lunes, 14 de noviembre de 2016

OPINIONES 14/11/2016

Cien días de soledad - César Lévano
Una nueva reforma laboral en perjuicio de los trabajadores - arturo Rodríguez
APEC provisional - Mirko Lauer
Cinturón oxidado y la derrota de Clinton - Humberto Campodónico
No existes - Luis Davelouis
Culpemos a la prensa - Diego Salazar
Causas sociales de la corrupción - Enrique Bernales
Somos –algo más– libres - Rolando Arellano
Trump, el preferido de Clinton - Santiago Alba Rico



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Cien días de soledad

César Lévano

El presidente Pedro Pablo Kuczynski sigue perdiendo puntos. La encuesta nacional urbano-rural de El Comercio-Ipsos publicada ayer indica que al cabo de cien días de gobierno ha perdido diez puntos de aprobación. Si ese ritmo continuara, en un año podría bajar hasta el número en que nació la pena: diez.

El sondeo, realizado entre el 9 y el 11 de noviembre, muestra sin duda las cicatrices del escándalo Moreno en Salud, los muertos en conflictos sociales y amenazas en el área laboral.

Esto se ve en las respuestas por sectores. Sobre salud, el 57 por ciento no ve ningún avance, 26 por ciento ve avance moderado y nueve por ciento, retroceso. Patricia García, la ministra de Salud, tiene 36 por ciento de aprobación, pero 41 por ciento de desaprobación. Otra huella de los escándalos se denota en el rubro lucha contra la corrupción. El 56 por ciento considera que no hay ningún avance y solo 23 por ciento percibe avance moderado.

En lucha contra la delincuencia, el balance es desolador: ningún avance, 60 por ciento; avance moderado, 21; retroceso, 12. Habría que anotar, sin embargo, que hay aquí una responsabilidad compartida con el Poder Judicial. La liberación de la megabanda que chantajeaba, robaba y asesinaba en Huaura y alrededores ha desatado una ola de violencia. Los forajidos están amenazando de muerte a los jueces que se oponen a su libertad para matar. Más de una vez he recordado que el origen de esas bandas y de su impunidad proviene del expresidente Alan García y del Partido Aprista, tan infiltrado en el Poder Judicial.

Hay en la encuesta otros ángulos dignos de atención. Por ejemplo, en cuanto al comportamiento de las bancadas en el Congreso. La de Fuerza Popular, el partido fujimorista, está lejos de obtener la abrumadora mayoría que tuvo en las elecciones. Apenas 35 por ciento la aprueba, frente al 52 por ciento que la desaprueba.

Los legisladores de PPK tienen 33 por ciento de aprobación, y empatan con Fuerza Popular con 52 por ciento de desaprobación. La bancada de Acción Popular logra 24 por ciento de aprobación, versus 60 por ciento de desaprobación. Frente Amplio tiene 23 por ciento de aprobación, pero 60 por ciento de desaprobación. El Apra sufre una catástrofe. Apenas 15 por ciento la aprueba, pero un torrencial 74 por ciento la desaprueba.

Notable es el rechazo que se registra para el trío aprofujimorista nombrado por el Congreso como directores del Banco Central de Reserva. José Chlimper tiene 26 por ciento de aprobación, frente a 69 por ciento de desaprobación. Peor le va a Rafael Rey: 21 por ciento lo aprueba, 73 por ciento lo desaprueba. Elmer Cuba aparece con 30 por ciento de aprobación, pero 50 por ciento de desaprobación.


http://diariouno.pe/columna/cien-dias-de-soledad/

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Una nueva reforma laboral en perjuicio de los trabajadores
Arturo Rodríguez

Estamos ad portas de una nueva “Reforma Laboral” que, como las anteriores, desde la dictadura fujimorista, están orientadas hacia la precarización del empleo, restar fuerza a los sindicatos y profundizar más la flexibilización laboral, todo ello bajo el manido argumento de “disminuir” los niveles de informalidad laboral.

Conforme anotáramos en anterior columna, la contratación modal (a plazo determinado) se ha vuelto la regla en desmedro de la contratación a tiempo indeterminado, así según cifras del INEI, para el año 2012 la contratación a plazo representa cerca del 50.7% del total de trabajadores mientras la contratación indefinida llega solo al 17.6%.

Es un hecho que muchos empresarios hacen uso abusivo de los contratos modales, los cuales son elaborados sin ningún tipo de justificación (causa objetiva), empleándolos como “Espada de Damocles” cuando algún trabajador deja de ser de su “agrado”, como sucede cuando pretenden formar un sindicato, momento en que simplemente esperan la conclusión de su contrato para no renovarlo más, con lo cual, de paso, dan un claro mensaje a los demás: “el que pretenda formar sindicato, ya sabe lo que le espera”.

