Condiciones laborales propias del siglo XIX - Arturo Rodríguez
Difíciles diálogos - Mirko Lauer
Las izquierdas en la crisis del imperio - Atilio A. Boron
Los Estados Nación viven y colean - Humberto Campodónico
Se equivocan - Luis Davelouis
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Condiciones laborales propias del siglo XIX
Arturo Rodríguez
Actualmente en
nuestro país, juntamente con el régimen laboral general (Decreto Legislativo
728) coexisten una serie de regímenes laborales “diferenciados”: Pymes,
Pesqueros, Exportación No Tradicional, entre otros, a su vez en el Sector
Público tenemos el de la Carrera Administrativa (276), Dec. Leg. 1057 (CAS) y
el aún no implementado Servir.
En la práctica
dichos regímenes “especiales” se han traducido en trabajadores con derechos
laborales reducidos respecto del régimen laboral general, así por ejemplo los
trabajadores del “régimen PYME”, solo gozan de 15 días al año de vacaciones,
media gratificación por julio y diciembre, y media remuneración por concepto
de CTS.
En el caso del
régimen de Exportación No Tradicional, regulado por el Decreto Ley 22342, a
los trabajadores que laboran bajo su ámbito (principalmente sector Textil y
de Agroexportación), no se les reconoce el derecho a la estabilidad laboral,
por lo que su permanencia depende únicamente del contrato temporal que tienen
que suscribir periódicamente. Está situación es aprovechada por muchos
empresarios, quienes simplemente “no renuevan” el contrato laboral de
aquellos trabajadores que hayan decidido constituir un sindicato, así “muerto
el perro muerta la rabia”.
Gracias a dicha
norma, conjugada con otros instrumentos internacionales como actualmente lo
es el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, las empresas
beneficiadas han reportado importantes ingresos, así en palabras de la
exministra de Comercio y Turismo para el año 2015, desde la entrada en
vigencia del TLC las exportaciones no tradicionales acumularon al 7mo año de
su vigencia un incremento de 90,3% al pasar de US$ 1 568 millones (2009) a
US$ 2 985 millones (2015).
Este hecho, entre
otros, motivó a que la Federación Nacional de Trabajadores Textiles del Perú,
juntamente con otras centrales sindicales y ONG, presentaran ante el
Departamento de Trabajo de los Estados Unidos una denuncia por incumplimiento
al Capítulo Laboral del TLC, dada las condiciones de precariedad laboral a la
que son sometidos los trabajadores.
En marzo del
presente año el Departamento de Trabajo de Estados Unidos emitió una serie de
exigencias al Estado Peruano a fin de corregir dichas inequidades, tales como
la derogatoria del régimen laboral de exportación no tradicional o en su
defecto establecer un plazo máximo para que cumplido el mismo, los contratos
laborales sean considerados como de duración indeterminada, entre otros,
otorgándose al Estado Peruano un plazo hasta diciembre para el cumplimiento
de las observaciones anotadas.
Hace unos días se
ha cumplido dicho plazo sin que el gobierno haya atendido las observaciones,
por lo que luego de una serie de tratativas se ha extendido por 6 meses más
el plazo para el cumplimiento, de no ser así podrían recaer una serie de
sanciones contra nuestro país, en especial la restricción de las preferencias
arancelarias otorgadas a partir del TLC.
La pelota está en
la cancha del Gobierno peruano o entiende que no hay justificación alguna
para continuar manteniendo trabajadores en condiciones arbitrarias y
precarias y realiza los cambios exigidos o deberá afrontar las consecuencias
de una política antilaboral que se viene sosteniendo desde la dictadura
fujimorista.
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Difíciles diálogos
Mirko Lauer
El acontecimiento
político de fin de año ha sido la serie de diálogos entre líderes de grupos
partidarios, que debe concluir con uno entre los miembros del Acuerdo
Nacional. Esto permitió a Pedro Pablo Kuczynski afirmar su liderazgo
presidencial luego de haber perdido a su ministro más apreciado por la
población.
Los diálogos que
siguieron al encuentro PPK-Fujimori sirvieron para remachar el propósito
institucionalista de la iniciativa original. Pero lo que estamos viendo no es
un acuerdo de paz, sino un intento de definir los límites de la confrontación
política: casi todo vale mientras se deje las formas democráticas en su
sitio.
