sábado, 24 de diciembre de 2016

OPINIONES 24/12/2016

Adelantar las líneas - Eduardo Dargent
De dónde venimos los cholos - Raúl Tola
Lava Jato y el informe de Juan Pari - Carlos Tapia
Los amateurs acabaron con el periodismo - Marga Zambrana
Shakespeare interpelado - Alexander Huerta-Mercado
Sobornópolis - Mirko Lauer
Sociología de la canasta navideña - Augusto Álvarez Rodrich
¿Qué significado especial tiene la Navidad para ti? - Sandro Venturo

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Adelantar las líneas


Eduardo Dargent



En las últimas semanas una serie de grupos organizados ha lanzado una ofensiva contra lo que llaman “ideología de género”, en concreto la supuesta inclusión en el currículo escolar nacional de una serie de valores que consideran aberrantes. Según ellos, la educación peruana ha sido capturada por sectores que quieren “transformar” en homosexuales a sus hijos, borrar a la fuerza las diferencias naturales entre hombres y mujeres, promover el sexo entre menores de edad. Aunque no fue parte central del pedido de censura, estas razones estuvieron muy presentes en la caída de Jaime Saavedra.

Poco importa que se trate de mentiras o exageraciones, el objetivo es llegar a ese sector de la población que se asusta con estos temas. Escuchar las declaraciones de Martha Chávez explicando el “real” significado del currículo escolar hizo que me preocupara… por Martha Chávez.

Sus voceros son conocidos, vienen actuando en forma coordinada y bien financiada en una serie de temas desde hace años: píldora del día siguiente, aborto terapéutico, educación sexual. Pero hay diferencias. Hoy están más organizados, con mayor trabajo jurídico y han sofisticado su discurso, pues intentan desligar sus demandas de sus creencias religiosas para llegar a quienes no necesariamente comparten sus valores. Y tienen una mayor caja de resonancia en el Congreso de la República, donde parte del fujimorismo los acoge.

Para quienes siguen la política latinoamericana estos repertorios y estrategias de grupos conservadores, especialmente evangélicos, no son nuevos. Son calco y copia de los utilizados con bastante éxito por grupos similares en Brasil y Colombia. Trascienden el estilo más tradicional de la jerarquía conservadora católica para usar métodos antes asociados a grupos progresistas: plantones, marchas, uso de medios digitales.

Resulta paradójico que en años en que estos valores conservadores se han debilitado en la región y se han avanzado una serie de agendas progresistas, la actividad de estos grupos sea mayor. Es una contraola que recuerda que en muchos lugares algunos de estos valores conservadores siguen siendo mayoritarios y que lo que faltaba eran grupos capaces de politizarlos. En el Perú estos actores han sido exitosos en retrasar una serie de cambios ya producidos en otros países.

Veo dos formas de reaccionar. Por un lado, hay que seguir peleando en temas que, aunque minoritarios, vienen haciéndose cada vez más de sentido común entre la población. Estos cambios pueden operar muy rápido. La píldora del día siguiente o el aborto terapéutico, vedados hace unos años, no son más temas de minorías. Y espero que muy pronto la unión civil o incluso el matrimonio paritario tampoco lo sean.

Pero también considero urgente avanzar las líneas, hablar de igualdad entre hombres y mujeres para pelear las zonas grises que hoy estos grupos nos están ganando al hacer parecer la agenda progresista un tema de minorías. Hay que dirigirse a esos sectores sociales conservadores que pueden mirar con desconfianza algunos de los temas arriba señalados, pero que distan de la radicalidad de los activistas movilizados. Resaltar que se trata de grupos reaccionarios, que añoran una sociedad donde hombres y mujeres son diferenciados por sus supuestas posiciones “naturales”. Y esas diferencias siempre ponen en desventaja a la mujer.

Entonces, en vez de salir a explicar el currículo escolar a la defensiva habría que señalar que sí, que la palabra género está allí porque se habla de igualdad. Y que en una república hombres y mujeres no tienen roles asignados por naturaleza, ni distintas capacidades. Cuando escuche “con mis hijos no te metas” piense que se están metiendo con sus hijas, y evalúe si dejaría su futuro en manos de estos sujetos. ¿Usted recuerda a algunos de estos grupos participando activamente en la marcha “Ni una menos” o defendiendo la igualdad entre hombres y mujeres?