Los contratos modales se encuentran desnaturalizados, como sucede con la gran mayoría de contratos a plazo fijo, al no establecer correctamente la causa objetiva, otorgaban al trabajador el derecho de exigir el reconocimiento de su relación laboral de naturaleza indefinida (estabilidad laboral), siendo que en el caso de encontrarse despedido, exigir su reposición por despido encausado.

Sin embargo, esta situación ha variado desde la reciente promulgación del Decreto Legislativo 1246, el mismo que aun cuando contiene una serie de dispositivos para la agilización de diversos trámites administrativos, se introduce de contrabando la exoneración del empleador de registrar ante el Ministerio de Trabajo los contratos a plazo fijo suscritos con sus trabajadores, así en adelante solo será necesario que trabajador y empleador suscriban contrato sin que una copia del mismo sea derivado al referido Ministerio.

La mencionada disposición no viene sola, en efecto hace unos días el Ministro de Trabajo ha remarcado la intención del gobierno en implementar otras “medidas” (antilaborales), como la procedencia de contratos de trabajo “a sola firma”, esto es, sin necesidad de indicar la causa objetiva que lo justifique, la ampliación de los contratos a medio tiempo, la exoneración de las empresas que no realicen “actividades de riesgo” de contar con un reglamento de Seguridad Ocupacional, temas de los que nos ocuparemos en posterior columna, que nos llevan a la convicción que lo que realmente está en ciernes es una nueva Reforma Laboral que precarice aún más el empleo.

El ministro está promoviendo medidas en claro detrimento de los trabajadores y por ende de sus organizaciones sindicales, la pelota ahora está en la cancha de los jóvenes que en su momento se trajeron abajo la tristemente célebre Ley Pulpín, solo el clamor y descontento expresado en las calles logrará detener este nuevo intento antilaboral.



http://diariouno.pe/columna/una-nueva-reforma-laboral-en-perjuicio-de-los-trabajadores/

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APEC provisional
Mirko Lauer

Con la XXIV cumbre APEC de esta semana el Perú se da un baño de líderes mundiales. Es cierto que la reunión coge un poco por el cambio de gobierno en los EEUU. Pero sin duda va a escuchar reacciones importantes a lo sucedido en Washington. Aunque serán declaraciones moderadas, pues todos tienen un TLC con los EEUU que cuidar.

Las reuniones preliminares de técnicos de los 21 países han acordado una agenda que prolonga la de cumbres anteriores, con los acentos puestos en la liberalización y la modernización. La idea es en el fondo mantener a la economía mundial en su sitio, como plataforma de un crecimiento con el que todos puedan identificarse.

Pero los visitantes de esta semana saben que el nuevo gobierno de los EEUU no va a querer jugar con las reglas vigentes. Lo cual no solo relativiza la agenda de los técnicos, sino que además introduce un subtexto geopolítico en todas las declaraciones de jefes de Estado, que hará tentativos muchos de los acuerdos.

Donald Trump estará ausente, pero no se puede descartar que emita una declaración con sus opiniones, durante o después de la cumbre. El problema con esto es que nadie sabe cuán firmes son las posturas sobre economía y comercio mundial que ya se le conoce. Lo cual limita la capacidad de asumir posiciones firmes respecto de ellas.

Las palabras más esperadas son las del líder chino, en el entendido de que China tiene que haber contado con un triunfo de Trump entre sus cálculos, y lo que diga en esta cumbre inevitablemente va a ser entendido como un mensaje al mundo para los tiempos que se vienen. Beijing es un viejo especialista en planes B.

Pedro Pablo Kuczynski ha planteado que esta APEC será una gran oportunidad para fortalecer las relaciones con los países del Asia, una declaración que ahora cobra nuevas resonancias. Los países latinoamericanos del foro son los más cercanos a las posiciones de Washington en la región. ¿Lo podrán seguir siendo?

La agenda tecnocrática de APEC (PYMES y capital humano) no es en absoluto desdeñable. El asunto es si será viable en un mundo con virus nacionalistas/aislacionistas en sus políticas comerciales.

http://larepublica.pe/impresa/opinion/821321-apec-provisional

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Cinturón oxidado y la derrota de Clinton
Humberto Campodónico

Hay tres Estados que han votado por el Partido Demócrata desde hace 25 años: Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. Pero esta vez ganó Trump: en Michigan por 47.59 a 47.34% (12,000 votos de diferencia); en Wisconsin por 47.87 contra 46.94% (27,000 votos) y Pennsylvania por 48.7 contra 47.6% (68,000 votos).

M, W y P otorgan 46 votos electorales (Pennsylvania 20, Wisconsin 10, Michigan 16). En EEUU cada Estado tiene una cuota de votos electorales y se necesitan 270 para ganar. Trump ganó 290 contra 228. Por tanto, M, W y P le otorgaron el margen de victoria. Ojo, Clinton le ganó a Trump el voto universal por más de 631,000 votos.