Pero eso es más
fácil decirlo que hacerlo. PPK ha dicho que no se dejará pisar por la mayoría
de Fuerza Popular, señal de que lo sigue temiendo. Algunas voces FP siguen
hablando como si Keiko Fujimori nunca se hubiera reunido con PPK. Pareciera
que se necesita más que diálogos para calmar las aguas de la política.
La reactivación
del Acuerdo Nacional es sintomática. El foro se formó en el 2002 cuando se
temía, bajo Alejandro Toledo, que los fujimoristas todavía tenían recursos
para llevar adelante un feroz coletazo antidemocrático. Nunca sabremos si el
AN fue un factor decisivo, pero su papel fue positivo, y lo sigue siendo a pesar
de su bajo perfil.
Ahora el temor no
es el mismo, pero se parece. Hoy la idea es que tanto el oficialismo como la
oposición FP pueden producir situaciones capaces de descarrilar la marcha de
la democracia. Así, el núcleo del sistema político ha empezado a existir en
permanente riesgo de volverse una suerte de hueco negro antisistema.
Los demás grupos
dialogantes no han acudido para reforzar a PPK o a FP, sino más bien para
ganarse un cuarto de hora bajo los reflectores. Las declaraciones a la salida
han sido formales, como si todavía nadie entendiera que su agenda pasa por
relaciones concretas con los demás grupos. Ha habido diálogos, pero no
realmente clima de diálogo.
Lo anterior puede
deberse en parte a que los partidos tienen problemas internos que están
dificultando mirar hacia afuera y hacia adelante. Algunos grupos lo están
manejando con más discreción que otros, pero no hay excepciones. En lugar de
consolidar, las elecciones han dejado una estela de conflictividad que
todavía no se resuelve.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/833791-dificiles-dialogos
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Las izquierdas en la crisis del imperio
Atilio A. Boron
Una nota reciente
de Santiago Alba Rico examina lo que, a su juicio, constituye un grosero
error de interpretación de “conocidos militantes anti-imperialistas
latinoamericanos” que, como el que suscribe esta nota, piensan que el
asesinato del embajador de Rusia en Ankara es, en términos objetivos, una
“respuesta” al creciente protagonismo de ese país en el sistema
internacional. [1] En su escrito Alba Rico incurre en una serie de
equivocaciones que no pueden ser pasadas por alto y que es preciso señalar y
corregir. Dado que para ilustrar ese diagnóstico equivocado, según nuestro
autor, se toman textualmente algunos pasajes o expresiones de un artículo de
mi autoría publicado poco antes en este mismo medio siento, a los efectos de
evitar confusiones entre los lectores, la necesidad de formular algunas
precisiones. [2] Seré breve, pese a la amplitud de la temática, para poner en
cuestión algunas líneas esenciales de la argumentación de nuestro autor.
1. Jamás he dicho,
ni conozco alguien que lo hubiera hecho, que la sola puesta en aprietos a la
dominación norteamericana en el tablero de la geopolítica mundial se
corresponda automáticamente con un ataque al capitalismo y el avance de la
revolución, la democracia y los derechos humanos en todo el mundo. No hay automatismos
ni determinismos en la dialéctica de la historia, de modo que aquella
ecuación debe ser descartada de antemano. Pero, por otro lado, no se puede
ignorar el papel crucial, indispensable, insustituible, de Estados Unidos en
la reproducción y mantenimiento global del capitalismo. Derrotas o retrocesos
de Washington en el tablero de la política internacional no necesariamente
abren las puertas a la democracia y los derechos humanos, pero cuando el
sostén fundamental –o el “sheriff solitario”, para usar la expresión de
Samuel P. Huntington- del capitalismo mundial y de los despotismos que
asolaron al mundo desde finales de la Segunda Guerra Mundial experimenta un
traspié eso, en principio, es una buena noticia porque se abre una pequeña
fisura en un muro herméticamente sellado. ¿O acaso la derrota de EEUU en
Vietnam no significó un avance democrático y en materia de derechos humanos
en ese país devastado por once años de bombardeos norteamericanos? Y el
reflujo de la influencia norteamericana experimentado por Washington en
América Latina desde la elección de Hugo Chávez Frías a la presidencia de
Venezuela, en Diciembre de 1998, ¿no inauguró acaso un ciclo que, con todos
sus defectos e insuficiencias, podríamos caracterizar como virtuoso y
positivo para nuestros pueblos? Y las revoluciones en el mundo árabe, que
derrocaron a las tiranías de Ben Ali y Hosni Mubarak en Túnez y Egipto,
fieles sirvientes de la hegemonía norteamericana en la región, ¿no nutrieron
la esperanza –lamentablemente frustrada después- de un nuevo comienzo?
