, y para las libertades en Estados
Unidos.
Las reacciones no
se están demorando, tanto dentro de Estados Unidos con la marcha de mujeres
que ensombreció la inauguración de la presidencia de Trump, como fuera, desde
China que se alista para una gran batalla comercial que tendrá connotaciones
en el plano político, hasta, por supuesto, en México, un país al que la
región no debe dejar solo en su enfrentamiento legítimo contra la amenaza
creciente y real de esta presidencia.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/843494-las-trompetas-de-guerra-de-donald-trump
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Verdades alternativas
Raúl Tola
Los primeros días
de Donald Trump en la Casa Blanca han confirmado los peores temores. En lugar
de moderar sus posiciones de campaña, el magnate de la construcción y la
telerealidad ha comenzado a llevar a la práctica su discurso proteccionista,
racista y disparatado. Sus primeras medidas han sido el retiro de los Estados
Unidos del TPP (algo celebrado por la izquierda peruana) y el inicio de una
guerra diplomática sin cuartel con México.
El otro blanco de
Trump ha sido la prensa. Cuando era candidato, esta lo criticó desde sus
páginas editoriales y publicó hechos tan bochornosos como el video donde
hablaba de lo fácil que le resultaba «sujetar a las mujeres por la vagina»
por ser estrella de televisión, o el informe donde la CIA advierte que Rusia
tendría información comprometedora contra él, incluyendo grabaciones con
prostitutas en Moscú.
En un país donde
la institucionalidad ha dado por sentada una relación tensa pero respetuosa
entre política y prensa, el empresario neoyorquino ha dicho que los periodistas
son «las personas más deshonestas sobre la faz de la tierra». Los medios son
«escoria», «un montón de basura», y están identificados con las élites
progresistas, que tanto detesta.
Estas opiniones
las ha confirmado Steve Bannon, principal asesor de Trump. Cofundador de
Breitbar News —una web ultraconservadora, afín a la difusión de teorías
conspirativas y posturas de la nueva derecha supremacista americana— dijo al
New York Times que los medios son ahora «el partido de la oposición», que
deberían sentirse «avergonzados y humillados» por el resultado de las
elecciones y que «deberían mantener la boca cerrada». Bannon (quien se
refiere a sí mismo como «Darth Vader»), se mostró sorprendido porque ninguno
de los periodistas que cubrieron las elecciones hubiera sido despedido.
No debería
alarmarnos que estos ataques provengan del entorno de un sujeto como Trump,
que ha hecho de la mentira una marca personal. Sería ingenuo decir que los
políticos no mienten, pero no recuerdo a alguno que lo haya hecho con la
torpeza y frecuencia del republicano.
Las formas las ha
repetido otro de sus hombres de confianza, el Secretario de Prensa Sean
Spicer, que en su primera comparecencia ante los medios aseguró que la
inauguración de Trump había registrado la mayor audiencia de la historia.
Cuando se le preguntó a la ex jefa de campaña y actual consejera presidencial
Kellyanne Conway por esta evidente mentira (basta ver las fotos aéreas de la
ceremonia y compararlas con otros años), ella respondió que Spicer no había
mentido: había usado «hechos alternativos».
Para Trump y los
suyos, la verdad es peligrosa. Es mejor vivir en un paraíso de populismo,
ignorancia, xenofobia, megalomanía y autocomplacencia, construido con datos
inexactos o abiertamente falsos. Mensajeros habituales de la realidad, los
medios más prestigiosos y tradicionales del país deben ser combatidos como a
una peste. La era de la post-verdad ha encontrado un líder a su medida.
Delante tendrá a los representantes del periodismo, ese oficio viejo y mil
veces desahuciado, que en los tiempos de la fugaz y engañosa tecnología
parecen más importantes que nunca.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/843493-verdades-alternativas
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