Esos tres estados siempre han formado parte de la “muralla azul” demócrata, donde no penetra el Partido Republicano, que tiene su “muralla roja” en estados como Texas, Tennessee, Missouri y Alabama. Más: M, W y P formaron parte del “cinturón industrial” más grande del siglo XX, compuesto además por Indiana, Illinois y Minnesota, entre otros. Pero desde hace 40 a 50 años son ahora el “cinturón oxidado” (“rust belt”).

Allí mucha gente se ha ido y ha disminuido la población. Han aumentado el alcoholismo, los divorcios, drogadicción y los suicidios. Así, en estos ex barrios obreros, para millones de trabajadores de cuello azul, con formación secundaria pero no universitaria, con habilidad para su trabajo tradicional pero no para la innovación, la vida se ha vuelto “una noche”.

El “cinturón oxidado” se explica por las necesidades del capitalismo: búsqueda de salarios más bajos, evitar la sindicalización, migrar para pagar menos impuestos. Esta tendencia se agravó con la globalización que vino de la mano con los Tratados de Libre Comercio.

Las innovaciones tecnológicas ahora hacen que las mercancías se puedan producir en cualquier parte del mundo. Y el mercado nacional no es ya el más importante para las multinacionales, pues el mundo es ahora el mercado. Los servicios y la propiedad intelectual también se han vuelto bienes transables y son casi o más importantes que las mercancías.

¿Qué puede hacer el “cinturón oxidado”? Pues buscar alternativas, como esta: “Desde el 2001 han cerrado más de 60,000 fábricas y se han perdido 5 millones de empleos industriales. Terminemos con los desastrosos TLC que permiten cerrar las plantas y llevárselas a países con bajos salarios. Eso tiene que terminar. Tendremos políticas comerciales para que se creen los trabajos aquí y no en el extranjero” (1).

¿Es Trump? No, esto lo dijo Bernie Sanders, rival de Clinton. Este énfasis no fue seguido por Clinton, aunque al final se pronunció tímidamente contra el TPP. La razón es la cercanía de Clinton a Wall Street y los intereses de las transnacionales, lo que en M, W y P obviamente causa repudio.

Aquí van a saltar los neoliberales: “esas políticas son populistas y significan un retroceso proteccionista”. Que el “libre mercado” haga su trabajo. Allí está el problema porque la globalización de las multinacionales ha traído más desigualdad: el 1% más rico tiene más del 50% de los ingresos (Thomas Piketty, Anthony Atkinson). Y estamos en “estancamiento secular” (de largo plazo), como insiste Larry Summers. Así, “esta” globalización nos propone más de lo mismo.

En síntesis, estamos frente a movimientos tectónicos en la economía mundial: cambios de hegemonía, desempleo, terrorismo, enormes migraciones y degradación ambiental. Los populistas proponen, como remedio, la preservación de los valores “de la nación” (los empleos, entre otros). Y podríamos decir que eso es “normal” porque en las democracias occidentales –por lo menos hasta ahora– se llega al gobierno con los votos de los ciudadanos. Para los neoliberales, eso es “populismo” y nada tiene que ver con sus ecuaciones de escritorio a favor de las multinacionales.

Pero existen políticas alternativas, que implican una mezcla de soberanía con democracia, restringiendo la globalización de las transnacionales, como lo analiza Dani Rodrik en su famoso trilema político de la economía mundial (2).

Esto hubiera podido suceder en EEUU de haber tomado en cuenta a los ciudadanos de M, W y P. Es cierto que Trump ha movilizado también todas las pulsiones negativas de aquellos que se resisten a reconocer los cambios sociales de los últimos 50 años y que hoy pueden generar mucha violencia, lo que ya ha sido ampliamente analizado.

En síntesis, para revertir esta situación, discutamos las razones que llevaron a Clinton a perder las elecciones. Guardando las distancias, si PPK no hubiera planteado claramente la opción autoritarismo o democracia, perdía las elecciones. Pero las ganó “por un pelito” porque identificó el problema. En EEUU, Clinton las perdió en el “cinturón oxidado” por menos votos que la diferencia que tuvo en el voto popular (otro “pelito”). Por eso, la pelea por una “globalización democrática” continúa, aunque la situación sea más adversa.

http://larepublica.pe/impresa/opinion/821323-cinturon-oxidado-y-la-derrota-de-clinton


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No existes

Luis Davelouis


Quien opina distinto a como opino yo es fascista, misógino, machista, homófobo/a, racista, clasista, discriminador, egoísta, arcaico, bruto, imbécil, inculto, estúpido y, además, el tren de la historia lo dejó atrás, porque está en el lado equivocado. O, simplemente, está enfermo.