2. En su nota
nuestro autor incurre en un grave error desgraciadamente muy extendido en el
campo de las izquierdas: habla de “los imperialismos”, así, en plural. Pero
el imperialismo es uno sólo; no hay dos o tres o cuatro. Es un sistema
mundial que, desafortunadamente, cubre todo el planeta. Y ese sistema tiene
un centro, una potencia integradora única e irreemplazable: Estados Unidos.
Tiene el mayor arsenal de armas de destrucción masiva; controla desde Wall
Street la hipertrofiada circulación financiera internacional; decreta la
extraterritorialidad de las leyes que sanciona su Congreso e impone sanciones
a terceros países que incumplen las leyes estadounidenses; controla a su
antojo los flujos de comunicaciones que se procesan a través de la Internet y
la telefonía a escala mundial; dispone de un fenomenal aparato de propaganda
–sin rivales en el mundo- con epicentro en Hollywood; casi la mitad del
presupuesto militar mundial y según sus propios expertos, cuenta con algo más
de un millar de bases militares instaladas en los cinco continentes. ¿Cuáles
son los “otros imperialismos” que compiten con este? Como latinoamericano
preguntaría a los cultores de la teoría de la “pluralidad de imperialismos”
que por favor me digan cuantas bases militares tienen rusos y chinos en
América Latina y el Caribe. La respuesta es cero, contra ochenta de Estados
Unidos y sus compinches de la OTAN. Que me digan cuántos golpes de estado o
procesos de desestabilización pusieron en marcha Moscú y Beijing en esta
parte del mundo, contra los más de cien que tuvieron su origen en Washington.
O que me digan quién arrebató la mitad de su territorio a México: ¿habrán
sido los rusos, los chinos, Irán quizás? ¿Cuántos presidentes o prominentes
líderes políticos y sociales de la izquierda fueron asesinados por órdenes de
Rusia y China? Respuesta: ninguno. ¿Y Estados Unidos? La lista sería
interminable. Mencionemos apenas algunos de los más conocidos: Augusto Cesar
Sandino, Farabundo Martí, los jesuitas en El Salvador y también en ese país
Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Salvador Allende, Orlando Letelier, los
generales constitucionalistas chilenos René Schneider y Carlos Prats
González, el ex presidente boliviano Juan José Torres, Omar Torrijos, Jaime
Roldós y los miles detenidos, desaparecidos y asesinados en el marco de la
“Operación Cóndor.” Confieso que a medida que escribo y rememoro estos datos
siento una creciente indignación ante los crímenes del imperialismo y,
también, ante la incomprensión de algunos camaradas de la izquierda de las
elocuentes lecciones de nuestra historia que los deberían inducir a ser mucho
más rigurosos a la hora de hablar sobre el imperialismo. Con estos
antecedentes a la mano la sola idea de una pluralidad de imperialismos no es
otra cosa que un disparate, una frase hueca, un auténtico nonsense que ofusca
la visión de lo que ocurre en el mundo real.