La sensación que existe hoy es que estos valores republicanos e igualitarios, ya extendidos entre la población, carecen de representación en la política. Se ha cedido la iniciativa a un grupo de fanáticos que sabe bien lo que quiere. Y que vienen por más.

http://larepublica.pe/impresa/opinion/833342-adelantar-las-lineas


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De dónde venimos los cholos

Raúl Tola



Uno lee a la busca de esos raros libros que lo enganchan, que lo seducen, lo atrapan. Esos libros que no podemos abandonar y nos obligan a seguir hasta terminarlos, como un trance. En los últimos meses me ha pasado con novelas tan distintas como «Fouché» de Stefan Zweig o «Stoner» de John Williams. Me ha vuelto a pasar esta semana con el libro de un peruano: «De dónde venimos los cholos», el sorprendente conjunto de crónicas de Marco Avilés.

«Este libro no trata de mí», dice el autor. «O al menos no de una manera directa. Tampoco es la epopeya de los inmigrantes que, como mi familia, echaron raíces en la ciudad. Este libro es sobre los otros. Sobre los que nunca se fueron. Sobre los cholos e indios que, a pesar de los cataclismos que ha vivido el país, se quedaron a vivir en sus pueblos. En las montañas. En las selvas. ¿Qué los retuvo entonces? ¿Qué los retiene ahora?»

Forjado en las canteras de la prensa diaria, Avilés es dueño de una prosa transparente y funcional, que se lee con mucho gusto. Sus crónicas son al mismo tiempo frescas, divertidas, entrañables, reveladoras y emocionantes. Logran esta impresión gracias a una cualidad cada vez más escasa entre los periodistas, a quienes la convivencia con el dolor ajeno suele alienar, insensibilizar, a veces envilecer: la empatía.

Desde el pequeño prólogo que describe su llegada a Lima saliendo de Abancay, Avilés nos hace sentir cómodos en su presencia. Siempre se las ingenia para intimar con sus interlocutores, sean estos comuneros de la sierra, habitantes de la reserva Kugapakori Nahua Nanti, pollerudas futbolistas de Churubamba o productores de papas nativas que no conocen el mar y un día emprenden la odisea de llegar a la feria Mistura. La capacidad de ponerse en el lugar del otro termina siendo una inagotable fuente de revelaciones.

Otra de sus virtudes es el punto de vista. A Marco Avilés la historia que cuenta nunca lo limita, al contrario. Siempre mantiene los ojos bien abiertos, para encontrar detalles que matizan la historia, la muestran desde el revés, la vuelven más compleja. Por momentos las crónicas parecen un pretexto, para plantear exploraciones y preguntas muy complejas, a partir de una anécdota.

Llega a Santo Tomás —un pueblito de la provincia de Chumbivilcas, en el Cusco— con la idea de tomar notas para escribir un reportaje sobre el Takanakuy. Por esta tradición ancestral se pelea en el día de Navidad, para resolver las ofensas y malos entendidos del año que acaba. Pero además de entender qué lleva a los pobladores del lugar a trenzarse a puño limpio en un ruedo, ante la mirada de sus vecinos (¿Honor? ¿Venganza? ¿Deporte?), Avilés se las ingenia para hablarnos de la miseria, el aislamiento, el alcoholismo y la incomprensión. A medida que la mañana del Takanakuy avanza, el ruedo va vaciándose, hasta quedar casi vacío. De pronto el reportero vuelve la mirada, y junto a una de las tribunas, encuentra una escena que contiene otra clase de violencia, más cotidiana, pero también más brutal: un hombre «ebrio como un demonio» abofetea a su mujer, mientras le grita «Puta».

«De donde vienen los cholos» es una rendija para avistar ese Perú que no es uno, sino muchos países integrados, con sus propios idiomas, costumbres, problemas y alegrías. Países opuestos, unidos por un raro azar. Países que luchan, sonríen, que quisieran entenderse.



http://larepublica.pe/impresa/opinion/833340-de-donde-venimos-los-cholos


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Lava Jato y el informe de Juan Pari

Carlos Tapia


1).- Cuando Lava Jato explotó en Brasil y se involucró a los gobiernos de Toledo, García y Humala, en noviembre de 2015, se formó en el Congreso una comisión de investigación. La presidió el congresista Juan Pari (DyD) y estaba conformada por congresistas de PP, Apra, Nacionalismo y FP. Al finalizar su plazo, en junio de 2016, se presentaron tres informes: Según Pari, Mulder impidió, al bloquear el informe en mayoría, que el tema se discutiera en el Pleno del Congreso.