Cualquiera que abra la boca para decir algo que yo creo equivocado, estúpido, “malo”, inadecuado, políticamente incorrecto o “peligroso” se las verá conmigo y la autoproclamada policía de lo que debe ser. Porque sí, a nosotros nos toca decidir qué es lo correcto y lo adecuado y lo constructivo, y lo que sea que al respecto opinen los demás no interesa y debe ser rebatido en los peores términos y atacado y demolido porque no se guarda respeto por las opiniones sino por las personas y, si ellos creen que sus ideas y opiniones son parte intrínseca de su identidad, mala suerte, son unos burros, lean a Saramago o a Savater o a quien les dé la gana, que ellos opinan igual que yo.

Solo hay una manera y el que no está de acuerdo está en contra y aquí no sucede eso de que mucho ayuda el que no estorba: aquí el que no está con nosotros hasta con el color del papel que usamos para denostar de los ignorantes está contra nosotros y se lo vamos a hacer saber.

Solo lo que nosotros decimos es verdad y es correcto y, por lo tanto, no existe espacio alguno para opiniones o pareceres o siquiera a preguntas que puedan llevar algún sesgo divergente o que cuestionen lo principal: esto que decimos y hacemos es lo bueno, lo deseable, lo humano, lo correcto, lo evolucionado, lo necesario y lo justo.

Y si no te parece, búscate un hueco para enterrarte. O vota por Trump.
Me parece que hay que hacer algunos ajustes. Eso.




http://peru21.pe/opinion/luis-davelouis-no-existes-2262261

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Culpemos a la prensa

Diego Salazar

Jonathan Shainin, editor de reportajes del Guardian, tuiteó el sábado aún con la resaca electoral a cuestas cuatro días después: “El verdadero ganador de estas elecciones es la monocausalidad”. Shainin se burlaba de la necesidad de algunos periodistas, analistas y parte del público de encontrar una explicación, una razón única y casi mágica que explicara la victoria de Donald Trump en las elecciones del 8 de noviembre. Una causa, inadvertida para todos o casi todos, que explicara lo inexplicable.

La búsqueda de esa causa, además, se ha traducido en la búsqueda de un responsable. ¿A quién podemos echar la culpa de ese desastre?, parecen preguntarse miles de artículos en medios y miles de posts en redes sociales. Y en ese trance, el dedo acusador ha caído sobre multitud de condenados.

Como escribía el comentarista Alex Pareene en Deadspin, en un artículo titulado “Fuck Everything and Blame Everyone” (“Que se joda todo y échales la culpa a todos”). “Culpa a la gente blanca. A los hombres blancos en particular, pero guarda suficiente culpa para las mujeres blancas. Culpa a la gente vieja también. Y a los ricos, como siempre. Culpa al público en general porque Donald fucking Trump obtuvo más votos que el Pato Donald (…) Culpa al partido y a los Clinton, y culpa a casi todos en la cúpula de la campaña de Hillary Clinton por limpiar el camino a su coronación, sin hacer caso a todos los indicadores que hablaban de su inamovible y generalizada falta de popularidad; por intentar imponer a la más emblemática representante del establishment en una era anti-establishment (…) Culpa a la prensa por ser absolutamente incapaz de manejar estas elecciones con responsabilidad, por permitirse ser intimidada por un bufón que amenazó constantemente sus puestos de trabajo e incluso su seguridad física”. Pareene continuaba así, disparando a diestra y siniestra, por poco más de 1,000 palabras, diseminando culpas y rabia, haciendo ver que tan ridículo como buscar un único culpable es culpar a todos al mismo tiempo.

Pero más allá de la inteligencia y cinismo de ese ejercicio retórico de Pareene, la mayoría de periodistas y público se ha entregado con los brazos abiertos a la falacia de la “monocausalidad”. Y ahí, a la hora de elegir un culpable, la prensa –así en general– ha sido uno de los favoritos. Incluso para la prensa misma. El otro favorito entre los periodistas ha sido Facebook, pero eso será motivo de otro análisis en otro momento. Por razones que se me escapan, muchos periodistas han corrido felices a empuñar el látigo y autoflagelarse, incluso algunos de los más perspicaces, como Mathew Ingram, analista de medios de Fortune, quien optó por ese lamento dizque autocrítico en Twitter: “Así que toda la verificación de las mentiras de Trump, todo el periodismo de investigación sobre sus fracasos, incluso los audios… nada de eso significó nada”.

Este malentendido, por supuesto, tiene múltiples fallas de origen. Las tres más importantes, creo, son las siguientes:

–Al decir que los medios han fallado, se está asumiendo que es trabajo de la prensa decidir y decirle a la gente por quién votar. Y no lo es. En un proceso electoral, es trabajo de la prensa aportar la mayor información posible acerca de los candidatos. De hecho, como señaló The Cook Political Report, según encuestas realizadas el mismo día de la votación, el 60% de los votantes tenía una mala opinión de Trump, aunque el 15% de esos votantes votó por él. El 63% de los votantes señaló que “no tenía el carácter para gobernar”, y aun así 20% de esos optaron por él. Y, por último, el 60% de los votantes opinaba que no estaba calificado para ser presidente, pese a lo cual 18% de esos mismos votantes le dio su voto. Ante esas cifras, resulta difícil defender que la prensa no hizo su trabajo. El público sabía bien quién y cómo es Trump, y si lo sabía, es por el trabajo que muchos periodistas realizaron. Ocurre que hubo quien decidió que eso no era lo importante y votó por él de todas formas. Como escribió en Politico el crítico de medios Jack Shafer: “En el mejor de los casos, el periodismo solo puede proveer de una serie de recomendaciones de tráfico. No es ni puede ser una suerte de piloto automático para el viaje de la vida. Los votantes son libres de leer o ignorar los descubrimientos de la prensa o, como señala The Cook Political Report, de absorber y estar de acuerdo con esos descubrimientos y luego emitir su voto de forma que los contradigan o vayan en contra de sus creencias”.

–Es cierto que la mayoría de periodistas somos animales de letras y los números no son nuestro fuerte, pero resulta incomprensible que sigamos diciendo que las encuestas o los modelos de predicción fallaron cuando no ha sido así. Las más serias entre las primeras daban ganadora a Hillary Clinton por un par de puntos y, de hecho, en el voto popular ha sido así (el sistema electoral americano se basa en colegios electorales, no en el voto total), mientras que los modelos de predicción, como el empleado por Nate Silver de FiveThirtyEight, daban a Trump alrededor de un 15% o 20% de probabilidades. No sé cuántas veces hace falta decir que improbable no es idéntico a imposible. De hecho, el mismo Silver, en los días previos al 9 de noviembre advirtió de que, sobre la base de las múltiples encuestas nacionales y locales, las probabilidades de una victoria de Trump habían subido y, si bien seguía siendo improbable, existía más de un camino que podría llevar a la victoria de Trump. Había una serie de condiciones que Hillary Clinton debía cumplir o su muy probable triunfo sería puesto en peligro. Bueno, esas condiciones –conseguir mejorar el voto demócrata entre los jóvenes, los afroamericanos, los latinos y las mujeres– no se dieron, y ya conocemos cómo terminó la historia.

–Esa idea de “la prensa”, “los medios” o “los periodistas” como una entidad homogénea debería ser finalmente desechada. En tiempo de sobreabundancia informativa, cuando el costo de publicación es casi igual a cero y pululan periódicos, revistas, páginas online e incluso páginas informativas de Facebook, no tiene ningún sentido seguir cayendo en ese ejercicio de pereza mental que es referirse a TODOS los medios de prensa como si se tratara de un organismo con usos, reglas e intereses comunes. Existen medios y periodistas con distintos niveles de calidad, compromiso, objetividad, etc., e intentar meter a todos en la misma canasta no contribuye en nada a promover el ejercicio de un periodismo independiente y vigilante del poder.

La manera de hacer política del presidente electo Donald Trump, ese estilo matonesco y su casi absoluto desprecio por los hechos y los datos suponen un reto tremendo para aquellos periodistas y medios deseosos de llevar al público la mejor información posible y de ejercer como eficaz contrapeso del poder. Un estilo, además, que empieza a tener éxito entre muchos políticos en distintos países, incluido el nuestro. Frente a ello, haríamos bien los periodistas en dejar de lado la autocomplacencia disfrazada de autocrítica facilona, para arremangarnos y, superado el shock electoral, ponernos de nuevo a trabajar.


http://peru21.pe/opinion/diego-salazar-culpemos-prensa-2262283


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Causas sociales de la corrupción

Enrique Bernales



Tiene razón el presidente Pedro Pablo Kuczynski cuando califica la corrupción en el país como “estructural”. El concepto tiene que ver principalmente con los comportamientos e instituciones de la sociedad.

La tesis no es limpiar de responsabilidad al Estado, por la corrupción que afecta a la gestión pública. De lo que se trata es de entender que ella tiene su origen en patrones de comportamiento social, proclives a la permisibilidad con conductas antisociales que son causa de delitos en el seno de la sociedad o de utilización del Estado como botín para el enriquecimiento indebido. Este tipo de problemas no se resuelve apelando a medidas exclusivamente jurídicas.

Con la Revolución Francesa, el monárquico “el Estado soy yo” fue reemplazado por el “nosotros somos el Estado”, que desplaza hacia el pueblo el poder de ser la autoridad soberana de la que nace el Estado democrático, social y constitucional.

Un siglo antes, Thomas Hobbes, partiendo del racionalismo cartesiano, preconizaba la necesidad de una autoridad que permitiese el paso del estado de naturaleza al estado de sociedad civil. En el primero, que según Hobbes es el originario del hombre, prima la confrontación, la guerra por la sobrevivencia: “Cada hombre es un lobo para todo otro hombre”. Como nada puede perpetuarse en esa situación, surge el pacto de creación de una autoridad superior (“Leviatán”) que, concentrando el poder, impone orden, seguridad y paz. En síntesis, el Estado nace del acuerdo social y vendría a ser la sociedad organizada por un poder con capacidad de mando.