3. No entiendo la
extraordinaria centralidad que Alba Rico le atribuye a Siria en los asuntos
mundiales. Menos todavía que este sufrido país sea “la vía muerta de la
revolución democrática que comenzó en 2011”, o que haya sido Damasco quien le
devolvió “protagonismo a las dictaduras”, o la “fuente contaminante” de la
desdemocratización. Francamente, no lo comprendo. Menos aún que se diga que
Rusia e Irán, al igual que hiciera EEUU en América Latina o Vietnam,
utilizaron “todos los medios a su alcance para sostener hasta el límite a un
tirano asesino” como Bashar –al Assad. Rusia, y en mucho menor medida Irán,
intervienen cuando la destrucción del país parecía inexorable ocasionada,
precisamente, por Washington y sus aliados. Lo hacen cuando la tragedia
humanitaria desencadenada por …. ¿la pasión norteamericana por la democracia
y los derechos humanos o por sus imperativos geopolíticos? se ensañó contra
ese pueblo para inventar una “guerra civil”, como hicieron en Libia, derrocar
a Assad, aislar a Irán privándolo de su único aliado significativo y
facilitar el asalto final contra la República Islámica. Para ello la Casa
Blanca reclutó –con la inestimable ayuda del Reino Unido, Arabia Saudita e
Israel- un ejército de mercenarios a los cuales la prensa occidental,
alentada desde Washington por la por entonces Secretaria de Estado Hillary
Clinton, exaltó hasta convertirlos (como antes a la siniestra “contra”
nicaragüense y después a los bandidos apostados en Bengasi, que culminarían
su cruzada democratizadora linchando a Gadaffi y desmembrando a ese
desdichado país) en virtuosos “combatientes por la libertad”. Fue la propia
Clinton quien luego reconoció que “nos equivocamos al elegir a nuestros
amigos”. ¿Cuándo lo dijo? Cuando Estados Unidos ya no pudo proseguir –por
completamente infundada- con su campaña de acusaciones sobre el programa
nuclear iraní y la Casa Blanca tuvo que cambiar de táctica. Ellos sabían,
como todo el mundo, que el único país que tiene armas nucleares en Oriente
Medio es Israel, pero eso no es problema para Washington y sus peones
europeos. Al cambiar de táctica, al caerse aquel pretexto para la ofensiva
norteamericana, los delincuentes plantados en territorio sirio se
autonomizaron de sus antiguos jefes y protectores y una parte de ellos dio
nacimiento al Califato y a diversas variantes del yihadismo, se dedicaron a
degollar y decapitar infieles, robar petróleo y, con el beneplácito de
Washington, comenzar a venderlos a treinta dólares el barril, para debilitar
-¡de pura casualidad nomás, no hay que ser mal pensados!- a tres enemigos de
Washington: Rusia, Irán y Venezuela, grandes exportadores de ese precioso
recurso. El más elemental análisis de la situación no puede sino concluir que
Siria, por lo tanto, no es -¡jamás podría haber sido!- la causante de la
“desdemocratización” del planeta sino un despedazado país destruido casi por
completo por el imperialismo, y que gracias a la intervención de Rusia se
puso temporario fin a una masacre promovida y consentida por la metrópolis
imperialista y sus secuaces. Que la injerencia de Rusia haya estado motivada
por intereses geopolíticos propios porque en Tartus, Siria, se encuentra la
única base militar rusa existente fuera de su propio territorio, no quita que
con su intervención militar se han salvado miles de vida mientras que las
potencias occidentales –y los intelectuales sometidos a su hegemonía- se
prodigaban en ejercicios meramente retóricos o en huecos discursos lamentando
la tragedia pero sin ofrecer la más mínima alternativa. Una testigo
presencial de esta tragedia en Alepo, la monja Guadalupe Rodrigo, lo
manifestó con una rotundidad y sensatez que me encantaría hallar en los
escritos de tantos analistas cuando dijo que “ lo que está sucediendo en
Siria está muy lejos de ser una guerra civil. Si hubiera que ponerle una
etiqueta sería más bien una invasión.” [3]
4. Lo anterior no
significa que Assad represente ni de lejos un ideal político para la
izquierda. La insinuación de que quienes se oponen a la sangrienta política
norteamericana en Siria son admiradores de un personaje como Assad o de un
modelo político como el imperante en Siria es un insulto que carece por
completo de fundamento. La afirmación de que “la democracia ha muerto. Los
DDHH –apenas una buena idea– pertenecen al pasado. Assad , gran triunfador,
es el modelo; y a la izquierda impotente y vencida le gusta ese modelo porque
incluso en EEUU se ha impuesto, como ellos querían, un protodictador” es
asombrosa, por lo injusta e injuriosa.