2).- Tampoco se vio en un Pleno extraordinario, por falta de firmas, ¡Ojo, pestaña y oreja!, pasándolos al archivo. Juan Pari mandó su informe a la Fiscalía, donde se señalan los indicios de corrupción con Odebrecht en la Interoceánica Sur, Irrigación de Olmos, Gasoducto del Sur, Línea Amarilla y el by-pass (28 de Julio). Muchos apostaron por el silencio.

3).- Pero en política también se sienten temblores y a veces se sufre algún terremoto con graves consecuencias. Según da cuenta EC (22.12.16), la gigante constructora brasilera –Odebrecht– ha aceptado que pagó US$29 millones a funcionarios de nuestro país como coima y que se benefició con US$143 millones (ganancias ilegales). Esto durante el período 2005-2009, utilizando la información del sistema bancario USA.

4).- Se considera que estas inversiones fueron la Interoceánica Sur (Iirsa) (2005) y el Metro de Lima (2009), que juntas alcanzaban poco más de US$1,300 millones, y la coima alcanzaría al 2.2% de la inversión.

En LR del mismo día se da cuenta de que las inversiones totales de Odebrecht en nuestro país (2005-2014) alcanzarían los US$12,624 millones, lo que –suponiendo la misma relación entre la ganancia ilegal y la corrupción– alcanzaría a US$277 millones. Sospechamos que no se lograron con coimas de “algunos funcionarios”.

5).- Feliz Navidad.

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Los amateurs acabaron con el periodismo

Marga Zambrana


No sé cómo no se dio cuenta. Fueron los pijos. También las noticias gratis en la red, los ajustes en las redacciones, la corrupción del sindicato, la indecencia de los directivos con abultados sueldos, la ambición de la selfie, la banalidad. El creer que la posteridad es arriesgar la vida por poner tu nombre en un artículo.

Cihangir es un barrio gentrificado de Estambul donde los hipsters turcos vienen a hacer la tournée du grand duc. Son tan pretenciosos que incluso hay una comedia televisiva dedicada a ellos. Hay coctelerías muy caras que dan caché al dolce far niente. Los corresponsales de Cihangir ignoran que viven en esa comedia. Tuitean lo que sucede en el frente de Siria desde aquí, a mil doscientos kilómetros de distancia. Tenemos a una joven que acaba de aterrizar de Londres, posa en Instagram desde una de las terrazas afrancesadas del barrio, laptop en la mesa, daiquiri en mano. Informa sobre la trágica situación en Siria. Agencieros anónimos hacen el trabajo, ella pone el nombre. También se toma selfies en las clases de yoga, como debería hacer cualquier periodista con credibilidad hoy en día. Acaba de convertirse en una experta en Siria porque está en todos los grupos de WhatsApp con fuentes sirias en los que estamos todos, como unos cien periodistas de aquí a Londres. Sin pisar Siria. En Twitter es tan compasiva que comparte todas las fotos de niños abrasados y descuartizados en Alepo. Indignación. Ya ha salido por la tele, y ha hecho un live en Facebook, con la experta de plantilla, cuarenta años de experiencia, que aparece resignada desde Washington junto a la colegiala.

Ha tuiteado que su turco es tan precario que en lugar de un pincho moruno le han traído un pescado a domicilio. Y a todo el mundo le encanta y lo retuitea. En serio, les encanta. Es muy gracioso y cercano que no hable la lengua local. Porque ya da igual hablar turco o árabe. Basta con publicar la foto del pescado mustio que demuestra que estás en el lugar de los hechos. A los activistas y expertos de ese lado del conflicto les encanta, porque cualquier cosa que le filtran alcanza a sus veinticinco mil seguidores en cuestión de segundos. Ella sabe que así puede ser la próxima Christiane Amanpour: está en el lado de la verdad, de los buenos. Al fin y al cabo, todos dependemos de nuestras fuentes en este lado del conflicto.