Contemporáneamente, el concepto de “estructura” es usado por conocimientos como la filosofía, la economía, la ingeniería o la sociología, que estudian la forma y patrones de conducta que caracterizan a los grupos sociales que, en su conjunto, conforman una estructura donde se configura un sistema de interrelaciones.

Razonemos ahora sobre la corrupción como un fenómeno que presenta aspectos estructurales. Si esto es así, entonces lo que llamamos “corrupción del Estado” es en realidad “corrupción en el Estado”, que no es un mal congénito de este, sino el asalto a la sociedad y al Estado, por individuos o grupos de crimen organizado que debido a carencias y debilidades sociales internalizan conductas proclives al delito, que violan las reglas de la convivencia social ordenada y pacífica. Esto es, las reglas sociales, morales, jurídicas, religiosas, etc.

¿Es el Estado guardián de todas estas reglas? De las jurídicas sí, pero las demás son responsabilidad principal de los miembros del cuerpo social y especialmente de la familia. ¿Qué corresponde al Estado en esas reglas de la sociedad? Pues proveer de adecuadas políticas sociales que permitan un desarrollo armónico de cada persona y de la sociedad.

En la educación, el Estado debe cooperar, en primer lugar, con la familia, porque a ella le corresponde la enseñanza básica que se transmite de padres a hijos, brindando los conocimientos que nos hacen humanos, comprensivos, inteligentes, adquirientes del don de la palabra, de la relación amigable. Es en el hogar donde aprendemos a rezar, a usar con rectitud la libertad individual, a internalizar los sentimientos de pertenencia, de amistad y de amor.

En todo esto no entra el Estado, pero sí en las ayudas de infraestructura, de horarios diversificados para que padres y madres que trabajan dispongan de tiempo para estar con sus hijos; atender a la salud, proporcionar ambientes adecuados para la recreación y la cultura, la socialización sana del deporte, y la solidaridad social. Cuando sociedad y Estado cumplen con sus deberes, los riesgos de corrupción en el sector público disminuyen sensiblemente.

En conclusión, la recuperación de los valores inherentes a la vida familiar y una educación en la que el Estado provea de óptimas condiciones para la formación de niños, adolescentes y jóvenes. Se trata de exigencias fundamentales de la lucha contra la corrupción que afecta a la sociedad en su conjunto y, en consecuencia, al Estado. La receta es: leyes punitivas y reformas institucionales, las que sean necesarias, pero también el desarrollo socioeconómico para una vida digna en una sociedad y un Estado sanos.


http://elcomercio.pe/opinion/colaboradores/causas-sociales-corrupcion-enrique-bernales-noticia-1946335


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Somos –algo más– libres

Rolando Arellano


El Perú siempre anheló desarrollarse sin depender de alguna gran potencia mundial. Hoy, cuando a todos asustan la elección de Donald Trump y lo que sucede en Europa y China, pareciera que nuestro país se encuentra menos expuesto que otros a las grandes convulsiones que se dan en el mundo.

Así, si en Estados Unidos Trump fue elegido por el descontento de las empobrecidas clases medias, en el Perú las clases medias crecen consistentemente desde hace años. Y si las mayores diferencias entre ricos y pobres motivaron que muchos estadounidenses votaran por el populismo, en el Perú se da el caso contrario, pues todos los indicadores muestran que aquí las distancias sociales, entre ricos y pobres y entre Lima y provincias, disminuyen consistentemente. Mientras allá se adelgaza, aquí el rombo se engrosa.

Por otro lado, a diferencia de lo que convulsiona a Europa, el Perú tiene la gran ventaja de que el bienestar creciente de la población (aunque insuficiente y muy lejos de ser adecuado), se debe al esfuerzo de las mismas personas y no a la ayuda del gobierno. Mientras los ingleses votan por el ‘brexit’ y Grecia se derrumba porque su gobierno no puede mantener el estado de bienestar al que estaba acostumbrada la población, aquí no podría pasar lo mismo, porque nunca hemos dependido de las autoridades.         

Además, mientras en China el crecimiento de la economía y de la empresa se da con mucho control estatal, en el Perú el crecimiento se da en la más irrestricta libertad. No la del liberalismo de las economías desarrolladas, sino la del ultraliberalismo de la informalidad, donde el 90% de las empresas funciona en un mercado sin ayudas ni controles gubernamentales. Aquí la economía y las empresas no dependen del gobierno para funcionar.

Y, finalmente, a diferencia de países que dependen de un solo gran comprador, como México de Estados Unidos, el Perú tiene opciones diversas: China, Europa, Estados Unidos o Canadá, entre otros. Y mientras muchas economías dependen de un solo producto, como Venezuela del petróleo, nosotros tenemos una gama variada de productos de exportación (cobre, oro, otros metales, productos agrícolas y pequeños montos del turismo, entre otras industrias).