Lo menos que
debería hacer Alba Rico al lanzar una acusación tan tremenda es tratar de
fundamentarla, diciendo cuál teórico de la izquierda, o cuáles fuerzas de esa
orientación han manifestado su “gusto” por el modelo sirio o su alborozo por
la elección de Donald Trump. La izquierda, en sus distintas variantes, ha
sido siempre la enemiga jurada del fascismo y el baluarte de los procesos de
democratización en todo el mundo. ¿O cree nuestro autor que los capitalismos
democráticos lo son porque la burguesía y la derecha se propusieron alguna
vez en algún país construir un orden democrático? ¿Quién si no la izquierda
fue la protagonista de las grandes luchas democráticas en todo el mundo? Por
eso cuando le adjudica la “ responsabilidad en este proceso de
desdemocratización”, cosa que le parece innegable y reprobable, incurre en un
gravísimo yerro y, además, lanza una ofensa gratuita a millones de gentes que
en los cinco continentes y desde la izquierda se juegan la vida para
construir un mundo mejor, un orden democrático donde imperen la libertad, la
justicia y los derechos humanos. Agravio que, por otra parte, se construye a
partir de un rotundo error de interpretación histórica, a saber: afirmar que
“el fascismo clásico fue el resultado de y acompañó a un proceso de
desdemocratización radical, exactamente igual que ahora.” La relación causal
fue exactamente la inversa: el fascismo fue, según Clara Zetkin, un castigo
porque el proletariado fracasó en su intento de realizar la revolución y,
añadimos nosotros, una represalia por los desafíos planteados por la
radicalización del impulso democrático en los años de la primera posguerra y,
después, en el marco de la Gran Depresión. Su respuesta fue desdemocratizar
al orden político instaurando la dictadura desembozada de la burguesía. Esta
tesis fue defendida desde un principio por la Tercera Internacional y
reafirmada en los escritos de -aparte de la ya mencionada Zetkin- León
Trotsky, Karl Radek, Ignazio Silone, Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti,
entre otros.
5. Recapitulando:
el imperialismo es un sistema que lo podemos representar con tres círculos
concéntricos. En su núcleo fundamental hay un país, Estados Unidos, que es
quien ejerce la función dirigente y dominante. Luego hay un segundo anillo
formado por los estados vasallos del capitalismo desarrollado, con quienes
Washington mantiene relaciones que en algunos temas puntuales pueden dar
origen a tensiones y contradicciones pero que, ante una amenaza sistémica se
agrupan rápidamente en torno a los dictados de la Casa Blanca y se convierten
en dóciles peones de las más siniestras decisiones que pudieran emanar de
Washington. Por ejemplo, después del 11-S, países europeos cuyos dirigentes
están siempre prestos a pontificar sobre la importancia de los derechos
humanos colaboraron en viabilizar los “vuelos secretos” de la CIA
transportando presuntos terroristas hacia “lugares seguros” en donde
torturarlos y desaparecerlos, fuera del alcance de la legislación
estadounidense. [4] Para Zbigniew Brzezinski evitar “la confabulación de los
vasallos”, es decir, de este segundo círculo, “y mantener su dependencia en
cuestiones de seguridad” es uno de los tres principales objetivos del
imperio. La OTAN es la expresión más nítida de la aplicación de este
principio. El tercer círculo del sistema imperial está constituido por las
naciones de la periferia o semi-periferia capitalista, es decir, ese vasto y
tumultuoso “tercer mundo” formado por las naciones de Asia, África y América
Latina y el Caribe, que es preciso, siempre según Brzezinski, mantener bajo
control. [5]
Por consiguiente,
cualquier proceso de debilitamiento del núcleo duro del imperialismo, Estados
Unidos, o de su segundo círculo, los vasallos, es en principio auspicioso que
tendrá, como contrapartida, la violenta reacción de Washington. Que ello
finalmente madure en una dirección correcta y en algunos países dé nacimiento
a un proceso democrático y emancipador ya es otra cuestión y dependerá, como
todo, de la inteligencia y voluntad con que las fuerzas sociales y políticas
del campo popular encaren la lucha de clases y se aprovechen de los
cambiantes equilibrios geopolíticos internacionales. La emergencia de actores
cada vez más poderosos en la estructura internacional -la irrupción de China,
el retorno de Rusia, el lento pero irreversible ingreso de la India, la
Organización de Cooperación de Shanghái ( OCS ) y los BRICS, para señalar
apenas los más importantes- está dando lugar a un naciente multipolarismo que
si bien no puede ser caracterizado como intrínsecamente anti-imperialista
modifican, a favor de los pueblos, las condiciones objetivas bajo las cuales
se libran las luchas por la democracia, la justicia y los derechos humanos en
la periferia con independencia de los rasgos definitorios de los regímenes
políticos imperantes en China, Rusia, la India o cualquier otro actor
involucrado. Esa es la clave para entender la violenta reacción
norteamericana ante ese nuevo orden emergente, que erige barreras intolerables
a su pretensión de supremacía incontestada. La historia latinoamericana y
caribeña de los últimos años no habría sido posible de haber persistido el
unipolarismo que siguió a la implosión de la Unión Soviética. Puede no ser de
agrado para nuestro autor, pero sí lo ha sido para todos los líderes y
movimientos populares de América Latina y el Caribe, desde Fidel y Chávez
hasta Lula y Kirchner que ha visto ampliar sus márgenes de maniobra en la
complejidad de la nueva realidad internacional. No es lo ideal, como hubiera
sido un insólito florecimiento del socialismo, la democracia, la justicia y
los derechos humanos en el capitalismo desarrollado. Pero lo que hemos visto
ha sido exactamente lo contrario. Y en el mundo que realmente existe será
preciso que avancemos en nuestras luchas sin esperar el advenimiento de
aquellos cambios en el primer mundo.