Sabiendo lo que su diario paga por artículo, difícil es explicar cómo sobrevive. Ni ella ni los centenares de periodistas extranjeros que viven en Cihangir y en el resto de la caótica y superpoblada Estambul. Tampoco se explica en Beirut o en Erbil, aún más caros, y desde donde se cubren estos horrores de Medio Oriente que ahora vuelven a ser portada.

En cuatro años aquí, yo tampoco me lo explico. Nadie cobra un salario. Tengo un colega que ha hecho un video al año desde 2012, pero hay noches que se taja con veinte cervezas que cuestan cinco euros cada una, por las tasas islamistas de Erdogan. Por lo menos habla turco. Todos sospechamos que lo mantiene la familia, su padre es periodista y tiene un salario de los de antes en América. Los sirios conspiranoicos con los que trabajamos creen que es un espía, que podría ser, porque hoy en día los servicios secretos también dependen de freelancers mal pagados, así está la política regional. Pretender ser un espía es una salida digna, el James Bond de Arabia. Algunos lo dejan caer en los grupos secretos de Facebook donde mil periodistas comparten la misma información. “Sé lo que pasó, envíame un privado.” De hecho, la censura o la deportación son motivo de gloria: al menos alguien lee lo que escribimos. Tengo colegas que repiten en cada reunión la única detención o interrogatorio que han sufrido en años, como si eso no fuera parte del oficio. Ante acusaciones de espionaje hay que responder con silencioso cabeceo, mirada perdida, cerveza en mano, manteniendo el misterio.

Otra jovenzuela recién licenciada ha empezado a publicar por fin en algún medio serio, después de un año subiendo fotos de gatos de Cihangir en Instagram. Nadie sabe bien cómo lo ha conseguido. Dice que es experta en refugiados, todos sabemos que no tiene ni idea, pero publica. Con dos artículos al año en Newsweek nadie sobrevive en Estambul. Tiene un flequillo oxigenado y se hace selfies en Lesbos con la mandíbula alta. Está feliz de ser testigo directo de la historia. Y está dispuesta a pagar el precio. Una habitación en apartamento compartido en Cihangir cuesta unos quinientos euros. El tour operator del horror desde una distancia segura. Son tan convincentes que mi familia y amigos creen que estoy cubriendo guerras en Estambul.

Una agencia internacional contrató hace unos años a una chica, no tenía experiencia, de hecho había un candidato mejor preparado que ella, pero tenía familia, hijos. El jefe de personal preguntó si era pija, si podían pagarle la mitad. La respuesta fue sí, su familia le había comprado un apartamento en el Bósforo, ahorro de alquiler. Durante varios años fue incapaz de hacer el trabajo que constaba en su contrato. Pero era barata y pensaba que la agencia le iba a dar nombre. Se fue ofendida a mostrar sus talentos en la pantalla. Al sustituto no van a pagarle más, aunque sea un profesional. La otra se vendió por nada. Nada es ahora el precio. Todo lo que internet ofrece gratis ha dejado de ser negocio: la música, el cine y el periodismo.

Llegaron como Erasmus en una rave party. Cubrían en la frontera, cuando aún era barata y se podía entrar a Siria con las facciones que entonces eran prodemocráticas y hoy son salafistas, los buenos. Se habían fogueado en Libia, aprendiendo a diferenciar un ataque con lacrimógeno de un tiroteo. Algunos iban al frente en sandalias, otros pedían dinero prestado o hacían fotos de bodas para cubrir los gastos. Otra opción es acostarse con el traductor tras una noche a lo Liza Minnelli en el cabaret de Antioquía, te ahorras una pasta. A mí me enseñaron que eso no es muy profesional, pero así se hace periodismo hoy en día: tu amante te traduce al jefe local de Al Qaeda y explicas en tu blog qué ovarios tienes al quitarte el hiyab en sus narices y zamparte un helado. Salvaje. Así puedes acabar publicando en el Times, aunque nunca entendimos muy bien cuál era el mensaje del entrevistado.

Qué decir de los degollados. No se esperaban la fama que iban a lograr. Claro que eran valientes y comprometidos, enviaban buen material, están en nuestros corazones. Pero compraban sus noticias porque eran baratos, ya estaban allí, no había que pagar gastos de viaje, ni seguro ni pensiones. No pagaron los doscientos o trescientos euros diarios que cuesta un traductor o una facción que te proteja en el frente. Salía más rentable venderlos a los ninjas. ¿Qué periodista cobra eso hoy en día? ¿Y quién se acuerda hoy de ellos? Dígame dos nombres y me trepo el minarete de la Mezquita Azul. Murieron de precariedad. Calculemos los rescates que se han pagado por los supervivientes y lo que costaría invertir en seguridad y periodismo de calidad.