Por primera vez en nuestra historia pareciera entonces que somos –algo– libres, como lo dice el himno nacional, pues no depender de una sola potencia nos da una independencia relativa. Pero ello nos coloca la inmensa carga de asumir una plena responsabilidad por nuestro futuro. Pues lo que nos suceda, bueno o malo, dependerá más de la manera en que manejemos nuestras oportunidades y nuestros problemas, que de los Trumps que se vayan eligiendo por el mundo.

http://elcomercio.pe/opinion/rincon-del-autor/somos-algo-mas-libres-rolando-arellano-noticia-1946338



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Trump, el preferido de Clinton

Santiago Alba Rico

Es difícil añadir nada nuevo a algunos de los excelentes análisis que desde la izquierda se vienen haciendo estos días en torno al triunfo de Trump en las elecciones estadounidenses del pasado martes; nada, desde luego, al marco interpretativo general, orientado a tratar de entender -y no a despreciar- los motivos del votante republicano. Me gustaría sólo recordar algunos datos muy elementales para desplazar la mirada hacia arriba, lejos de las urnas, en dirección al lugar que ocupan los candidatos, ese lugar donde -en EEUU y en Europa- se están produciendo los verdaderos cambios.
Recordemos, por ejemplo, que el 37% del ya reducido censo electoral estadounidense no ha votado.

Que Trump ha ganado el voto electoral pero no el popular; es decir, que va a ser presidente de los EEUU con menos votos que su rival.

Que Trump ha obtenido menos votos que otros candidatos republicanos derrotados en comicios anteriores. Pensemos, por ejemplo, en los casos de McCaine en 2008 y de Romney en 2012.

Que la mayor parte de los votantes ha votado a uno de los dos partidos tradicionales en un país donde sólo formalmente es posible llegar a la Casa Blanca desde fuera del bipartidismo centenario dominante. Que Trump era, por tanto, el candidato de los republicanos como Clinton la candidata de los demócratas y que gran parte del voto estadounidense va rutinariamente destinado a una de las dos marcas, con independencia de quién las represente.

Que no es cierto -o no del todo- que el voto a Trump refleje una “revuelta de los pobres”. Según las estadísticas, del 17% de votantes cuyos ingresos son inferiores a 30.000 dólares, el 53% habría votado a Clinton y sólo el 41% a Trump; una distribución muy parecida se registra en la franja de población (19%) con ingresos inferiores a 50.000 dólares. Trump gana precisamente en todos los tramos económicos superiores, donde el resultado, por lo demás, es muy equilibrado. Gana también entre los blancos, hombres y mujeres (63% y 53% respectivamente), mientras pierde entre los no blancos, cuyas condiciones sociales son menos favorables (sólo han votado republicano un 12% de negros y un 35% de latinos, algunos más, en todo caso, que en las elecciones ganadas por Obama). Si hay una “revuelta” es la de los blancos trabajadores pobres de zonas rurales, “revuelta” que, más que autorizar una lectura tradicional de “clase”, expresa una fractura cultural no desdeñable -dirá la socióloga Arlie Rusell Hochschild– entre la derecha pobre estadounidense y el Estado del que depende. En un libro de título muy elocuente (Extranjeros en su propia tierra: ira y luto en la derecha americana) Hochschild describe con detalle la situación en Louisiana, donde los blancos más castigados por la crisis, beneficiarios de subsidios estatales, se sienten despreciados por las clases urbanas liberales, también blancas, que les habrían cortado el acceso al “sueño americano” (en favor de los negros o los latinos) y además condenarían sus relaciones familiares, sus creencias religiosas y hasta su forma de comer.

Digamos, por tanto, que la crisis, y la respuesta de los poderosos, ha agravado una fractura cultural ya existente que no ha afectado, sin embargo, al sistema de partidos ni a la distribución del voto. La lección que yo extraería de la victoria de Trump -y de la extensión del destropopulismo en el mundo entero- no es la de que los trabajadores y clases medias empobrecidas prefieren el fascismo; lo que se ha desplazado hacia la derecha no es el electorado sino los dirigentes y sus partidos. Podemos afirmar sin vacilaciones que en las elecciones del pasado martes, en el marco intocado del bipartidismo, cada uno de los candidatos representaba, respecto del año 2012, la derechización extrema de sus respectivas organizaciones, con la diferencia de que, mientras Clinton había cerrado toda apertura por la izquierda y representaba a las élites blancas y al establishment capitalista, Trump representaba un paradójico -dice muy bien Amador Fernández-Savater– “elitismo anti-elitista, un sistema anti-sistema y un capitalismo anti-capitalista”. Mientras el votante de izquierdas se quedaba sin representación o derechizaba su voto como mal menor, el votante republicano se radicalizaba y hasta giraba hacia la izquierda votando una propuesta que combinaba ataques a los ganglios económicos y simbólicos del sistema con una reivindicación orgullosa de la cultura material de los blancos más pobres, despreciada por los demócratas. Sólo Bernie Sanders, el candidato demócrata derrotado en primarias, se ha mostrado plenamente consciente de este doble frente -social y cultural- como lo demuestra su comunicado del pasado miércoles, en el que escribe que “en la medida en que Trump esté dispuesto a tomar medidas políticas en favor de las familias trabajadoras de este país, yo y otros progresistas estamos preparados para trabajar con él; en la medida en que defienda políticas racistas, sexistas, xenófobas y anti-ecológicas, nos tendrá vigorosamente en contra”.