6. Nuestro autor
pone término a su nota extremando el pesimismo que impregna toda su
argumentación. Declara, resignadamente, que “ya no hay alternativa sistémica,
ni siquiera imaginaria.” No creo que en una amable conversación personal
(como la que sostuve con él más de una vez en el pasado) pudiera decir algo
semejante. Creo que tal vez la sorpresa al comprobar como muchos de sus
amigos latinoamericanos interpretaban lo ocurrido en Ankara y la premura de
la crítica lo llevó a escribir algo que podría ser visto como una
reformulación, en términos filosóficamente aún más radicales, de la absurda
tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia. Estoy seguro que Alba
Rico no adhiere a esa tesis. Sin embargo es indudable que las dificultades
con que tropieza la creación de una alternativa sistémica al capitalismo
global son inmensas. Estados Unidos construyó el imperio más poderoso que
jamás haya existido en la historia de la humanidad. Sus dispositivos de
hegemonía y dominación son formidables; su capacidad de control y
sometimiento también. Pero el inicio de su decadencia ya es inocultable. Lo
reconocen los propios mandarines del imperio así como los estrategas del
Pentágono y la CIA. Y, también es cierto, que hoy no se avizoran las formas
concretas que podría asumir una alternativa sistémica. Pero sí sabemos, a
ciencia cierta, que el capitalismo está llegando a su límite porque tal como
lo asegurara el Comandante Fidel Castro Ruz en la Cumbre de la Tierra en Río,
en 1992, su reproducción está destruyendo las condiciones medioambientales
que hicieron posible la aparición de la vida humana en el planeta Tierra. El
ecosocialismo ha aportado agudas reflexiones y muchos datos concretos sobre
esta insoluble contradicción entre capitalismo y naturaleza. Y los pueblos
están a la búsqueda de alternativas, tanto reales como imaginarias, sin
esperar a que los intelectuales las inventemos. Las aportaciones de las etnias
originarias de América Latina y el Caribe sobre el “buen vivir” son una
prueba de ello. La idea de que “otro mundo es posible” ha ganado millones de
adeptos en todo el mundo. La gravedad de la irresuelta crisis general del
capitalismo, estallada hace ya más de ocho años, hizo posible que en Estados
Unidos, en Europa, en el Sudeste asiático y en Canadá grandes manifestaciones
populares adopten como consigna unificadora la crítica al capitalismo, algo
inimaginable hasta hace unos pocos años cuando al capitalismo ni siquiera se
lo nombraba. Bertolt Brecht dijo una vez que el capitalismo era un caballero
que no deseaba ser llamado por su nombre. Su anonimato lo invisibilizaba y de
ese modo ocultaba su carácter de régimen social de explotación. Ahora se lo
nombra y se lo escribe y, en un desarrollo tan inesperado como promisorio, se
lo leía en las pancartas de los jóvenes norteamericanos del Occupy Wall
Street, y en las de los españoles del 15-M que no sólo denunciaban al
capitalismo sino que hacían lo propio con la farsa democrática que éste había
montado y que había perdido toda legitimidad.