Antes las guerras se cubrían con medios, por eso Hemingway se tajaba a gastos pagados desde Saigón a La Habana. Hoy nadie recuerda sus coberturas, pero su apellido da nombre a muchos cocteles. Nadie secuestra a periodistas cuyas empresas pagan por su seguridad. Hace años que nuestros editores no nos dejan entrar en Siria, por si nos pasa algo. De hecho, si no hacemos un cursillo de seguridad que financia una ong para periodistas pobres no nos dejan ni acercarnos a la frontera, lo exigen las aseguradoras. Así que todos vivimos de lo que los activistas publican en Twitter desde Alepo, sin poder confirmar nada. Vivimos de mentiras delirantes y de gente que hace negocio con la guerra. Qué se puede esperar después de casi seis años de guerra, ¿hippies? Se han invertido miles de millones en la propaganda que nos ofrecen nuestras fuentes: activistas, expertos y consultores. Somos más fáciles de manipular que nunca. Te aferras a las víctimas, los muertos no pueden mentir.

Un profesional sólido con conocimiento, entrenamiento militar y varios idiomas puede exigir. Pero ahora basta con varias selfies y un periscope. Cuatro mil seguidores de golpe. ¿Cómo se cobra eso? Recuerde aquella encuesta del milenio: los jóvenes quieren ser periodistas por fama, por dinero o por vocación. Sigue siendo así, es ridículo. Algunas familias lo pueden financiar, por un tiempo. Hasta que preguntan a sus retoños si se van a dedicar a algo serio en la vida.

Desde hace más de quince años, he visto cómo algunos becarios en Pekín acababan su asignación: iban al despacho de la jefa de delegación y le pedían garantía para un visado en el país a cambio de trabajar gratis. Ella estaba feliz, gente trabajando gratis, genial. Yo les decía que eso no era ético, que había gente que vivía de esta profesión y tenía hijos. Pero pensaban que era una sindicalista chiflada a la que había que evitar.

Yo llevaba años huyendo de eso, por eso me fui a China. Pensé que nadie estaría tan desesperado para aprender una lengua infernal. Pero no. En cuanto China se convirtió en “la historia” empezamos a recibir oleadas de sobrinos y de diletantes. Más Hemingways, más Amanpours. Preguntaban cómo se deletreaba Hu Jintao y si Hu era el nombre o el apellido. Algunos colegas también usaban de traductoras gratuitas a sus novias chinas en Pekín. De hecho, China se puede cubrir perfectamente desde una playa de Phuket, y a algunos les fue muy bien así.

Los becarios inteligentes de entonces ya no hacen periodismo. Se dedican a oficios serios bien remunerados. Los vocacionales siguen trabajando, no siempre en esto. Un amigo al que décadas en el frente le han dejado la sonrisa mellada me confiesa que se puede pagar vacaciones porque filma anuncios para empresas y para oenegés. Es un artista, no todos tienen su talento.



http://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/los-amateurs-acabaron-el-periodismo#.WFmoEvcTVNE.twitter

http://rebelion.org/noticia.php?id=220821



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Shakespeare interpelado

Alexander Huerta-Mercado


Hay personajes históricos a los que conocemos a través de recuentos que se funden con la leyenda. Hay personajes que conocemos desde la visión de los vencedores y hay personajes que admiramos porque son parte de la larga construcción de la cultura occidental a la cual pertenecemos. El caso de Julio César es interesante puesto que su propia imagen parece ser, a la larga, la de los ideales romanos. Es decir, un excelente orador, escritor, político pero, por sobre todo, un magnífico estratega. César fue también protagonista de un cambio histórico importante cuando Roma pasaba de ser república a imperio. William Shakespeare dramatiza este evento en el que los republicanos conspiran contra el poder que César está adquiriendo y que conlleva a un apuñalamiento colectivo por parte de miembros del Senado.