¿Quién es el último responsable de la victoria de Trump? Hay motivos fundados para creer que, en el contexto descrito, sólo Sanders podía haber presentado verdaderamente batalla con alguna garantía de éxito. Y que son los liberales blancos del partido demócrata -no menos racistas, por cierto, y más clasistas- los que, entre Sanders y Trump, han preferido al chiflado, autoritario, machista y xenófobo candidato republicano. La citada Arlie Rusell Hochschild es tajante sobre la responsabilidad de los dirigentes progresistas: “El Partido Demócrata, el partido de los trabajadores, se está desangrando. La gente trabajadora abandona el partido en masa, haciendo que sea la izquierda la que se convierte en extranjera en su propia tierra. [Los votantes de Trump] no son en absoluto deplorables, como declaró Clinton. Son sus aliados naturales. Muchos sienten simpatía por Bernie Sanders, a quien llaman, con afecto, “tío Bernie”. De hecho ya estamos de acuerdo en muchas cosas. La pelota está en el tejado de los demócratas. El error es suyo: han abandonado a la clase trabajadora”.

Esta “opción por el mal mayor” de los partidos “demócratas”, que ya hemos visto otras veces antes a lo largo de la historia, es un fenómeno común que hoy se extiende por Europa. ¿Por qué gana terreno Le Pen en Francia mientras el PSF se desploma? ¿Por qué gana el Brexit en Inglaterra? ¿Por qué la socialdemocracia se disuelve como un azucarillo mientras avanza irresistible la ultraderecha? Más allá o más acá de una izquierda autocomplacida en la derrota y desamarrada de la “cultura de los pobres”, la culpa es de unos partidos, unos intelectuales y unos medios de comunicación que abren camino a todos los Trump del continente cerrando el paso a quienes podrían frenarlos. Lo explica muy bien el conocido sociólogo italiano Marco d’Eramo: “nunca habrá un plan B si sigue prevaleciendo el relato según el cual toda forma de disidencia, de descontento popular y de voluntad de cambio es catalogada bajo el sello de “populista”. [En EEUU] la partida estaba ya jugada desde el momento en que los gestores de la opinión pública habían equiparado a Sanders y a Trump bajo la etiqueta “populista”, olvidando que la distancia entre los dos es intergaláctica: uno quería el servicio sanitario nacional, el otro quería suprimir el Obama Care; uno quería imponer tasas a los bancos, el otro abolir los impuestos, uno reducir los gastos militares y el otro construir un muro en la frontera de México”. Uno, añadiría yo, quería recuperar y profundizar la democracia; el otro sacrificarla a un proyecto ideológico autoritario, discriminatorio y medieval.

Nuestros políticos y periodistas mainstream optan una vez más por “el mal mayor”. El caso de España es ejemplar. Es el único país de Europa donde existe una alternativa pujante a la ultraderecha; el único país donde el malestar frente a la crisis y la clase política ha adoptado una forma democrática; el único país donde puede apoyarse institucionalmente un dique europeo frente al fascismo. Ayer en estas mismas páginas Carlos Fernández Liria escribía un magnífico artículo en el que recordaba lo que representan Podemos y las fuerzas del cambio, así como la responsabilidad de nuestros medios de comunicación (y nuestros opinadores) en su debilitamiento y criminalización. Cada vez que se califica a Podemos de “populista”, equiparando a Pablo Iglesias con Trump o Le Pen, se toma en realidad partido por Trump o Le Pen -se trabaja en favor de un Trump o un Le Pen- y ello frente al único proyecto factible que, con todos sus errores y hasta sus miserias, no sólo está evitando el trumpismo y el lepenismo en España sino que se toma en serio la democracia, los derechos humanos y el Estado de Derecho.

La sola polarización real que existe hoy en el mundo -muerto el comunismo histórico- es la que existe entre democracia plena y dictadura(s), entre civilización y barbarie, entre derecho(s) e intemperie. El caso de EEUU debería enseñarnos lo que ocurre cuando las élites abandonan a los pueblos y desplazan a un Sanders en favor de una Clinton: que los Clinton y sus partidarios, con la democracia que no han querido defender, son devorados por el fascismo.

https://www.cuartopoder.es/tribuna/2016/11/11/trump-el-preferido-de-clinton/9290


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