En un mundo en el
que, según las conocidas cifras divulgadas por Oxfam, el 1 por ciento más
rico del planeta posee más riquezas que el 99 por ciento restante es
inviable, no ya en el largo sino en el mediano plazo. La apelación que la
derecha mundial hace al neofascismo global es un síntoma de su impotencia y
demuestra la gravedad de la amenaza difusa, por ahora inorgánica, que plantea
la protesta de los oprimidos y, por ende, de la izquierda. Es cierto que lo
que se vislumbra no es lo que quisiéramos. En mi caso, me gustaría una
reedición de la triunfal entrada del Movimiento 26 de Julio a La Habana en
cada rincón del planeta. Eso no está en el horizonte, pero el lento pero progresivo
desmoronamiento del orden imperial ofrece la oportunidad de intentar
construir ese mundo mejor que todos anhelamos. Los formatos clásicos de la
revolución son productos históricos. Esperar ahora el cañonazo del Aurora
para dar la señal para el comienzo de la revolución bolchevique es un
anacronismo, un canto a la melancolía. Pero aunque no se lo vea el viejo topo
de la revolución sigue trabajando, con ahínco paralelo al desenvolvimiento de
las insolubles contradicciones del sistema capitalista. Y la morfología de
esa futura revolución es impredecible. Como lo fue la Comuna para Marx y
Engels en 1871; como lo fueron los Soviets en 1917; como lo fue la guerrilla
en Cuba en la segunda mitad de los cincuentas; o el vietcong en Vietnam en
los años sesentas y setentas. Las revoluciones nunca copian, son siempre
creaturas originales. El hecho de no poder divisar los perfiles precisos de
la rebelión en ciernes no significa que esta no exista. Parafraseando a
Gramsci concluimos diciendo que en coyunturas como las actuales el pesimismo
de la inteligencia no debería ser el recurso que sofoque el optimismo de la
voluntad sino un estímulo para perfeccionar nuestros métodos de análisis
social, de tal suerte que nos permitan vislumbrar en los entresijos del viejo
orden en crisis los actores emergentes y las semillas de la nueva sociedad.
http://rebelion.org/noticia.php?id=220863
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Los Estados Nación viven y colean
Humberto
Campodónico
Antes de la
proliferación de los Tratados de Libre Comercio, lo normal era que los países
vecinos buscaran la integración económica. Así surgió la Comunidad Económica
Europea, el Mercosur, el ASEAN (formado por 10 países asiáticos) y la
Comunidad Andina, entre otros.
El objetivo clave:
ampliar los mercados para tener economías de escala y un comercio más amplio.
La búsqueda de la integración y la superación de los Estados Nación tuvo su
punto más alto con la Unión Europea (UE), que ahora ha entrado en una profunda
crisis. Antes de llegar a ese punto, veamos cómo se alcanzaría ese objetivo.
El grado más bajo
de la integración es el acuerdo preferencial: aquel donde un país grande
acuerda que las mercancías de los países más pobres puedan ingresar sin pagar
aranceles. Un ejemplo típico fue el ATP-DEA de los años 2000 que EEUU le dio
a Bolivia, Colombia, Ecuador y el Perú para “incentivar los cultivos
legales”. Su particularidad es que son una “concesión graciosa” que el
otorgante puede retirar cuando le plazca.
Un grado más
avanzado son los acuerdos de libre comercio,como la Comunidad Andina: las
mercancías producidas en estos países circulan con arancel cero en toda el
área, ampliando así el mercado. El siguiente es la “Unión Aduanera”: ahora
todos los países miembros tienen el mismo arancel. Con este Arancel Externo
Común todas las mercancías (no importa donde se produzcan) circulan
libremente. Esto lo logró la Comunidad Europea y, de manera bastante más
informal, el Mercosur.
Luego viene el
Mercado Común, que añade la libre circulación de los flujos financieros y las
personas. Si se acuerda una moneda única, hay Unión Monetaria, lo que llevó
en el 2000 al euro. El Reino Unido se opuso y se quedó con la libra
esterlina. Finalmente, puede haber una Constitución común lo que daría lugar,
por ejemplo, a los Estados Unidos de Europa. Pudo darse en el 2005, pero
Francia y Holanda votaron en contra.
Detrás de estos
acuerdos para la integración hay una consideración esencial: la necesidad de
un consenso en ceder importantes porciones de soberanía nacional: sería
necesaria una instancia superior a los Estados Nación.