Una vez instalado el ritual fúnebre, uno de los conspiradores, Bruto, senador y firme partidario de la república, da un discurso que justifica el asesinato. Luego da permiso al brillante senador, militar y amigo del fallecido líder, Marco Antonio, a hablar frente a una multitud que estaba convencida de la justicia del magnicidio. En la obra “Julio César”, Shakespeare pone en labios de Marco Antonio uno de los discursos más hábiles jamás registrados, en donde se usa de manera magistral la ironía. Se dice lo contrario a lo que se piensa, se alaba a los conspiradores pero se apela a la emoción para dar el mensaje realmente deseado:

“Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable. Trajo a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más dura. Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre de honor”.

El discurso de defensa de Marco Antonio no solo es bellísimo sino eficaz. Logra seducir y cambiar a un público hostil y remata esta hazaña mostrando el benévolo testamento de César a favor de su pueblo que ahora marcha contra los conspiradores.

Siento que debemos regresar a Shakespeare y disfrutarlo ahora que se celebran cuatrocientos años de su muerte y que el Senado sigue con la pésima costumbre de apuñalar y difamar. Es tiempo de que encontremos en el arte una mejor descripción de los momentos que atravesamos y tengamos conciencia clara de cómo proceder.

Pienso que debemos regresar a Shakespeare porque así me lo enseñaron mis alumnos de la Facultad de Artes Escénicas. El Cisne de Avon es un ‘superstar’ para los jóvenes que se lanzan a la aventura de estudiar una carrera artística, puesto que él no solo fue escritor sino actor y productor, planificó muy bien su vida para vivir de su arte y se dio el lujo de hacerlo todo bien, como debe ser.

Y pienso que debemos volver a Shakespeare porque lo he redescubierto con las puestas en escena que se han dado en Lima en estos meses: “Hamlet” y “Noche de reyes”, dirigidas por Roberto Ángeles, y “Mucho ruido por nada”, dirigida por Chela de Ferrari. He visto que, con toda la pasión y alegre puesta en escena, el bardo vuelve a nosotros actualizado, refrescado, vigente, entretenido y apasionante.

Pienso que debemos apoyar

“Hamlet” porque el muchacho duda frente a una situación de injusticia y usurpación del poder, y casi todos en su entorno parecen no comprenderlo o perjudicarlo, porque algo así nos pasa constantemente en nuestra propia realidad.

Pienso que cuando vemos una obra como “Noche de reyes” entendemos lo que es el carnaval como ritual, donde todo se invierte y todo se complica en beneficio de la comedia. En donde podemos ver cómo los roles de hombre y mujer pueden ser intercambiados y cómo la comedia nos permite observar que el mundo es realmente absurdo porque abrazamos reglas sin pensar en ellas y sin cuestionar las cosas. Esto queda claro en la voz del personaje Jaques en otra obra shakespeariana titulada “Como gusten”:

“El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores, tienen sus salidas y sus entradas, y un hombre puede representar distintos papeles”.

Y es cierto. Porque esa es la tan temida perspectiva de género (que sospecho que han tildado de “ideología” porque es una palabra que da más miedo y que está bastante desprestigiada). Es decir, seguimos un guion social que se ha construido a lo largo de siglos y que perdura aun cuando las líneas que nos obliguen a recitar o la performance que nos obliguen a hacer sea absurda y, peor aun, injusta. Y es que somos actores con muchas posibilidades y no marionetas. Actores que no buscan imponer, pero sí ponerse en los zapatos de aquellas personas marginadas, maltratadas, abandonadas o reprimidas simplemente porque no encajan en un guion que debe cuestionarse.

Siento que debemos volver a Shakespeare ya no por Shakespeare mismo sino por lo que nos inspira. Luego del trágico incendio en Larcomar, todo el grupo encargado de la obra “Mucho ruido por nada” (porque el teatro es un trabajo colectivo en todos los niveles) aplicó carpintería, luces, ingenio y pasión para reestrenarla en el Teatro Peruano-Japonés. Así como en la época de Shakespeare, el escenario estaba prácticamente rodeado por un público que a veces interactuaba y hasta los personajes femeninos estaban interpretados por hombres que no jugaban con estereotipos.

 Al final, la misma obra cuestionaba a su autor y, en un acto sorpresivo que rompía todo esquema, se problematizaba la perspectiva de género del mismísimo Shakespeare: no estamos en la Inglaterra de hace 400 años y no tenemos por qué pensar igual que el autor.

Diez minutos de aplausos de pie me hicieron pensar que el arte tiene autoridad para interpelarnos. Porque como hicieron los dirigidos por Chela de Ferrari, se puede interpelar al autor, que también es un hombre de su época y quien también cuestionó los valores de la misma. El arte interpela bien porque nos permite distintas interpretaciones que nos libran de la tiranía de la prepotencia, de la falsa información, del sensacionalismo y de la manipulación.

En realidad, creo que debemos volver al arte, en sus distintas acepciones: a consumirlo, producirlo, apoyarlo, promoverlo, disfrutarlo y vivirlo. Nos hace bien. 



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Sobornópolis

Mirko Lauer



La información que viene del Brasil, vía los EEUU, anuncia una tormenta en el Perú, pero no para mañana. US$ 29 millones en sobornos es el tipo de cifra que no se oía mencionar desde los años 90, aun si ella habría sido repartida a lo largo de tres gobiernos. Los nombres, se dice, empezarían a aterrizar aquí entre agosto y octubre.

Aunque el mundo de la anticorrupción también puede ser el mundo de las filtraciones.

La demora en llegar es porque las declaraciones de los delatores tienen que ser verificadas antes de que puedan ser compartidas por toda América Latina. Debemos suponer que tendrá que darse un segundo tramo de verificación en el propio Perú, antes de que las acusaciones fiscales puedan proceder, y la bomba reventar.

Aunque no lo dicen con todas sus letras, algunos medios y personas están asumiendo desde ahora que los presidentes entre 2005 y 2014 están involucrados. Nada de eso figura en los documentos que han empezado a circular, pero ciertamente la posibilidad levanta mucho la noticia. Después de todo, los tres son ex presidentes acusados en diverso grado.

Las acusaciones del mismo caso Lava Jato en Brasil se mueven por todo lo alto, comprometiendo a numerosos políticos, algunos de ellos con verdadero poder en este mismo momento. De donde algunos coligen que la cosa aquí va a ser igual, o por lo menos parecida: un escándalo con capacidad de definir un antes y un después.

Presidentes y ministros son el premio mayor en una cacería de corruptos como esta. Pero no descartemos que la bolsa de este Papai Noel investigativo contenga más bien funcionarios cuyos nombres no les dicen nada al gran público, y que la ruta entre ellos y el poder, si existe, sea de recorrido policial-judicial difícil.

¿Qué hacer con una situación que durará medio año o más, tiempo durante el cual no se va a saber la identidad de los delatados, ni se va a conocer las pruebas con las que luego serán acusados? Los fabricantes de titulares se van a comer las uñas de puro nerviosos, aunque están recibiendo un regalo que va a durar por lo menos todo el 2017.


http://larepublica.pe/impresa/opinion/833338-sobornopolis


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Sociología de la canasta navideña

Augusto Álvarez Rodrich



Gran revuelo se armó hasta hace unos días –porque, en el Perú, los escándalos solo duran unos pocos días, hasta que el siguiente tapa al previo– por la revelación de que el congreso entregó canastas navideñas a sus trabajadores.

Sus trabadores también incluyen, obviamente, a los parlamentarios, lo cual fue el detonante de una indignación ciudadana azuzada por la ‘denuncia’ de varios medios.

La oficialía mayor del congreso defendió, con corrección, la legalidad de las canastas navideñas entregadas a sus trabajadores, algo que ocurre en la mayoría de empresas e instituciones públicas y privadas del sector formal de la economía.

Pero el escándalo mayor fue ver a congresistas con su canasta, algo que, antes que con este obsequio navideño, tiene que ver más con la baja reputación que gozan los parlamentarios –con frecuencia por razones bastante comprensibles–, pues si hay canastas para todos los trabajadores, no hay razón para concluir que haya trabajadores excluidos del beneficio.

Otra arista del debate es más apropiada y se refiere al costo de unas canastas que fueron compradas por más de S/900 cada una, cuando la suma individual de los precios de cada producto sería inferior.

Esos cuestionamientos ya se están aletargando e irán desapareciendo con la llegada del verano, hasta, con toda seguridad, resurgir en la próxima Navidad, la del año 2017.

Y mientras eso ocurre, esta columna sale en defensa del regalo, en general, de la canasta navideña a todo trabajador, y resalta que su efecto en la relación con la empresa es fundamental y que está subestimado.