La integración es
distinta a los TLC de este siglo –entre países que ni siquiera tienen
fronteras comunes– donde lo que interesa es, de un lado, la ampliación del
comercio eliminando aranceles y, de otro, la inclusión de “nuevos temas”
(muchas provienen de las innovaciones tecnológicas de la globalización) como
servicios, propiedad intelectual, normas laborales y medio ambiente,
arbitraje internacional para las controversias inversionista/Estado, entre
otras. Aquí la OMC debiera ser el foro clave, pero está, a propósito, pintada
en la pared (1).
Volvamos a la
integración. El consenso de “unificación positiva” de Estados Nación
–“símbolo del progreso a alcanzar”– ha entrado en crisis. Algo se vio con el
rechazo a la Constitución europea. Pero lo esencial ha sido el rechazo a los
“diktats” de Bruselas a favor de la globalización liderada por las grandes
empresas minimizando los intereses de las grandes mayorías y provocando un
enorme aumento de la desigualdad a favor del 1% más rico, lo que se
cristalizó en el Brexit de junio. A lo que se agrega un rechazo a la
inmigración de los países del Este y de África por el aumento del desempleo y
el terrorismo.
Por tanto: no se
puede superar al Estado Nación ni, menos, alcanzar la gobernanza multilateral
si la carreta de la globalización es jalada por intereses privados a los
cuales se someten los gobiernos. Las tensiones sociales siempre se harán
presentes y llevarán a la crisis. Algo parecido ha sucedido en EEUU donde
Trump se ganó a los desempleados –perdedores de los TLC– con la consigna
“Hagamos a EEUU grande otra vez” y planteando una política populista,
proteccionista y de aislamiento internacional.
Lo que esto quiere
decir –en un momento de declive relativo –sí, relativo– de la hegemonía de
EEUU y surgimiento de otras potencias– es que el Estado Nación estuvo y está
vivo, coleando y pugnando por sus intereses estratégicos. No desapareció con
la globalización, como dijeron los neoliberales criollos.
Todo eso no
significa que debamos dejar de lado la integración regional, venida a menos
en los últimos años. Ahora que EEUU cuestiona los TLC y el TPP es hora de
repensar la Alianza del Pacífico y sus lazos con el Mercosur. También las
relaciones con EEUU, China y la UE (nuestros principales socios) en este
contexto de cambios tectónicos de la economía mundial. Y sabiendo que
seguimos siendo dependientes de las materias primas. Y que poco hemos
avanzado en capital humano, instituciones y diversificación productiva.
http://larepublica.pe/impresa/opinion/833796-los-estados-nacion-viven-y-colean
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Se equivocan
Luis Davelouis
Se equivocan los
que piensan que darle la confianza al Gabinete Zavala fue una demostración de
buena voluntad del fujimorismo; simplemente no iban a ponerse gratis la soga
al cuello en su primera semana en el Congreso, pues toma solo 2 negativas de
confianza disolverlo.
Se equivocan
quienes conminan a PPK a anteponer los intereses del país a los propios y lo
llaman a la calma mientras desdeñan como paranoia ridícula los peligros que
entraña seguir cediendo terreno al fujimorismo y su matonería. Se equivocan
quienes piensan que después de esa demostración grosera de cinismo, falta de
escrúpulos, ninguna vergüenza, mendacidad, falsedad y doble estándar de la
censura al ex ministro de Educación, el fujimorismo solo usará su músculo
para impulsar iniciativas beneficiosas para el país, incluso si no están
alineadas con sus propios intereses partidarios. Sean los que sean.
Quien vio mentir
sin sonrojarse a Galarreta, Bartra, Becerril o a Bienvenido no puede ser tan
candelejón para pensar que tal comportamiento cambiará por un providencial
rapto de justicia o amor a la patria o siquiera interés; en especial si no
existe un solo elemento que motive un cambio de actitud en ese sentido. Menos
aun, si recuerda a José Chlimper ofrecerse a disolver una huelga a balazos, involucrarse
en una burda manipulación de audios y antes de anoche, y como director del
BCR, amenazar a PPK en un tuit (https://goo.gl/ob4cUA).
Se equivoca quien
describe al fujimorismo sin mencionar que su presente se parece demasiado a
su pasado; quien no señala que le debe el nombre a un delincuente condenado
cuyas acciones reivindica y que sigue acogiendo a todos los que defendieron
al mismísimo sujeto del que hoy tratan –sin éxito– de distanciarse: de hecho,
aún no se inventa el fujimorismo sin Montesinos.
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