Para el trabajador peruano, la canasta navideña constituye una especie de señal visible del agradecimiento de la empresa hacia su personal, un regalo que, en vez de ser un asunto individual, significa una ofrenda a la familia del trabajador.

Mientras más grande la canasta, tanto mejor, pues el trabajador se siente más reconocido por la organización en la que labora, aunque ello implique tener que arrastrarla con dificultad por la calle hasta tomar un taxi.

Hay canastas navideñas para todos los gustos, preferencias y bolsillo, y estas han evolucionado con el tiempo, hasta dejar de ser canasta y venir en el formato del maletín que se utilizará para siempre. Incluso, ahora vienen como tarjeta de crédito lista para reventarla en las tiendas.

Pero, al margen del formato, las canastas suelen estar en la parte alta del sistema de querencias entre la empresa y el trabajador.



http://larepublica.pe/impresa/opinion/833341-sociologiade-la-canasta-navidena


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¿Qué significado especial tiene la Navidad para ti?


Sandro Venturo


Es la fiesta patronal de mi familia (Javier). Tiempo para dar las gracias (Claudia).

Limar asperezas y enseñarle eso a los niños (Alejandro). Cuando la gente está más chévere (Mauricio). Apapacho rico (Rosa). Mis hijos y el aguadito (Fabrizio). Me encanta regalar, pienso en los regalos desde setiembre (Ximena). Preocupación porque mis perros se asustan con los cohetes, sufren mucho (David). Ese día mis hijas se dejan abrazar (Renee). Solemos cantar a todo pulmón (Iris). Nunca le di importancia, pero de mayor fui viendo cómo los corazones de la gente se ensanchaban… y uno de esos era yo (Daniel). Nos reunimos los cuatro domingos desde el adviento hasta la noche buena (Lizardo).
¡Santa existe! (Giovanna). Crear nuevas estructuras por donde transite el bien, la justicia y la solidaridad (Jesús). Fe en la vida (Miguel). Si pudiese, regresaría a esas navidades ochenteras (Gustavo). Ante las equivocaciones reconocer que hay nuevas posibilidades (Brigitte). Estrés, incoherencia, disonancia, ruido, consumismo (Luis). Me trae muchos recuerdos tristes, por eso me acuesto temprano (Koki). Para muchos es una fecha de estrés familiar (Gisela). El cumpleaños de Jesús (Caroline). Dios llega a los hombres y se hace uno de nosotros para acompañarnos e invitarnos a vivir con Él (Manuel).

Detesto a la gente que se vuelve buena por un mes (Karina). Se volvió una orgía de regalos para niños que ni los aprecian (Marta). Rescato la inocencia de los niños y me pongo a pensar cuándo fue que perdí la mía (Talía). La carita de felicidad de los niños cuando abren sus regalos (Arturo). Es el momento del año en que más se evidencian las diferencias sociales (Eduardo). De niño, esperanza, ilusión, tensión también; ahora casi nada (Iván). Estar como loco deseando que esa noche llegue (Manu). Esta Navidad yo trabajo (Ignacio). Ahora es triste, hace dos años murió mi mamá (Milagros). Ensalada de papas, duende de Navidad y vacaciones (China). Una época llena de libertad, colores, sonidos agudos y magia (Santiago). Una reflexión de lo grande que se puede ser a partir de un inicio tan humilde (Luis H).

La Navidad es para los niños, aunque con cada Navidad me siento niño otra vez (Ronieco). El abrazo sincero al familiar que regresa (Angie). Cuando descubro que los vecinos también éramos bien patas, solo la Navidad y los temblores causan eso (Beto). La promesa de entrar a dieta en enero (Patricia). Cariñito con mi familia chiquita (Carmela). Única fecha en que mis adolescentes atracan una foto conmigo (María Isabel). ¡El puré de manzana con jugo de pavo! (Dania). Dejar ir cosas inservibles (Anabela). Salir a último momento a comprar ese regalo que juraste no comprar (Massiel). Preparar galletas de jengibre y hacer brownies (Chichi). Para mí es renovar mi fe cristiana (Vilma). Hace muchos años, mi hijo empezó a dudar de la existencia de Papá Noel y le pidió una prueba: que le escriba una carta. Desde entonces, todos los 25 de diciembre recibe una carta de él (Roberto).

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